Opinión
La pinta no siempre es lo de menos
Nos asiste el deber de decir al presidente de los colombianos que la pinta no siempre es lo de menos; que existe el decoro como una condición que va en doble vía, que los soldados de todas las fuerzas y los asistentes a los actos conmemorativos de la independencia nacional merecen respeto.
El ministerio de Cultura de nuestro país señala, en su página oficial, que el 20 de julio es el día que simboliza la independencia de Colombia de la colonización española, por lo que esta fecha es la celebración patriótica más importante de la nación. Ese día, pero del año 1810, se dio inicio al proceso libertario que finalizó con la disolución de la Gran Colombia en 1830 y se hace efectiva la designación de esta fecha como el día nacional.
Desde comienzos del siglo pasado, la celebración de esta importante fecha para el sentimiento de los colombianos, se ha venido celebrando teniendo como eje un desfile militar, pero solo hasta el año de 1982 mediante el decreto 770, la presidencia de la república, regula las actividades que darán realce a la celebración patria, estableciendo entre otras actividades y disposiciones la realización de tres eventos en la capital del país. El primero de ellos es el desfile militar, posteriormente un Te Deum, para pasar finalmente a la instalación del congreso. La celebración religiosa fue suspendida temporalmente por disposición del Consejo de Estado desde el año 2016, gracias a una demanda interpuesta por uno de los tantos abogados que pululan mirando como descomponer a nuestra nación. Para fortuna de todos, la demanda que buscaba la suspensión provisional de los efectos del Decreto 1967 de 15 de agosto de 1991, “Por el cual se reglamenta el uso de los símbolos patrios: La Bandera, el Escudo y el Himno Nacional”, expedido por el gobierno nacional, no prosperó.
Este año, después de tanta incertidumbre con relación a la ciudad donde la presidencia dispondría la realización del desfile militar y policial, el cual inicialmente se tenía previsto en la ciudad de Quibdó, imagino yo, que por costos y falta de disponibilidad de equipos, para mover a tanto personal a ese municipio, se decidió finalmente hacerlo en la capital de la república.
El alistamiento de personal, material y equipo por parte de las fuerzas militares y de policía, siempre se hace con anticipación, basado en un detallado plan que se elabora desde el más alto nivel en el Comando General de las Fuerzas Militares, pues esta es una de las fechas que ya están preestablecidas, tanto en el calendario de ese comando, como en el de las diferentes fuerzas y se debe ejecutar sin descuidar el mantenimiento del orden y la seguridad en las diferentes regiones de la geografía nacional.
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Las tropas, como siempre lo hacen, madrugaron y salieron para el sitio previsto con la anticipación debida, pues la cita con la patria y con los colombianos era a las 10:00 de la mañana. Mientras tanto, millares de hombres, mujeres y niños, de todas las edades, se fueron apostando a lo largo de la avenida y esperaban ansiosos se diera comienzo a los actos previos al magno desfile, usando muchos de ellos la camiseta de la selección, porque verían pasar a la selección Colombia más grande y fuerte de la patria…la conformada por sus soldados y policías. Siendo ya el medio día, la impaciencia del público, por el retardo en el cronograma, se hacía evidente y los gritos de “sin Petro”, “fuera Petro” se comenzó a escuchar como una ola, a lo largo de la avenida Boyacá.
No se sabe quién dio la orden, pero el comandante del batallón Guardia Presidencial elevó su voz de mando y dio parte de las tropas al ministro de la cartera de Defensa y todo hacía presumir que este desfile, así como lo fue el del año pasado, sería presidido por la vicepresidente. En las tribunas ya habían retirado las sillas vacías.
Después de dar el parte, el comandante de la guardia presidencial iniciaba a retirarse del sitio, pues el acto previo al desfile es la imposición de la Cruz de Boyacá a Generales y Almirantes, presea que solo la impone la máxima autoridad de la nación y al no estar él, se asumía, se daría inicio al desfile. El coronel es alcanzado por dos oficiales de la seguridad de Casa Militar, que hacen que vuelva a su lugar y es precisamente en ese momento cuando las cámaras, de manera fugaz, enfocan la llegada de un helicóptero, el cual aterriza en la parte posterior de la zona de las carpas de los invitados. Se ve, luego, a alguien presuroso colocando una silla en la mitad de la tarima principal y momentos después hace su entrada por la parte de atrás de la misma, el presidente de los colombianos. Habían transcurrido más de dos horas de retraso.
El sol inclemente de la mañana no acobardó a los asistentes y tampoco golpeó la moral de las tropas, quienes con sus mejores galas, aguardaron pacientes la llegada del presidente. Llamó poderosamente la atención el vestuario del mandatario, pues dio la impresión que de pronto se confundió y creyó que esta celebración sería otra vez en San Andrés, como lo fue el año anterior. Su guayabera desaliñada no pasó desapercibida, así como no lo fue el fugaz paso de las muy pocas aeronaves de la Fuerza Aérea a lo largo de la avenida Boyacá, pues tanto tiempo en el aire ya los obligaba a regresar a sus bases, para abrir el espacio aéreo de la capital y reactivar la aviación comercial ya afectada por el retraso. A lo lejos, sobre los cerros, una de las cámaras enfocó, por unos instantes, dos helicópteros Black Hawk y el de la operación jaque del Ejercito, los cuales no se volvieron a ver.
Los militares y policías, como siempre, mostraron su gallardía, su decoro; en contraste, todos los comentarios sobre el desfile se centraron en la evidente falta de respeto con la institución militar y de policía, por el acostumbrado retardo a casi todas las actividades, que teniendo relación con la fuerza pública, se realizan y que por protocolo le corresponde como jefe supremo presidir, también por su incumplimiento al código de vestuario, que viene incorporado en las tarjetas de invitación que la misma presidencia elabora, para todas las autoridades civiles, militares, eclesiásticas, cuerpo diplomático y otras personalidades.
El presidente, tal vez y quiero pensar así, no entendió la formalidad que le asistía al presidir los actos conmemorativos del día de la independencia, pues fungía como jefe de Estado al tener como sus invitados a embajadores y agregados militares de todas las naciones acreditadas en el país y como jefe Supremo de las Fuerzas Militares, por la connotación misma del desfile como acto central de la celebración. Llamó mucho la atención que por primera vez un mandatario asiste sin su familia, como es tradición y es parte del protocolo.
Muchos colombianos dentro de ese pensamiento progresista que está tan en boga, justifican y hasta aplauden, se rompan las normas de protocolo y de la etiqueta; pero la verdad se tiene que decir, pues las cosas importantes se pierden cuando se comienzan a perder las cosas básicas, sencillas y ya no le damos la importancia que corresponde. Quienes piensan que el vestuario, la ausencia de la primera dama y el retardo a la ceremonia no reviste mayor importancia, deben entender que esa crítica no se le hace a Gustavo Petro, se le hace al Presidente de la República, como jefe de Estado y como Jefe Supremo de las Fuerzas Militares. Los Generales y Almirantes en el servicio activo guardarán prudente silencio, como les corresponde, pero desde el retiro, los que sí podemos expresar, debemos decirlo y exigir respeto no solo para con los militares, sino para todos los ciudadanos en general.
Nos asiste el deber de decir al presidente de los colombianos que la pinta no siempre es lo de menos; que existe el decoro como una condición que va en doble vía, que los soldados de todas las fuerzas y los asistentes a los actos conmemorativos de la independencia nacional merecen respeto y que ese respeto, sí viene de su parte, no le va a sustraer el carácter popular que pretende mostrar en su vida pública. Ayer 20 de julio de 2024, se escribió una nota desagradable por parte del mandatario de los colombianos, al hacer evidente el poco o nulo afecto por unas instituciones que por principios y tradición histórica, le han servido bien a los colombianos, han mantenido el sistema político que permitió, inmerecidamente o no, que Gustavo Petro Urrego llegará a la presidencia, instituciones que serán fieles al juramento de patria, de honor y de lealtad, así el mandatario no desarrolle la mejor gestión de gobierno.
Después de casi tres horas de desfile, los integrantes de la policía de los colombianos, desfilaron ante una silla vacía (el mandatario salió tan apresurado como llegó), en una tarima donde los pocos asistentes más por vergüenza que por gusto, esperaron pacientes pasara el último de los hombres y de las mujeres de la cola del desfile. Menos mal, el presidente se cambió de traje para acudir a la instalación del congreso, para lucir con el decoro acorde a la dignidad que representa. Un miembro de uno de los centros de pensamiento con los que interactúo, indicaba que con el vestuario informal, el presidente quería dar un mensaje. Yo le creo, el mensaje lo dio y no es el mejor, pues sigue siendo coherente con la forma despectiva como siempre ha tratado a sus soldados y policías.