OPINIÓN

La universidad no se acaba por la pandemia

La pandemia ha mostrado que aún estamos bastante lejos de una oferta virtual que logre remplazar de manera efectiva la experiencia presencial

Eduardo Behrentz, Eduardo Behrentz
16 de junio de 2020

Se equivocan quienes vaticinan nubes negras sobre el sector educativo indicando que este enfrenta amenazas de similar naturaleza a aquellas que Uber significó para las empresas de taxis o la plataforma Airbnb para los hoteles.

Todos los que hayan convivido con un menor de edad en estos tiempos de pandemia habrán experimentado de primera mano la falta que hace el profesor experto. Un niño de siete años no se puede educar a través de un computador ni por medio de tareas que terminan haciendo sus papás.

Algo similar ocurre con la educación superior a nivel de pregrado. Si bien un joven de 18 años tiene mayor independencia y capacidad de autoaprendizaje, pretender que esto se puede lograr sin el acompañamiento directo de educadores profesionales es una ingenuidad. Esto, por supuesto, acotado a las instituciones de alta calidad que se toman en serio su labor.

La tecnología llegó para quedarse. Eso es verdad hace rato. Y es bienvenida como complemento de la labor docente, no como su remplazo. Esto lo entendía bien Charles Vest, quien como presidente de la Universidad MIT de los Estados Unidos, lanzó el proyecto OpenCourseWare en 2001. A través de esta iniciativa se publicaron digitalmente y de forma gratuita la totalidad de los cursos dictados en la que es, quizás, la mejor y más prestigiosa universidad del planeta.

Según las estadísticas oficiales del OCW (ver aquí), a la fecha se han puesto a disposición los materiales de 2.400 cursos, sumando 500 millones de visitantes. En sus inicios no faltaron los críticos ni quienes sugirieran que esto los llevaría a la quiebra. ¿Quién va a pagar el equivalente de 200 millones de pesos al año para matricularse en una entidad en la que todas sus clases están disponibles para cualquier persona en internet?

Vest contestaba: usted no ha entendido qué es lo que buscan quienes vienen al MIT. Casi 20 años después, la respuesta de este ingeniero visionario sigue vigente. Los estudiantes de pregrado y sus familias no están buscando instructores. Están buscando un ecosistema que alimente los sueños y desafíe las habilidades. Están cazando mentores y modelos para seguir y refutar. Y esto solo se logra, al menos para la mayoría, con la vivencia entre pares y la relación profesor-alumno.

Los seres humanos aprendemos a vivir en sociedad mediante las interacciones con otros y es mediante el diálogo y el trámite del conflicto que logramos nuestras creaciones más importantes. 

La emergencia nos llevó a la contingencia de ofrecer clases remotas sin estar plenamente preparados. Y sabemos que el modelo de formación totalmente virtual es más complejo y requiere de diseños sofisticados para poder hacerse con calidad. Una opción intermedia es la modalidad semipresencial (blended), en la que se combinan lo mejor de los dos mundos.

La modalidad blended habilita innovaciones como el “salón invertido” en que el estudiante observa material pregrabado con el contenido de cada clase y las sesiones presenciales se utilizan para ejercicios prácticos, discusiones y solución de preguntas. Esto a su vez hace posible que, durante el momento real de necesidad pedagógica, el alumno tenga enfrente a su maestro.

También se mejora la calidad y efectividad de las charlas magistrales. Desde el punto de vista del profesor, es muy distinto improvisar un discurso de una hora sobre el tema de la propia experticia que planear una conferencia que será pública y posiblemente masiva en su audiencia. La semipresencialidad nos obliga a preparar más y a dictar mejores clases.

El modelo blended también evita el contrasentido de someter a mentes jóvenes a sesiones de entrenamiento intelectual en horas y formatos que no son consistentes con su disposición ni preferencias. Mejor otorgarles la libertad de ver videos de 15 minutos en diferentes momentos del día que forzarlos a jornadas de 90 minutos que sobrepasan la capacidad de atención de cualquiera.

Invito entonces a la comunidad educativa a entender los aprendizajes forzosos que nos deja la pandemia y la posibilidad de sacar lo mejor de la crisis para dar un correcto uso a la tecnología como herramienta de mejoramiento de la docencia. Y qué bueno entender que le queda una larga vida a la relación presencial entre profesores y estudiantes. Yo no le apostaría a nada distinto en la educación terciaria de calidad.

 

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