ESTEBAN PIEDRAHITA

OPINIÓN

La pobreza en las ciudades

Cuando al porcentaje de pobreza se le agrega el de personas en condición de vulnerabilidad el ordenamiento de las principales ciudades del país luce más razonable.

Esteban Piedrahita
21 de octubre de 2020

Esta semana el Dane reveló las cifras de pobreza monetaria para Colombia en 2019. Estas incorporan un cambio de metodología que actualizó la canasta de consumo de los colombianos con base en la Encuesta Nacional de Presupuestos de los Hogares 2016-2017. El principal resultado de la actualización metodológica fue un alza considerable (+23 por ciento) en el nivel de la línea de pobreza nacional (un hogar de cuatro personas se considera pobre si sus ingresos disponibles fueron inferiores a los $1,31 millones mensuales).

El aumento en la línea de pobreza significó que el porcentaje de personas en esa condición en 2019 se incrementara del 28,2 por ciento de la población con la anterior metodología, al 35,7 por ciento con la nueva. En el año, además, la incidencia de la pobreza aumentó en un punto porcentual. Con esto, el número de personas pobres en Colombia en 2019 se estimó en 17,5 millones; 662.000 más que en 2018. Que la pobreza sea más elevada de lo que se pensaba anteriormente y que haya aumentado en el año previo a la pandemia, es preocupante.

La nueva metodología permite calcular con mayor precisión las líneas de pobreza particulares para cada una de las capitales de los 32 departamentos, reflejando las diferencias regionales en patrones de gasto y en costo de los rubros de la canasta básica. Esto generó resultados sorprendentes. Cali, con una tasa del 21,9 por ciento, se ubicó como la segunda ciudad con menor incidencia de pobreza entre las capitales del país, después de Manizales. Mientras con la anterior metodología albergaba un porcentaje mayor de personas pobres que Bogotá y uno ligeramente superior al de Medellín, con la nueva su cifra de pobreza es menor que la de las dos principales ciudades del país.

La principal razón es que el costo de la canasta básica (línea de pobreza) es un 23 por ciento menor en Cali que en Bogotá o Bucaramanga, y un 15 por ciento menor que en Medellín. Resulta, por así decirlo, más barato ser pobre en Cali que en esas ciudades; tanto por patrones de consumo, como por aspectos como el costo de la vivienda. Sin embargo, el salario mínimo, por ejemplo, es el mismo. En Barranquilla, por el contrario, la línea de pobreza es un 5 por ciento más baja que la de Cali.

Cuando al porcentaje de pobreza se le agrega el de personas en condición de vulnerabilidad—con ingresos por encima de la línea de pobreza pero que no alcanzan a ubicarse en la clase media—el ordenamiento de las principales ciudades del país luce más razonable. Bogotá tiene 44 por ciento de población pobre y vulnerable (56 por ciento de clase media y alta), Medellín 46 por ciento (54 por ciento), Cali 50,5 por ciento (49,5 por ciento), Bucaramanga 51,2 por ciento (48,8 por ciento) y Barranquilla 63 por ciento (37 por ciento).

Los datos de Cali tienen varios aspectos rescatables. Aparte de ubicarse como la segunda de menor pobreza, fue la tercera ciudad, entre las 13 principales, que más redujo ese indicador desde 2012, después de Pasto y Barranquilla. Igualmente fue la tercera, en ese mismo lapso, en reducción de la pobreza extrema (personas que no tienen ingresos suficientes para adquirir el mínimo calórico), aunque su registro (4,7 por ciento de la población) sigue siendo comparativamente alto y mayor al de las otras 4 ciudades principales. Finalmente, entre las 13 principales, fue la ciudad que más redujo la desigualdad—medida según el índice GINI—, entre 2012 y 2019. En este último indicador está mejor que Bogotá y Medellín, pero peor que Barranquilla y Bucaramanga.

El punto de partida pre-Covid es entonces bastante precario. La recuperación económica en 2018 y, sobre todo, en 2019, no se tradujo en mayores niveles de empleo, afectando los ingresos de los hogares. La generación de empleo tiene que estar en el centro de la agenda de reformas del Gobierno.

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