OPINIÓN
La reforma de la reforma
Todas las reformas tributarias son en esencia impopulares y controversiales. Pero pocas han tenido tan bajo respaldo sociopolítico como la que el Gobierno valientemente intenta salvar en medio de la tormenta política generada por la propia propuesta del Ejecutivo. El Gobierno ya no está defendiendo la propuesta que presentó al Congreso; tras los rayos y centellas que le cayeron, ahora está trabajando en el “control de daños” para reducir el costo político que conlleva la reforma.
Los economistas, en su gran mayoría, coinciden en la necesidad de la reforma, pero pocos respaldan en su totalidad el texto de la propuesta del Gobierno. Y los politólogos, en su gran mayoría también, coinciden en que la jugada del Gobierno es un suicidio político. Yo particularmente pienso que el Gobierno está actuando con responsabilidad, pero sin la estrategia adecuada, exponiéndose así no solamente a quedarse sin reforma, sino con un gran desgaste de gobernabilidad y abriéndole la puerta al populismo que se asoma con feroz oportunismo.
La ausencia de la estrategia es evidente. Veamos. El Gobierno no anticipó el obvio consenso que una propuesta de este tipo, en semejante momento socioeconómico, requiere. No hizo la tarea básica: socializar la propuesta con los líderes naturales de los principales partidos políticos. No debió haber sacado un texto a la luz pública, sin recoger las consideraciones justificadas de los principales líderes. Salir ahora a buscar consensos puede ser tarde y costoso políticamente. Pero además, falló el Ejecutivo en lo más elemental: salir con el respaldo del Centro Democrático, que -no se nos olvide- es el partido de Gobierno y su escudero en el Congreso.
Yo no me creo ese cuento de que la estrategia de Duque y Uribe es jugar al policía malo y bueno, respectivamente, para ganar de cualquier manera. Que Duque va por 23 billones de recaudo y Uribe por 12, para lograr algún monto intermedio y así crear la opinión de que el Gobierno empujó una reforma necesaria pero excesivamente ambiciosa, y el Centro Democrático aterrizó la propuesta para quedarse así con el mérito ante el pueblo. Y todo acordado entre las partes. Creo, por el contrario, que la autoconfianza que se tiene el Gobierno es excesiva, llevándolo incluso a aislarse de su cordón umbilical, en un momento en el que requiere de todo el músculo político posible. Ingenua actitud.
Pero la ausencia de la estrategia también se refleja en el ambiente simbólico que ha creado esta reforma. Los huevos de Carrasquilla, los 24 aviones de combate y el IVA a los servicios funerarios, son los íconos del debate. El primero -los huevos- es la punta del iceberg de una realidad: no hay ministro para defender la reforma. Carrasquilla es un excelente funcionario técnico, pero no es el vocero político de un proyecto de esta magnitud. Por eso tuvo que salir el presidente a capotear la crisis, pero con tan mala suerte que también metió la pata: se empantanó con la explicación de por qué el IVA a los servicios funerarios. Desafortunada situación que también saca a flote otra realidad: el Gobierno no revisó con lupa los aspectos de riesgo simbólico de la propuesta de reforma. Y los 24 aviones de combate, otro desafortunado anuncio, ponen en evidencia la desconexión del Ministerio de Hacienda con otras carteras para construir una posición monolítica del Gobierno frente a la reforma. Insisto, falta de estrategia.
Tendencias
Hoy el panorama es muy oscuro. El Gobierno no cuenta, ni en las estimaciones más optimistas, con los votos mínimos para pasar la reforma. El partido de Gobierno, el Centro Democrático, de manera respetuosa no ha criticado la propuesta taxativamente, pero tampoco la respalda como está. Los principales cacaos políticos del Congreso como Vargas Lleras y Gaviria, no solamente han hecho público su desacuerdo, sino que trabajan belígeramente en tumbar la propuesta de Duque. Además, los candidatos a la presidencia están desaparecidos del escenario público como es el caso de Peñalosa, Fico, Char y Galán, evidenciando con su silencio que es necesaria la reforma, pero que no quieren quemarse en la hoguera de la tributaria. Y los obvios opositores, como Petro, Robledo, Dilian Francisca, no solamente se frotan las manos, sino que en la práctica están aprovechando la coyuntura para armar su estrategia y de paso crear sus equipos económicos de campaña.
El presidente está en un laberinto. Pero si no encuentra la salida, perderemos todos. Es irresponsable que se pregone que el país no necesita la reforma. Que no es el momento. Que no es cierto que falta plata para que el Estado cumpla con sus funciones y promesas de pandemia.
Por eso pienso que el primer punto del Pacto Nacional que deberíamos suscribir como país es el de comprometernos a no decir mentiras. Especialmente los líderes políticos incluyendo a los grandes sindicatos. El segundo, es el de construir una reforma híbrida de perfil técnico y socio-político. Carrasquilla tiene que entender que la pandemia elevó, como nunca, la politización de cualquier discusión técnica. Tenemos que poner en el congelador las recomendaciones de la Ocde y de las calificadoras de riesgo. Nunca antes un Gobierno tuvo tanta legitimidad internacional para actuar con nacionalismo. No es el momento entonces de gravar a la clase media y mucho menos a los sectores menos favorecidos. Ergo, para fuera todo lo que huela a modificar las condiciones de la gente común y corriente, por más justificaciones técnicas que haya. Y bienvenido todo lo que impulse a la clase trabajadora como los beneficios para que las empresas tengan mejores condiciones de generación de riqueza. Tercero, es la oportunidad para que los sectores más pudientes, por iniciativa propia levanten la mano y se sumen al pacto, con propuestas para aportar recursos. Y cuarto, el Gobierno tiene que demostrar públicamente que se apretó el cinturón del gasto.
Todo parece indicar que será más difícil la reforma de la reforma que la propia reforma. Pero la necesitamos.