OPINIÓN

La vice

El verdadero talón de Aquiles de Marta Lucía no es tener un hermano narco que quiso esconder durante 23 años.

María Jimena Duzán, María Jimena Duzán
13 de junio de 2020

Es cierto: tener un hermano narcotraficante no es delito y tampoco es un impedimento para llegar al curubito, menos en Colombia, donde los políticos que no tienen a algún pariente metido en el narcotráfico son una especie en vías de extinción.

El hecho de que la vicepresidenta Marta Lucía Ramírez hubiera decidido recurrir a toda suerte de eufemismos para confirmar que lo revelado por La Nueva Prensa era cierto, tampoco es un pecado mortal, así la deje muy mal ranqueada en materia de ética pública y de transparencia, dos cosas en las que ella se considera una experta. Está en todo su derecho de hacer el ridículo y de salir a maquillar las palabras para favorecer a su hermano, como de hecho lo hizo cuando en su comunicado calificó de “error” el delito de haber liderado una organización criminal que reclutaba mulas colombianas para introducir heroína en los Estados Unidos.  

El verdadero talón de Aquiles de Marta Lucía no es tener un hermano narco que quiso esconder durante 23 años.

Es cierto que para ninguna familia estos episodios son fáciles, pero como lo demostró el caso del hermano del general Naranjo hay maneras de salir con la frente en alto sin tener que hacer el ridículo. El general, a diferencia de la vicepresidenta, tomó el toro por los cuernos. Hizo una rueda de prensa inmediatamente supo que su hermano había sido capturado por traficar cocaína y en lugar de mostrarse como una víctima de una tragedia familiar dijo que se avergonzaba de lo que había hecho su hermano y le pidió perdón al país.

Marta Lucía Ramírez, en cambio, se ha lavado las manos, como parece ser una costumbre de este Gobierno cada vez que le salta un nuevo escándalo. Ella no se avergüenza de nada, ni siquiera del “error” de su hermano, y en cambio nos ha tratado de convencer de que semejante delito fue solo un traspié. Hizo todo lo posible por enterrar la historia y cuando 23 años después se conoce, en lugar de frentear al toro, sale con la perorata de que se trata de una estrategia sistemática para desacreditarla a ella y a su familia.

Pero el verdadero talón de Aquiles de Marta Lucía no es el de tener un hermano narco que quiso esconder durante 23 años. Eso demuestra su doble rasero en materia de lucha contra el narcotráfico, pero repito, tener un hermano narco no es delito. En cambio ser socio de uno –como lo ha denunciado un informe muy detallado de InSight Crime– sí es un tema de otro tenor que tiene a la vicepresidenta muy enredada.

Según esa investigación periodística que está muy bien sustentada, realizada por Jeremy McDermott, Marta Lucía y su esposo, Álvaro Rincón, habrían sido los socios en 2007 de un proyecto urbanístico con el Memo Fantasma, un antiguo capo de la droga y comandante paramilitar que, según InSight Crime, se ha ido reciclando con los años hasta convertirse en un exitoso empresario inmobiliario. Según esta publicación, el Memo Fantasma habría utilizado el mercado inmobiliario para lavar su dinero.  

Hasta ahora las explicaciones dadas por la vicepresidenta han sido insuficientes y escasas, y se han dado más en los estrados judiciales que frente a la opinión. Se le olvida a la vicepresidenta que ella es una funcionaria pública, que está sujeta al escrutinio y que debe responder las preguntas que la implican, sobre todo cuando estas surgen de una investigación tan completa y seria como la que ha hecho McDermott.

Ella insiste en que Memo Fantasma nunca fue su socio, pero no niega que él fue el que ofreció el terreno para construir el edificio, y aunque dice que el tal Memo era un empresario inmobiliario del cual no tenía ninguna queja, también ha dicho que hizo todas las averiguaciones posibles para indagar sobre su pasado, pero que nunca encontró nada. O sea, que sí, pero no.

Esa delicada línea entre la empresa privada y la función pública la ha transitado Marta Lucía con una arrogancia que solo tienen los que practican el deporte de la puerta giratoria. Siendo vicepresidenta llegó a tener en un momento el control de la infraestructura, pese a que su esposo tiene grandes intereses en el sector de la construcción. Y ella, que transita por tan sinuosa línea, nos mira a todos desde un pedestal de la moral que no tiene.    

Ahora el tema se le ha ido mucho más hondo porque ya no se trata de sus conflictos de interés, que los tiene y grandes, sino de sus presuntas relaciones con inversionistas que estarían –según InSight Crime– relacionados con el bajo mundo del narcotráfico.

La vicepresidenta ha convertido esta denuncia en un pugilato judicial contra el periodista McDermott. Ella le pidió una rectificación, pero él ha dicho que no se va a retractar, mientras que por el otro lado el Memo Fantasma lo está amenazando con una demanda de injuria y calumnia que todavía no le ha llegado.

Cuando no hay cómo responder, lo mejor es achacarles todo a los medios o a los periodistas que hacen bien su labor.

Siempre pensé que la vicepresidenta Marta Lucía Ramírez había llegado al poder para demostrar que las mujeres somos capaces de hacer una diferencia, pero lo que ha sucedido es lo contrario. Ahora veo que Marta Lucía Ramírez es una más de ese montón, de esa horda de politiqueros que se han apoderado del poder para usufructuarlo según su conveniencia y que consideran que sus actos no están bajo el escrutinio público.

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