OpiNión
Las camisas negras de Petro
La paz total, de la que tanto habla el presidente en escenarios internacionales, hoy está más cerca de la guerra total.
El temor que generó en los ciudadanos ver a la guardia indígena marchar por el centro de Bogotá y luego en formación militar apoderarse de las entradas al Congreso tiene precedentes históricos que hay que recordar. Siempre asociados a déspotas y al uso de ese tipo de intimidación con fines políticos.
Las camisas pardas, creadas en 1920, fueron unas milicias que con su poder de intimidación y luego el uso de la fuerza jugaron un papel fundamental en el ascenso de Hitler al poder. La misma estrategia la utilizó Mussolini con sus camisas negras, creadas en 1919. El objetivo fundamental de estas organizaciones paramilitares era claro: intimidar, intimidar, intimidar.
Hay otro tipo de organización de esta naturaleza, los colectivos de Nicolás Maduro. Una organización ya criminal que controla territorio y que es utilizada por la dictadura para reprimir protestas a lo largo y ancho de un país. Les permiten su actividad criminal de manera impune a cambio de jugar ese papel represor cuando la dictadura lo necesita.
Y finalmente están los grupos de autodefensa, que surgieron a mediados de los ochenta ante la indefensión de campesinos y hacendados del Magdalena Medio frente al accionar de las Farc. Este fenómeno se multiplica con la creación legal de las Convivir a mediados de los noventa y se desmadra por cuenta del narcotráfico, que las captura y las comienza a utilizar como ejércitos privados con fines del negocio de la coca, de control territorial y de combate a las organizaciones guerrilleras, que igualmente habían crecido al amparo del narcotráfico.
¿Y la guardia indígena qué es? A pesar de su simbolismo indígena y su bastón –que algunos de manera ridícula y absurda dicen que no es intimidatorio–, son una mezcla de todos ellos. Nacen supuestamente como una fuerza social para controlar su territorio, como las autodefensas y los colectivos, y proteger a su comunidad.
Sin duda son el poder detrás del negocio de la coca en zonas indígenas, pues al controlar el territorio es con quien los narcos tienen que entenderse para poder manejar esta industria criminal. Esa es una de las razones fundamentales por las que frenan el accionar de las Fuerzas Militares y de Policía, pues deben proteger ese rentable negocio, que justifican con la excusa de que es supuestamente ancestral. En ese sentido, son iguales a los paramilitares que defendían el territorio para proteger el negocio de la droga.
Pero con la llegada al Congreso y su discurso de defensa del Gobierno de Gustavo Petro y sus reformas, la guardia indígena destapa su verdadera identidad, que es muy similar a la de las camisas negras en Italia y las camisas pardas de Alemania. Su poder de intimidación, de ahí la máscara que esconde la mayoría de los rostros de sus miembros y la formación militar que mostraron esta semana en el centro de la capital, está al servicio de un dirigente político y de su causa. Y no nos digamos mentiras ni seamos ilusos, los bastones juegan un papel más que simbólico: generar terror en la ciudadanía. Así operaban las camisas pardas y las negras de Hitler y de Mussolini.
Hace unos meses, al final de una marcha estaba otra guardia indígena, imposible saber si es la misma, pues no muestran las caras, al frente del Congreso. Ocultaban su rostro con pañoletas impresas con la imagen del asesino homófobo Ernesto, el Che, Guevara. No sé si quienes la llevaban puesta sabían de la historia de ese nefasto personaje histórico, pero lo cierto es que quienes les dijeron que se la pusieran sí estaban probando el paso siguiente, el de sacar a flote su nuevo papel, la segunda fuerza de choque del petrismo.
Y es la segunda, pues la principal fuerza de choque, que quedó clara con el discurso de Francia Márquez del primero de mayo, es la primera línea. Los que destruyeron el Valle, incendiaron estaciones de policías y mataron bebés forman parte hoy de esas camisas negras o pardas, que, unidos con la guardia indígena, como se vio en los disturbios del 2021 cuando trabajaron juntos, son elementos críticos en esa combinación de las formas de lucha con que Petro pretende desestabilizar la democracia que lo eligió.
Ya lo dijo Petro desde el balcón: o se hace lo que yo quiero, o acá armamos un mierdero, y perdonen la palabra, pero no hay otra para describir lo que se viene. Típica actitud de un déspota, como el homófobo Che o el mafioso Maduro. De ahí la responsabilidad de la oposición, pero sobre todo de la sociedad para, primero, no dejarse intimidar y, segundo, responder con todo el vigor y toda la fuerza –dentro de la ley obviamente– a estas amenazas.
La verdad, pensé que acá íbamos a llegar, pero dentro de dos años. No, Petro y Francia destaparon sus cartas. Y lo que se viene es la reactivación de la primera línea y una guardia indígena mucho más agresiva, que aún no sabemos si deja el bastón y utiliza otras armas, como lo han hecho en enfrentamientos en el Cauca.
La paz total, de la que tanto habla el presidente en escenarios internacionales, hoy está más cerca de la guerra total. Es absolutamente irresponsable que, en un país donde se ha vivido la violencia que muchas generaciones sufrieron y de las que el primer mandatario formó parte, tanto el presidente como su segunda de a bordo digan lo que dijeron el primero de mayo. Parecen no entender el peso que tienen sus palabras.
De ahí que, si Colombia termina en una nueva guerra civil, los responsables tienen nombre propio: Gustavo Petro y Francia Márquez.