OPINIÓN

La Soledad de Duque

Estamos a casi dos años del inicio de su mandato y su gran reto ahora es no dejar que el país se le desmorone. La inseguridad ha subido, las disidencias y los grupos armados mandan en las regiones más apartadas y unido a la protesta social hay un clima de incertidumbre y pesimismo en toda la ciudadanía.

Diego Aretz, Diego Aretz
19 de diciembre de 2019

En los tiempos actuales de polarización e incertidumbre el presidente Duque se encuentra en una de las mayores encrucijadas de su vida política: tiene que decidir entre seguir la lógica del modelo uribista, rechazada claramente por la mayoría de los ciudadanos en las pasadas elecciones, o proponer un modelo que se ajuste a lo que la sociedad le pide.

Este final de año Colombia se ha visto convulsionada por protestas sociales de una magnitud no vista desde 1977 y tanto la muerte de Dylan Cruz como todas las indelicadas situaciones que han sido protagonizadas por la Policía Nacional y el Esmad, dejan muy mal al primer mandatario. Tenemos un gobierno inseguro, atemorizado y que no solo parece no leer ni entender el paro ni a la comunidad, tampoco tiene una propuesta seria para la nación.

La petición de Fernando Londoño y de los sectores duros del uribismo complejizan mucho la situación de Duque; su partido le está recalcando lo que buena parte de Colombia le dice: que se comporte como el presidente. La penosa salida del ministro de defensa y las múltiples desautorizaciones de las que ha sido objeto por parte de los funcionarios de su gobierno muestran cómo su equipo no ve en él un liderazgo fuerte y una visión clara del país. Así está Duque, solo, entre un partido que no cree en él y una sociedad que le pide cambiar.

Estamos a casi dos años del inicio de su mandato y su gran reto ahora es no dejar que el país se le desmorone. La inseguridad ha subido, las disidencias y los grupos armados mandan en las regiones más apartadas y unido a la protesta social hay un clima de incertidumbre y pesimismo en toda la ciudadanía.

Es paradójico pensar en el perfil de Iván Duque, un hombre estudiado fuera del país, una figura diferente en el uribismo con una visión aparentemente innovadora, un gerente simpático que tuvo un destacado rol en el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) y del que se esperaba una especie de renovación política, una comprensión más profunda y global de la economía y de la sociedad. Un senador que logró poner en la agenda nacional la tan mentada Economía Naranja, de la que no hemos logrado ver resultados concretos en lo que va de su gobierno. Estas promesas han sido incumplidas. Hoy la desaprobación de la gestión del presidente es del 70 %, según la encuesta Invamer, y no parece que vaya a cambiar.

Sin embargo, creo que Duque tiene una oportunidad de oro: puede entender que el país en el que gobierna no es el mismo que gobernó el uribismo hace diez años ni tampoco el mismo de hace dos. Puede entender que en efecto él no es un títere; es el presidente de 49 millones de colombianos y el hombre con mayor poder y responsabilidad de nuestro territorio.

Si Duque leyera bien lo que sucede entendería que ese cambio que la sociedad le pide lo puede hacer y así recibiría el apoyo de las colectividades. Presidente, en esta columna lo invito a perder el uribismo y a ganarse la historia.

 

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