Opinión
La rabia que no se entendió
Lo que viene ahora es impredecible: un discurso de polarización y rabia que sigue creciendo, una derecha arrogante que no quiere ceder o detenerse siquiera a pensar en qué se pudo haber equivocado, y un país que camina despacio hacia el abismo sin darse cuenta de lo cerca que está de caer.
Superamos ya hace una semana la primera cita electoral de este año, esta vez para elegir al nuevo Congreso de la República y para definir los candidatos que finalmente se enfrentarán en la primera vuelta presidencial. Los resultados de esta elección dejan una cruda radiografía del momento que vive el país, realidad que, a decir verdad, no luce nada alentadora.
Lo primero que es evidente es el crecimiento del voto considerado de izquierda o centroizquierda, que se ve reflejado en los más de 4 millones de sufragios conseguidos por el candidato Gustavo Petro y la consecución de 19 curules del Pacto Histórico en el Senado y 25 en la Cámara de Representantes. Este giro del país corresponde a un cansancio generalizado de los ciudadanos con su clase política y una respuesta al desgaste de la figura del presidente Iván Duque y del uribismo mismo.
La elección del domingo fue la del voto castigo. La gente se hastió de la política tradicional, de los Ñoño Elías y las Merlano, de los Aguilar y los Char. Si se analiza la votación al Congreso, podrá verse que quedó conformado por una mezcla de estos herederos de curules escrituradas, con nombres nuevos que aparecieron, la mayoría de ellos en las protestas del paro nacional. Y este Congreso refleja a esta política tradicional junto con este voto que la quiere castigar.
En el Capitolio se sentarán, en el mismo recinto, John Moisés Besaile (hermano de Musa Besaile), Marcos Pineda García (hijo de Nora García Burgos, baronesa electoral de Córdoba), Nadia Blel Scaff (hermana del gobernador de Bolívar, Vicente Blel), María Angélica Guerra (sobrina de María del Rosario Guerra) y un largo listado de herederos de curules y 66 repitentes (Arturo Char, Jaime Durán, María Fernanda Cabal, Miguel Ángel Pinto, etcétera), junto con un altísimo número de nombres nuevos, la mayoría sin ninguna experiencia electoral, vida política o formación académica.
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Los colombianos votaron con rabia, y esta inconformidad fue la llama del estallido social del pasado noviembre, cuando se inició el paro nacional y en el que muchos jóvenes fueron parte. Ese sentimiento de romperlo todo fue en ese momento desestimado por muchos, incluso por el mismo Gobierno, que consideraron que tales movimientos ciudadanos obedecían a manipulaciones de sectores políticos para sacar provecho y poner en jaque al Gobierno. Pero no creyeron que existía una rabia genuina, sino que todo era una especie de “montaje” motivado por la izquierda política. Lo que se ve hoy es que esos estudiantes que salieron a romperlo todo estaban movidos por una indignación: la indignación de ser jóvenes que no han podido estudiar por falta de oportunidades, de ser profesionales que no consiguen empleo, de ser personas que perdieron todo por la pandemia. Y toda esta rabia ha sido hábilmente utilizada por un sector político, que la ha alimentado hasta el cansancio, prometiendo imposibles, con propuestas irrealizables, pero haciéndoles creer que importan y que, si votan por ellos, ahora sí se resolverán sus problemas. A mi modo de ver, es así y no al revés. Es decir, existe una rabia generalizada de los más jóvenes y las clases más afectadas por la difícil situación de los dos últimos años que han encontrado en el Pacto Histórico un movimiento que valida lo que ellos sienten. Y este movimiento político ha encontrado en esta rabia genuina el mejor combustible para crecer electoralmente. Aunque bien sepa que lo que ofrece no son más que mentiras electorales.
No haber validado las razones del inicio del estallido social y haber tildado a todos los manifestantes desde el Gobierno y los sectores de derecha de “guerrilleros”, “primera línea”, “izquierdosos”, “venezolanos”, sin tratar de escuchar sus reclamos, está pasando hoy una altísima cuenta de cobro.
Un ejemplo de lo que afirmo es el caso del youtuber, ahora congresista, Jonathan Ferney Pulido Hernández, conocido como Jota Pe Hernández, un influencer de 30 años que logró obtener 189.291 votos, la tercera votación más alta al Senado. Jota Pe nació y vivió en un humilde barrio del norte de Bucaramanga. Se formó en la escuela rural San José y por falta de recursos solo pudo realizar un semestre de Comunicación Social en la universidad. Con su sueño de ser periodista, creó un canal de YouTube en el que hoy tiene más de un millón de suscriptores. Desde ahí realiza el informativo Última hora Colombia, en el cual genera contenido principalmente de crítica al gobierno de Iván Duque y a la derecha política. Durante el paro, el hoy congresista mantuvo constantemente difusión de videos llamando a mantener el paro nacional, contra el Gobierno y de denuncia de agresiones policiales. “Los haré sentir orgullosos por haber votado por este candidato del pueblo. Soy su nuevo senador, el niño del barrio que llegó al Congreso”, dijo en sus redes sociales.
Algo similar ocurrió en Cali, donde José Alberto Tejada obtuvo la mayor votación a la Cámara de Representantes. Este contador, que a través del Canal 2 comunitario trasmitió las protestas, lo que llevó a que lo llamaran el “periodista primera línea”, recibió tras su trabajo de difusión informativa la oferta de Gustavo Petro para encabezar la lista del Pacto Histórico en el Valle. En ese departamento fueron cinco curules para el Pacto.
En Atlántico, fue el presentador Agmeth Escaf quien encabezó la lista petrista y se convertirá en nuevo representante a la Cámara, con 143.779 votos. Y así la lista sigue en cada departamento.
Lo que viene ahora es impredecible: un discurso de polarización y rabia que sigue creciendo, una derecha arrogante que no quiere ceder o detenerse siquiera a pensar en qué se pudo haber equivocado, y un país que camina despacio hacia el abismo sin darse cuenta de lo cerca que está de caer.