Opinión
La presidenta que amaba las armas
En lugar de evadir responsabilidades y poner un espejo retrovisor de siglos, la presidenta, como buena científica, debería desechar los discursos populacheros y trabajar con base en hechos ciertos.
Lo dijo Gustavo Petro ufanándose de un pasado que debería avergonzarlo. “Claudia fue miembro del M-19, ayudó en los tiempos de la clandestinidad al M-19 en México”, clamó con su acostumbrada sobradez y nula solidaridad con las víctimas de su banda.
Luego lo desmintió Everth Bustamante, excomandante de dicha organización armada. Afirmó que era una de las mentiras que prodiga su antiguo compañero, pero no creo que a la presidenta ClaudiaSheinbaum, comunista convencida, le preocupe lo más mínimo esa membresía inventada. Supongo que será otra nostálgica de la Unión Soviética, de su cortina y mano de hierro, al igual que Petro, que lo proclamó en Berlín en junio de 2023.
Una ultraizquierdista que obtuvo un rotundo triunfo electoral, no tan arrollador como el del venezolano González, que aplastó al tirano, pero amplísimo: un 60 por ciento de votos. Esperemos que luego no lloren.
Porque Sheinbaum tampoco oculta que, fiel al legado de su mentor, López Obrador, le fascinan los dictadores. Por eso invitó a su toma de posesión al criminal cubano Díaz-Canel, al criminal venezolano Maduro y al criminal ruso Putin.
No todos pudieron acudir a su llamado. El capo de Miraflores no se atreve a abandonar su guarida caraqueña, protegida ahora por matones cubanos; Putin no se arriesga a atravesar la Unión Europea, una avería, un aterrizaje de emergencia en el país equivocado y de pronto lo encarcelan.
El único dictador que acudió a la cita, en avión de Maduro, fue el despiadado esbirro de los hermanos Castro. Le rindieron honores y estrecharon su mano teñida de sangre.
Y como la señora quiso aliñar la jornada con un manido toque populista, alardeó de no invitar al rey de España, jefe de un Estado democrático. Sheinbaum, que atesora una magnífica formación académica, exigió que, antes de emprender vuelo, pidiera perdón a México por lo sucedido entre 1519 y 1521.
Insiste en la facilista fórmula de acusar a extranjeros de siglos pasados de las miserias actuales de su país, pese a saber que la culpa recae en la larga cadena de pésimos y corruptos gobernantes mexicanos.
Quizá alguien debería recordarle que el megaladrón PRI, el PAN, Morena, los carteles de Sinaloa, de Jalisco, la insaciable corrupción policial, política, judicial y demás gangrenas mexicanas, son mero producto casero.
España no tiene que pedir perdón por nada de allá y, menos aún, por lo sucedido hace 500 años. A ver si aprende la presidenta que el raquítico ejército de Cortés que desembarcó en aquellas tierras solo contaba con medio millar de soldados, 16 caballos y 13 escopetas. Dos años después habían conquistado el imperio mexica.
De haberlo hecho solos, Sheinbaum debería homenajearlos por tamaña proeza. Pero los cholultecas, chalcas, totonacas, tlaxcaltecas y otros pueblos originarios, sometidos a la barbarie azteca, se unieron al castellano para derrotar a la civilización que sacrificaba miles de niños y doncellas ante el altar de Huitzilopochtli. Les arrancaban el corazón, los decapitaban y arrojaban sus cabezas al pie del templo, donde aguardaban los siguientes que serían torturados. ¿Ha suplicado perdón Sheinbaum, en nombre de los aztecas, por su salvajismo?
Cuando España abandonó México, en 1821, había unos 5,5 millones de habitantes y ahora son unos 130 millones. Dada la evidente diferencia poblacional y teniendo en cuenta que, tras la independencia, pelearon con Francia, con Estados Unidos y libraron sus propias guerras internas, ¿qué tiene que ver Hernán Cortés y el monarca de entonces, Carlos I, con la nueva realidad mexicana?
Puestos a demandar perdones, ¿no deberían pedírselo al rosario de Gobiernos indolentes, ladrones, abusivos, criminales algunos, que condenaron a la pobreza a 47 millones de mexicanos, que solo ven futuro en su vecino norteño?
Este jueves, Sheinbaum reiteró su solicitud a Felipe VI. El perdón real, manifestó, sería enriquecedor para España, además de que al reconocer atrocidades lograrían, siguió su argumento, que no “vuelva a ocurrir”.
Pues conquistar otra vez México, aunque lo pretendiese alguna bestia tipo Putin, al que López Obrador nunca condenó por invadir Ucrania, se antoja un imposible.
En cuanto a la actual sangría humana, dudo de que unas palabras reales pudieran detenerla, y no por falta de voluntad del monarca, hombre honesto, respetuoso y entregado a su patria, sino por la incapacidad de los mandatarios mexicanos, principiando por López Obrador.
Según cifras del Sistema Nacional de Seguridad Pública, durante el sexenio de Calderón, contabilizaron 121.683 asesinatos. Bajo Peña Nieto subieron a 124.478. Pero el récord absoluto lo batió el ídolo de Sheinbaum: se dispararon un 35 por ciento, hasta los 186.380 asesinatos.
En lugar de evadir responsabilidades y poner un espejo retrovisor de siglos, la presidenta, como buena científica, debería desechar los discursos populacheros y trabajar con base en hechos ciertos.