OpiNión
La vacuna
La vacuna, para que no nos contagiemos de ese populismo rampante en América Latina, es, sin duda, una dosis de optimismo y realidad.
Este año que empieza es uno de los más cruciales que enfrentaremos en las últimas décadas. Los resultados de las elecciones presidenciales y legislativas tienen el potencial de impactar negativamente el rumbo de nuestro país y generar efectos que tardarán décadas en ser corregidos. Pero no todo está perdido. Las cosas pueden cambiar, y ese cambio de foco hacia el optimismo es precisamente la vacuna que necesita el país para abandonar la narrativa de lo negativo hacia una más positiva y, sobre todo, más realista y justa.
La oposición a este Gobierno ha hecho el trabajo que le corresponde: levantar una voz democrática señalando lo que no le gusta, lo que tiene que mejorar y presentando alternativas. Sin embargo, algunos, con intereses más oscuros, han deformado las observaciones válidas para convertirlas en narrativas de odio y desinformación.
Para evitar que caigamos en las voces de la desesperanza que siembran aquellos a los que les encanta la oscuridad y hacen política en la destrucción y no en la construcción, es determinante que los colombianos tomemos las decisiones que debemos rechazando los discursos en los que impera el odio y la revancha con datos y hechos reales. Hablemos y debatamos con cifras y no con retóricas y mentiras. Como suelen decir, todos tenemos derecho a tener diferentes opiniones, pero no a tener diferentes hechos.
Algunas realidades: en lo económico, Colombia terminó el año con un crecimiento estimado del 9,7 por ciento para 2021 y con un cuarto trimestre récord del 13,2 por ciento. En lo social, el país tuvo el aumento del salario mínimo en términos reales más alto de los últimos 50 años, y el ingreso solidario llegó a 3 millones de hogares. Vale la pena anotar que en el Gobierno Duque se han asignado el 48 por ciento de todas las transferencias sociales de los últimos 20 años.
Tendencias
En términos de infraestructura, las noticias también son positivas. El Gobierno calcula que se han rehabilitado y construido más de 5.400 kilómetros de vías, a lo que se suman más de 400 puentes y viaductos nuevos.
En el campo de las vacunas, el año pasado el Gobierno nos calló la boca a todos los que pensábamos que su adquisición y aplicación serían un desastre. Ahora que se habla de que cerca del 70 por ciento de la población tiene al menos una vacuna, los que anticipábamos la hecatombe tenemos solamente que quitarnos el sombrero y aceptar nuestra equivocación.
En lo relacionado con el proceso de paz, los últimos años tampoco han sido negativos. Al país le dijeron, y aún le repiten, que hay quienes quieren volver lo acordado trizas. Sin embargo, lo firmado en La Habana está “vivito y coleando”. A pesar de sus imperfecciones y de las consabidas dificultades en su aplicación, hay un consenso nacional en respetar lo acordado y exigir a las partes su transparente implementación. Eso también está saliendo bien.
Mirando las cosas con el prisma de los avances relativos y progresivos, nuestro país tiene razones para que lo invada el optimismo. Si sucumbimos al facilismo y oportunismo de lo absoluto, en el que la vara de medición son utopías incomparables, tomaremos la pastilla que nos llevará a la destrucción de lo mucho que hemos avanzado como nación.
La semana pasada en The New York Times el expresidente de Estados Unidos Jimmy Carter publicó una extraordinaria columna sobre los retos de su país este nuevo año, y como el más importante destacó la protección de la democracia.
El exmandatario, experto y además garante de múltiples procesos electorales en la región, aseguró que para su defensa serán claves el respeto por el imperio de la ley, la seguridad de los comicios, el fin de la polarización, la eliminación de la violencia política y el combate decidido de la desinformación.
Algunos dirán que peco de institucionalismo, mientras que otros en redes me catalogarán como “lamebotas”. Respetuosamente a ellos les diría que la exageración de la premisa del “contrapoder” peligrosamente puede terminar en una ciega oposición y un fervoroso activismo político. El verdadero lugar desde donde deberíamos estar apostados es el de la verdad y el cuidado de los menos favorecidos. No el de la defensa a ultranza de los amigos y el ataque infinito a nuestros enemigos.
En su escrito, Carter concluye: “Nuestra gran nación se aproxima al filo de un abismo cada vez más profundo. Sin acción inmediata, enfrentamos el genuino riesgo del conflicto civil y de perder nuestra valiosa democracia. Es hora de dejar atrás nuestras diferencias y de actuar juntos antes de que sea demasiado tarde”. Aplica perfectamente para Colombia. La vacuna, para que no nos contagiemos de ese populismo rampante en América Latina, es, sin duda, una dosis de optimismo y realidad.