OPINIÓN

Las cicatrices de la pandemia

Con una reforma tributaria aguada, estaremos más cerca de perder el grado de inversión. Las tres calificadoras de riesgo más importantes le han advertido al Gobierno que es necesario que estabilice rápidamente las cuentas fiscales.

Eduardo Lora
19 de abril de 2021

No estamos cerca todavía de salir de la mayor crisis de nuestra historia. La recuperación en 2021 y los años siguientes seguramente será insuficiente para regresar a la senda de crecimiento del PIB y del ingreso per cápita que se tenía hasta 2019.

En los años más inmediatos, seguirán pesando algunos riesgos que podrían debilitar la recuperación, como lo ha advertido el Fondo Monetario Internacional en su más reciente ‘World Economic Outlook’. Uno de ellos es la posible reaparición de contagios con variedades más letales de covid, que obliguen a imponer nuevas restricciones, como está ocurriendo en este momento no solo en Colombia, sino también en otros países, como Chile, a pesar de su acelerada campaña de vacunación.

Otro riesgo es que se deterioren las condiciones de financiamiento para los negocios y las familias, bien sea porque las quiebras de empresas debiliten al sector financiero o porque el Gobierno enfrente dificultades para financiar su déficit. Este riesgo parece cada vez más serio, en vista del curso que ha tomado la negociación política de la reforma tributaria.

Con una reforma tributaria aguada, estaremos más cerca de perder el grado de inversión. Las tres calificadoras de riesgo más importantes le han advertido al Gobierno que es necesario que estabilice rápidamente las cuentas fiscales, lo cual requiere una reforma fiscal que genere, cuando menos, 2 por ciento del PIB de recursos netos (es decir, descontando gastos adicionales, como algunos de los que posiblemente estarán incluidos en la “reforma social”, como quiere llamarla el Gobierno).

Y, como también advierte el FMI, países como el nuestro no pueden ignorar el riesgo de que el descontento social conduzca a situaciones de desorden o a paros que debiliten la frágil confianza de los empresarios y los consumidores, y que, por consiguiente, afecten el consumo y la inversión. Las centrales obreras están convocando a un paro nacional el próximo miércoles 28 de abril, en protesta por la reforma. Podría prenderse la chispa para que ocurra lo que teme el FMI. Pero, más allá de estos riesgos más o menos inmediatos, la pandemia dejará muchas cicatrices permanentes en el tejido productivo, principalmente por tres razones.

Primero, porque una parte de quienes perdieron sus empleos abandonarán toda actividad productiva. A pesar de la recuperación que ha tenido el empleo desde que empezó la crisis, en febrero había todavía 900.000 desempleados más y 800.000 inactivos más que un año atrás.

Segundo, porque otros trabajadores habrán perdido parte de sus habilidades o se habrán quedado atrás en el proceso de automatización y ‘digitalización’ de la producción en los sectores más tecnificados. En los últimos 12 meses, muchas de las grandes empresas avanzaron más rápido en este proceso de lo que tenían planeado para los próximos tres años.

Y, tercero, a más largo plazo, porque muchos de los niños y jóvenes que se atrasaron en sus estudios por la pandemia no recuperarán ese tiempo perdido, y eso afectará sus posibilidades de inserción laboral y su productividad futura. A comienzos de este mes de abril, tan solo habían vuelto a las aulas 376.110 de cerca de 8 millones de estudiantes de los colegios públicos. De los 880 colegios oficiales del país, 638 seguían cerrados. Una gran incertidumbre es qué ocurrirá con la productividad en el mediano plazo.

El Dane ha mostrado que en 2020 hubo cambios enormes de productividad en casi todos los sectores. En algunos, como la minería y la construcción, la productividad verdaderamente se desplomó. Pero en otros, como la agricultura, el transporte, el comercio y los servicios, la productividad aumentó más de 5 por ciento, puesto que dejaron de trabajar muchas pequeñas empresas y trabajadores independientes que tenían muy baja productividad (y, por consiguiente, muy bajos ingresos).

Por eso, sorprendentemente, en el agregado de toda la economía, la productividad de los recursos efectivamente empleados aumentó ligeramente. Para mantener las ganancias recientes de productividad en los sectores más informales, se necesitaría que quienes quedaron cesantes puedan ser absorbidos rápidamente en otros sectores más productivos. Eso parece poco factible con nuestro patrón usual de crecimiento, que presta muy poca importancia al desarrollo de sectores sofisticados y de alta productividad.

Para eso, los gremios, los grupos económicos y las grandes empresas deberían estar concentrados en vincularse a las cadenas internacionales de valor y en acelerar la modernización tecnológica. Pero seguramente sus preocupaciones inmediatas están en cómo los afectará la reforma tributaria y qué políticas adoptará quien llegue al poder en 2022. Una cosa es clara: tendremos crisis para rato.

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