OPINIÓN

La promesa de campaña de Duque

Se habla de duplicar el precio del gas y de un incremento de la devaluación del peso ante el dólar. No son advertencias estrambóticas: lo dicen a diario los expertos.

Alfonso Cuéllar, Alfonso Cuéllar
14 de septiembre de 2019

Las promesas de campaña electoral cuestan. Cada vez más. Por esa razón es fundamental que el candidato no se comprometa para tener flexibilidad cuando gobierne. Aplica particularmente para los temas económicos, ya que el control es mínimo. Hay demasiados factores que no dependen de la voluntad de un presidente. 

Basta recordar lo que le pasó a George H. Bush en las elecciones de Estados Unidos de 1988. Bush en un acto de gran valentía dijo: “Léeme los labios: no habrá nuevos impuestos”.  El electorado le creyó. 

En 1991, ya como presidente, firmó una ley de presupuesto que incluía aumentos de tributos. Fue una decisión importante; dejó las bases para el crecimiento económico de la década. En general fue positivo para los estadounidenses. Pero Bush pagó su incumplimiento con la no reelección. Los votantes no confiaron en él y no lo reeligieron.

Iván Duque es un estudioso de la política estadounidense. Es de los colombianos mejor informados sobre el país del norte. Recuerda bien la experiencia de Bush. Intentó en la campaña no comprometerse para no tener dificultades en el futuro. 

El éxito se vio con la paz. Logró una posición que dejaba a ambos lados tranquilos. Su frase “ni trizas”  –como pedía el ala radical del Centro Democrático–, “ni risas” a la paz cayó bien. Era una declaración suficientemente vaga. Un año después, se entendió que sí quería hacer unos cambios significativos. Fracasó por la oposición en el Congreso pero era evidente su tendencia. 

Esa posición gaseosa no la adaptó para el fracking. Ante la pregunta si su gobierno permitiría esa actividad, Duque fue contundente: no se haría. Dijo textualmente: “No se hará en cuatro años de mi gobierno”. No le puso una condición. Ninguna.

Se habla de duplicar el precio del gas y de un incremento de la devaluación del peso ante el dólar. No son advertencias estrambóticas: lo dicen a diario los expertos.

No era una respuesta a las carreras. Fue el debate televisivo de abril de 2018. Duque había preparado lo que iba decir. Gracias al candidato Gustavo Petro, era un tema de primer orden. Germán Vargas Lleras contestó que sí, que el fracking es necesario en Colombia. Petro que no, no y no. Es una industria del siglo XX. Sergio Fajardo, obviamente, se unió a la negativa de Petro, pero la sorpresa la dio Duque. 

Nunca he entendido la posición de Duque. Me cuentan que fue una decisión electoral. Que los gurús pensaban que era un flanco débil y no podía dar papaya en una contienda apretada. Otros dicen que fue la determinación de que no era urgente, que se aplazaría para el próximo Gobierno. Temo que fue el segundo; no había afán.

Eso cambió en agosto de 2018 cuando miraron las cifras. El fracking no era opcional sino fundamental. La seguridad energética y la fiscal solo pasaban implementando esa técnica. Pero el presidente Duque tenía un problema inmenso: ya había descartado esa alternativa. Por televisión.

Los argumentos de los economistas tenían peso, pero Duque estaba en una encrucijada: ¿cómo cumplir la promesa de campaña y al mismo tiempo, obrar responsablemente? Buscó una salida colombiana: nombró una comisión de expertos y que esta le mostrara el camino. El informe fue positivo; recomendaba pilotos de fracking.  Sin embargo, no fue suficiente porque estaban las demandas del Consejo de Estado. 

El Gobierno intentó persuadir a los magistrados para que levantarán su medida cautelar y permitieran los pilotos. No tuvo éxito y solo hasta el próximo año el Consejo de Estado fallará de fondo. Lo que en la práctica significa que no habrá fracking comercial antes de 2022.  

Duque habrá cumplido con su promesa, pero a un precio muy alto. Se habla de duplicar el precio del gas y de un incremento de la devaluación del peso ante el dólar. No son advertencias estrambóticas; lo dicen a diario los expertos. Que Claudia Bahamón o Flora Martínez se alegren, nos debe angustiar, no es para celebrar. Ellas, con el todo respeto, no son especialistas en el tema. 

El asunto es delicado y de fondo. Se trata de decidir la próxima década de la energía colombiana. Reducir la discusión a una lucha en redes sociales no es serio. Colombia merece más.

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