OPINIÓN
Las benditas (¿o malditas?) tasas
Señores funcionarios públicos, no hay almuerzo gratis.
Las tasas de interés y la tasa de cambio de Colombia se encuentran disparadas. Su efecto en la vida de las personas es real y se siente en el día a día, destruyendo sueños de familias y empobreciendo a una población que en gran parte se rebusca para acceder a la siguiente comida.
Su primera consecuencia es la inflación, con un incremento desbordado de los precios de los alimentos que, para su producción, requieren de insumos importados que hoy valen por lo menos una tercera parte más que hace un año. La inflación y las tasas de interés también truncaron los sueños de gran cantidad de familias de adquirir vivienda propia, al incrementarse la cuota de los créditos hipotecarios alrededor de 50 % comparada con la de hace un año.
Bill Clinton decía que el incremento en las tasas de interés significa un pago hipotecario más alto, un pago de automóvil más alto, un pago de tarjeta de crédito más alto. Para la economía, significa que los empresarios no pedirán prestado tanto dinero, invertirán tanto dinero, crearán tantos empleos nuevos, ni crearán tanta riqueza.
El incremento de las tasas es principalmente responsabilidad de los gobiernos que de diferente forma colaboran para que se desborden. Es indudable que hay un efecto por la situación internacional, pero el efecto más fuerte se debe a las acciones y medidas que toma la clase política del país.
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El primer responsable de la devaluación y el incremento en las tasas de interés es el incremento del gasto del Gobierno, que en los pasados cinco años se ha casi que duplicado. A raíz de la pandemia el gobierno Duque aumentó desproporcionadamente el gasto público y este nunca volvió a sus valores iniciales. De 140 billones de pesos de recaudo de impuestos el país tuvo subió el recaudo tributario a 240 billones y, no contento con el tema, el gobierno Petro siguió aumentándolo por medio de la reciente reforma tributaria.
Como a pesar del incremento en el recaudo el dinero no alcanza para el desaforado gasto del Gobierno, el país tuvo que endeudarse, al punto que los inversionistas dejaron de creerle como sujeto de crédito. Entonces como el riesgo de prestarle al derrochador sector público creció, los inversionistas subieron sus tasas de interés. Y además, para colmo, les anunciamos a los inversionistas que vamos a dejar de recibir la plata de las importaciones de petróleo y carbón, por lo cual más le suben la tasa al país.
La solución a la devaluación del peso colombiano y las altas de interés pasa porque el sector público se vuelva responsable. Las altas cortes no pueden seguir avalando leyes que van en contra de la sostenibilidad del Estado, como el altísimo gasto que implicó el proceso de paz, ni avalando derechos a particulares que le cuestan millonadas al país.
El Congreso debe dejar de avalar presupuestos cada vez más onerosos y en vez de andar inventándose más y más gastos e incorporarlos en proyectos de ley, debe enfocarse en descubrir cómo disminuir la carga que ejercen a Colpensiones los regímenes especiales de pensionados.
El Ejecutivo, por su lado, debería abordar su labor como lo dicta el sagrado manejo de los dineros públicos, basado en la eficiencia y la eficacia. Se trata de que el dinero público que se desperdicia o no se optimiza lo termina pagando la gente por medio del incremento de las benditas tasas.
Señores funcionarios públicos, no hay almuerzo gratis. El billete que ustedes malgastan a nombre del Estado lo paga la gente porque la comida vale más o porque hacerse a una vivienda se vuelve inaccesible. Sean responsables, no maltraten más al prójimo.