OPINIÓN
Las gibas del camello
La ‘inmunidad de rebaño’ se antoja aún lejana y el moderado retroceso de las últimas semanas en Colombia, México y Brasil (no en Chile y Perú) invita a reforzar las medidas de autocuidado.
El pronunciado repunte de casos positivos y muertes por covid-19 en Europa en las últimas semanas ha revivido el terrible espectro de lo vivido en ese continente en marzo y abril pasados, y llevado a que muchos hablen de una ‘segunda ola’ de la pandemia. Se ha especulado, entre otras cosas, sobre nuevas variantes del virus, de mayor letalidad, y sobre los límites a la inmunidad conferida a quienes ya lo han padecido. No obstante, lo que se observa en Europa pareciera, sobre todo, lo que normalmente se esperaría de la dinámica de un virus que aún no ha contagiado a la mayoría de la población.
Aunque con variaciones importantes entre países, al igual que entre sus regiones, el virus azotó ferozmente a Europa en marzo y abril cuando había mucho menor conocimiento sobre su comportamiento y letalidad, y antes de que los gobiernos y las personas tuvieran capacidad de reaccionar adecuadamente. En países como España, Italia, Francia y Reino Unido, con poblaciones no muy disímiles en tamaño (aunque sí en envejecimiento) a la de Colombia, se alcanzaron a registrar promedios de entre 800 y 1.000 muertes diarias.
Sin embargo, la misma viralidad extrema de esos meses, la toma de fuertes medidas por parte de los gobiernos y los cambios comportamentales de los ciudadanos, hicieron que la pendiente de declive fuera igualmente vertiginosa. Ya para fines de mayo y principios de junio las cifras de mortalidad eran menos de una décima parte de las registradas en abril. El advenimiento del verano contribuyó a que, para agosto, las muertes diarias en esos países se contaran con los dedos de las manos.
Con el cambio de estación, la relajación de medidas y la inevitable fatiga de los ciudadanos, la curva de contagios se volvió a acelerar a mediados de septiembre y, como consecuencia, actualmente las muertes diarias promedian entre 400 y 500 (algo menos en España)—aproximadamente la mitad de las observadas en la primavera. Naturalmente, hay variación importante entre regiones—las más afectadas a principios de la pandemia lo están menos ahora. Pero aún no hay señales claras de que esta segunda ola esté de salida.
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Al mirar el comportamiento de la pandemia en Colombia y otros países de América Latina, que acumulan totales de fallecidos similares a los de los países europeos mencionados, salta a la vista el contraste en las curvas de mortalidad. A diferencia de lo ocurrido en Europa, Colombia y otros países latinoamericanos sí lograron aplanar las curvas, tanto de subida, como de bajada. Mientras las europeas semejan al lomo de un camello bactriano, con dos gibas bastante escarpadas, las latinoamericanas son como las de los dromedarios, con su única giba de base amplia y pendientes menos pronunciadas.
En Colombia, el pico de fallecidos diarios—algo superior a los 300—se alcanzó recién a fines de julio. Tras permanecer en una meseta por cerca de un mes, las muertes comenzaron a caer paulatinamente hasta alcanzar un valle en torno a las 160 diarias a mediados de octubre. En el último mes, este registro ha aumentado gradualmente hasta llegar a 180.
Con los beneficios de no tener invierno (o ya haberlo pasado) y de tener poblaciones más jóvenes, aún con el hándicap que implican los mayores niveles de pobreza para asegurar un debido distanciamiento social, nada parece indicar, al menos por el momento, que Colombia y América Latina estén inmersas en una ‘segunda ola’. Sin embargo, la ‘inmunidad de rebaño’ se antoja aún lejana y el moderado retroceso de las últimas semanas en Colombia, México y Brasil (no en Chile y Perú) invita a reforzar las medidas de autocuidado.