OPINIÓN
“Ad hominen” y “ad populum”: las falacias de doña Vicky
Cuando doña Vicky en una de sus respuestas a mi trino me recuerda a mi familia y a mi hija y asegura que debo enseñarles a mis estudiantes valores, profesándome luego su admiración, está cometiendo un error de procedimiento porque se aleja del centro de la polémica y recurre a lo que se denomina en argumentación “ad pupulum”.
En su libro Las claves de la argumentación, el escritor y filósofo estadounidense Anthony Weston define las falacias explicativas “como argumentos que conducen al error”. Son tan comunes, nos recuerda, “que incluso tienen sus propios nombres”. Una de estas es el “ad hominen”, que consiste en atacar a la persona en vez de contrarrestar con argumentos sus ideas. Cada vez que escribo un artículo de opinión tengo presente tanto los consejos de Weston como los de Chaim Perelman, dos curtidos maestros en la enseñanza de la retórica y la argumentación escrita.
Hago referencia a lo anterior porque la semana pasada escribí un tuit en el que dije que “desde la lógica del periodismo serio, equilibrado, no tiene sentido sacar a Daniel Coronell de la Revista SEMANA y mantener a doña Vicky Dávila. Ahí sí habría que diferenciar entre la mierda y el cambiar”. Nótese que la premisa habla del “periodismo serio, equilibrado”, por lo que la analogía-conclusión debe ser una consecuencia de esta. Acá no hay nada personal, como lo dejó ver en su respuesta la reconocida periodista. Las circunstancias que tejen el texto están ligadas por una causa que es “el periodismo serio, equilibrado”, por lo que habría que diferenciar entre el periodismo “mierda” y el periodismo “caviar”.
Decir, pues, que mi intención fue la ofensa personal, o que traté a doña Vicky de “mierda” y no su manera de informar, es lo que permite diferenciar a los buenos lectores de los no tanto. De ahí que la significación de lo leído tenga interpretaciones erradas, ya que al sacar lo expresado de lo estrictamente situacional el significado sufre una alteración, y esa alteración es, por lo general, consecuencia de la ignorancia o de la mala leche. Si la mala interpretación es cognitiva, es entendible porque los accidentes son, necesariamente, involuntarios; pero si es consecuencia de la mala leche, este es, entonces, el resultado de una acción premeditada, que tiene como propósito “joder al otro”, o acudir a los sentimientos de los lectores, y ese hecho es considerado también en los procesos argumentativos como un yerro.
El gran Bertrand Russell escribió que los males del mundo se deben tanto a los defectos morales como la a falta de inteligencia, pero como no hemos encontrado un método para erradicar los defectos morales, el progreso tendrá que buscarse a través del perfeccionamiento de la inteligencia. Es decir, por medio de métodos cognitivos. Lo anterior, podría explicar por qué la gran mayoría de los estudiantes que ingresan a la universidad tienen profundos problemas de lectura y escritura, lo que repercute en la escasa interpretación de lo leído. No diferenciar entre un párrafo narrativo de uno descriptivo, o uno expositivo de uno explicativo, no es un problema moral sino un asunto cognitivo.
Cuando doña Vicky en una de sus respuestas a mi trino me recuerda a mi familia y a mi hija y asegura que debo enseñarles a mis estudiantes valores, profesándome luego su admiración, está cometiendo un error de procedimiento porque se aleja del centro de la discusión y recurre a lo que se denomina en argumentación “ad pupulum”. Es decir, apela a los sentimientos de sus lectores, sus fans o seguidores, quienes, de inmediato, extienden su apoyo a su discurso emotivo con insultos que dejan ver la debilidad de las premisas a la hora de armar un argumento. Al tender ese lazo emocional en su respuesta, crea el escenario perfecto para introducir un elemento que está por fuera del debate: su condición de mujer. Este nuevo agregado no solo desvió las razones que dieron origen al debate (el periodismo “caviar” frente al periodismo “mierda”) sino que buscó avivar la llama de un tema delicado y motivador de disputas como es el “respeto por la mujer”.
Esta desviación, si es cierto que es una falacia argumentativa, tiene como objetivo claro llevar al contradictor a un terreno donde se le pueda vencer sin obstáculos, pues, en este caso, el club de fans hará el resto: atacar “al pervertido”, “misógino”, “machista” (estos son solo algunos de los adjetivos con los que me calificaron) que osó insultar a una dama.
Pues no, doña Vicky, a los contradictores se les vence con argumentos, no con falacias. Al desviar el tema que dio origen a la polémica, hizo lo que suelen hacer nuestros políticos a la hora enfrentar a un contradictor, rival o, si se quiere, enemigo (y yo no soy su enemigo, pero sí su contradictor): llevar la polémica al terreno de lo personal y así saltar por encima del meollo del asunto. Y el meollo del asunto es lo que permite el debate, que, en este caso, giró sobre el buen periodismo que practica Coronell frente al suyo.
POSDATA: He vuelto a leer la última columna de Coronell en SEMANA. La he leído sin el apasionamiento del lector, sino con la mirada crítica del profesor que les recomienda libros a sus estudiantes. Lo he hecho para buscar ese hilo de soberbia que, según algunos columnistas que admiro, discurre en el texto que motivo su “salida” de este prestigioso medio para el cual escribo desde hace ya siete años. Pero no. No hay nada, pues cada una de las palabras que estructuran la unidad de esa columna están más cercanas a una súplica que a un imperativo.
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(*) Magíster en comunicación y docente universitario.