OPINIÓN

Las dos FARC

A pesar de los sucesos desafortunados que ha tenido la implementación del acuerdo, no podemos dejar de reconocer el compromiso que ha asumido el partido FARC con la reivindicación de los derechos humanos y las luchas políticas que buscan propiciar una seguridad jurídica alrededor de las necesidades de “la gente del común”.

Diego Aretz, Diego Aretz
11 de septiembre de 2019

Desde que se firmó el acuerdo final con las FARC en 2016, seguido de su desmovilización, pudo verse lo que sería uno de los factores más polémicos en la implementación del acuerdo, que ha sido lenta y en muchos casos se ha visto entorpecida por la falta de claridad. Este factor  estuvo en los procesos y las vías a seguir: la falta de compromiso o la inconformidad por parte de algunos miembros del ex grupo armado con lo pactado, lo cual llevó a la mayor crisis del proceso de paz desde el plebiscito del "sí" y el "no" y lo que yo llamaría la separación de las FARC, en dos. 

El florero de Llorente fue el caso de Jesús Santrich, quien estuvo en la cárcel durante aproximadamente un año por acusaciones de narcotráfico en su contra; no obstante, por falta de pruebas no pudo establecerse con certeza la fecha de los presuntos delitos cometidos por él.

A partir de su liberación y de su posesión como representante a la Cámara por el partido FARC y de que la Corte Suprema de Justicia asumiera la debida competencia de la investigación en su contra, muchos sectores manifestaron su descontento con lo que han llamado desde el principio “un acuerdo permisivo y generoso con los desmovilizados de las FARC”; este sentir se hizo más fuerte luego de que se fugara el pasado 30 de junio cuando, sin previo aviso, se separó del esquema de seguridad que lo acompañaba mientras se encontraba en una ETCR (Espacio Territorial de Capacitación y Reincorporación) en el Cesar.

De su escape se generaron diversas hipótesis desde todos los frentes políticos del país: se habló de una fuga por temas de seguridad y también de una posible reunión en la frontera venezolana con Iván Márquez y otros altos mandos de las FARC que se han apartado del proceso. Teoría que se confirmó hace unos días cuando en compañía de Márquez y otros miembros de la extinta guerrilla, un grupo de disidentes anunció su rearme y su regreso a la guerra a través de un video en el que además dio a conocer los que serán sus pasos a seguir y una lista de motivos que no distan mucho de las razones que impulsaron a los grupos subversivos a alzarse en armas hace más de 50 años.

Sin embargo, esto no solo es un sobre aviso de su rearme, es además una abierta invitación para generar un vínculo con el ELN para de este modo fortalecerse y empezar a recuperar el territorio perdido. Es verdad que las diferencias que tienen estos grupos en la forma de hacer y ver la guerra son muy marcadas, pero pese a que esto genere dificultades de acercamiento entre ellos, no es imposible verlos combatiendo juntos. 

Más aún cuando sus alternativas son muy limitadas, pues entre las opciones de combate que tienen están buscar ex militantes inconformes con la implementación del acuerdo y las garantías prestadas o dedicarse a el terrorismo urbano, como lo dijeron en su anuncio. Este panorama no es alentador, pero deja claro que crear una guerrilla como la que existió hasta hace tres años no será tarea fácil para este nuevo grupo.

En la otra cara de la moneda se encuentran la gran mayoría de ex combatientes que se comprometieron a dejar las armas y a retomar la vida civil, y que siguen vinculados al proceso en este momento. Según el informe trimestral del Consejo de Seguridad de la ONU del mes de junio representan cerca del 81,94 . El resto han vuelto a rearmarse y a formar parte de la disidencia.

A pesar de los sucesos desafortunados que ha tenido la implementación del acuerdo, no podemos dejar de reconocer el compromiso que ha asumido el partido FARC con la reivindicación de los derechos humanos y las luchas políticas que buscan propiciar una seguridad jurídica alrededor de las necesidades de “la gente del común”. Debemos señalar que hay dos FARC y hay que tratarlas con una lógica muy diferente. Están las FARC que le apuestan a la PAZ y al respeto a la democracia en cabeza de Rodrigo Londoño alias “Timochenko”, quien lidera la batalla por respaldar y respetar lo acordado con el país para una transición satisfactoria hacia la paz. Y las FARC rearmadas por un grupo de disidentes al mando de Iván Márquez.

Este es el momento en el que gobierno colombiano no puede dar el brazo a torcer en la implementación del acuerdo. Por el contrario, es preciso fortalecerlo y generar la confianza necesaria entre los dejados en armas y la sociedad. El Ejecutivo debe apoyar a quienes le han apostado a la legalidad con sus emprendimientos. Todos debemos abrazar los acuerdos y respetarlos para que la implementación no sea solo un sueño, y que toda esta lucha conjunta que se ha dado desde los diferentes frentes políticos y sociales del país se convierta realmente en la oportunidad de cambiar la historia, de demostrar que no somos la misma sociedad de hace 50 años que permitió que un conflicto escalara a niveles inhumanos.

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