La tenaza farchavista
Rafael Guarín detalla los pasos dados por el presidente Hugo Chávez en procura de acorralar al presidente Álvaro Uribe y conseguir beligerancia a las guerrillas moviendo alfiles en el plano político y militar
Desde hace varios años, Chávez y las Farc mantienen intensas relaciones con organizaciones políticas y movimientos sociales de izquierda y extrema izquierda en Latinoamérica, al tiempo que al amparo de la construcción de la ‘Patria Grande’, la injerencia chavista ha brindado cobertura a la actividad internacional de las Farc.
En los 90, el teniente coronel asumió que en la lucha contra la “oligarquía colombo-venezolana” las guerrillas eran sus aliadas, y éstas, que la revolución bolivariana era el bastión internacional que necesitaban. Eso explica la permisividad con campamentos y líderes de esos grupos en territorio venezolano, las denuncias de complicidad de la Guardia Nacional y la pasividad con el narcotráfico, su principal fuente de financiación. También, el apoyo militar ofrecido a Chávez por las Farc ante una “agresión norteamericana”.
Los resultados de esa sociedad comienzan a verse. Hoy, la escalada de acontecimientos demuestra que, más que aislados incidentes con países vecinos, el gobierno de Álvaro Uribe enfrenta una grave amenaza, producto de la alianza de las Farc con la revolución bolivariana.
Chávez procura acorralar a Uribe y conseguir beligerancia a las guerrillas moviendo alfiles en el plano político y militar. En el primero, les da tratamiento de Estado: “Venezuela limita al oeste, al suroeste... con las fuerzas insurgentes de Colombia, que tienen otro Estado”.
Igual sucede con la ambigüedad del Presidente ecuatoriano, al que la guerrilla, cada vez que puede, le manifiesta simpatía. Mientras aparentemente toma distancia de la beligerancia a las Farc, Rafael Correa avala dos cuestiones fundamentales para conceder ese estatus: niega que sean terroristas y ratifica la declaración de su Ministro de Defensa: Ecuador “limita al norte con las Farc”. Por supuesto, ‘Raúl Reyes’ aprovechó: las Farc “además de Venezuela y Ecuador, limitan con Panamá, Perú y Brasil”.
Ambigüedad similar se comienza a notar en Brasil, con la propuesta, coordinada con Francia, de incluir a Venezuela en el grupo de países mediadores, a pesar de la posición del gobierno colombiano. Según Marco Aurelio García, asesor del presidente Lula y privilegiado interlocutor de Chávez, “se pretende crear un grupo funcional que tenga credibilidad”.
Más delicada es la actitud de Francia. Su gobierno transmite el mensaje a la guerrilla de que sus objetivos son posibles y actúa como martillo contra la administración Uribe. El presidente Sarkozy pidió “no excluir ninguna colaboración útil” para la liberación de los secuestrados, insiste en la intervención de Chávez y habla con él a espaldas de Bogotá. Tal comportamiento es recibido por las Farc como un triunfo de su estrategia y, en últimas, es un aliento al terrorismo.
En el plano militar, se destapa un frente más peligroso protagonizado por el “general de hombres libres”, como llaman las Farc a Daniel Ortega. Al reclamo de beligerancia a la guerrilla agregó la amenaza de una guerra con Colombia, arguyendo, ante el Secretario General de la ONU y en la OEA, falsas acusaciones de hostilidad y de violación a la soberanía nicaragüense. Quiere, al parecer, excusar una acción militar con asistencia venezolana. No puerilmente Ortega discutió la situación con Chávez.
Pero de la retórica provocadora se saltó a la provocación militar. Hace unos días el propio Ortega señaló que su fuerza naval capturó un barco pesquero, “porque el permiso debió ser extendido por Nicaragua y no Colombia”. La operación militar se realizó en mar colombiano, “unas millas al este del meridiano 82” que marca el límite fronterizo entre ambos países y que es objeto de disputa por Nicaragua en la Corte Internacional de Justicia. Ese acto violatorio de la soberanía perseguía ser el detonante de una crisis militar. El gobierno Uribe obvió el hecho, pero aunque tal actitud de prudencia sirve para evadir momentáneamente el tablado que montan Chávez y Ortega, hay que preguntarse: ¿Hasta dónde y hasta cuándo podrá evitarlo?
Idéntico propósito persigue calificar a Colombia como cabeza de playa de una invasión estadounidense a Venezuela. Aunque eso genera nacionalismo y contribuye a invisibilizar la caída de su popularidad, no hay que descartar que Chávez quiera justificar un ataque preventivo a territorio colombiano o promover su propia Bahía Cochinos, es decir, un evento militar sobre el cual se construya el mito de indestructibilidad de la revolución.
Estamos ante los preparativos de un complejo escenario bélico. A la luz de las enseñanzas de Liddell Hart, los movimientos descritos corresponden a una estrategia de aproximación indirecta que “disloca” completamente las fuerzas militares colombianas, actualmente concentradas en el combate a las Farc. Se les compele a “un súbito cambio de frente que implica dislocar la distribución y organización de sus fuerzas”, obligándoseles a enfrentar simultáneamente una ofensiva general de la guerrilla, anunciada por ‘Tirofijo’ a comienzo de año, y por lo menos dos frentes externos: Nicaragua y Venezuela. Esa hipótesis no debe obviar que las agresiones de ambos países se complementen con abierto respaldo militar a las guerrillas. ¿Se pretenderá en ese caso que la paz incluya el Estado fariano al sur del país?
¿Cómo actuar? La respuesta es una audaz diplomacia orientada a la opinión pública internacional, a la vez que consolidar y concretar alianzas claves en una política de disuasión. Paradójicamente, la tenaza farchavista lleva a Colombia a profundizar su alianza con Estados Unidos y a la conveniencia de ofrecer su territorio a la base militar que reemplazará la de Manta en el Ecuador. Es urgente acoger la sugerencia de José María Aznar de algún tipo de asociación estratégica de Colombia con la Otan, en el marco de la defensa colectiva y de la lucha contra el terrorismo.
Empero, es un error endosar totalmente a las virtudes de la diplomacia o a la confianza en una alianza la capacidad de defensa. Colombia debe fortalecerse militarmente con miras a rechazar una agresión externa, camino iniciado con la compra de aviones Kfir a Israel y requiere un plan de acción integral en las áreas fronterizas, que son estratégicas y que no son la prioridad de la política de Seguridad Democrática. Por lo pronto, la iniciativa de republicanos y demócratas de estudiar la inclusión de Venezuela en la lista de países que apoyan el terrorismo es buen primer paso, así como, la oferta de España de estar con el gobierno colombiano “cuando deba enfrentar un problema de soberanía en su frontera”. ¿Rodríguez Zapatero habrá visto lo que muchos se niegan a ver?
*Analista político de El Nuevo Herald y profesor de la Universidad del Rosario
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