OPINIÓN
Las orejas del lobo
El subtítulo ya no guardaba recato noticioso, sino que sentenciaba en tono editorializante: “La compañía se hunde como nadie lo hubiera imaginado”.
Fui despedido de Semana por el fundador Felipe López y esta columna cancelada por atreverme a discrepar públicamente de una decisión editorial de la revista. Unas semanas después –en un gesto que agradezco– la presidenta de Publicaciones Semana, María López, y el director de la revista, Alejandro Santos, vinieron a pedirme que regresara. Acepté y en la primera columna que escribí después de ese episodio que recuerdo con tristeza, pero con la satisfacción del deber cumplido, dije con toda claridad: “Vuelvo porque SEMANA garantiza que seguiré escribiendo con total independencia. Esa independencia incluye la posibilidad –presente y futura– de manifestar mi desacuerdo con la propia revista y de atenerme a las consecuencias de hacerlo. Reitero, letra por letra, la columna ‘La explicación pendiente’. Los hechos demuestran la validez de las preguntas planteadas en esa columna”.
Pues bien, ha llegado el momento de manifestar nuevamente mi desacuerdo y de atenerme a las consecuencias.
Esta semana la revista disfrazó de información relevante y de interés público un desquite contra un periodista radial que publicó informaciones molestas para algunos directivos de SEMANA.
El miércoles pasado, a las siete de la mañana, una reportera de la W Radio, dirigida por Julio Sánchez Cristo, leyó una publicación de primerapagina.com que decía: “Grupo Semana suspende hasta por 60 días las ediciones impresas de cinco revistas tras nuevos despidos”.
La información continuaba de esta manera: “Además de la salida en las últimas horas del editor capitalino José Guarnizo, y de Camilo Jiménez, director de la revista Arcadia, y Sara Malagón Llano, editora de la publicación, fueron despedidos 15 empleados administrativos, algunos colaboradores del nuevo proyecto digital de Vicky Dávila (a ella le redujeron en un 50% su contrato) y hubo recorte en el tamaño del nuevo set de televisión. Van 250 trabajadores –administrativos, comerciales y periodísticos– despedidos en Publicaciones Semana”.
Desde luego, SEMANA tiene el derecho a despedir empleados, si lo hace dentro del acatamiento a la ley laboral, o de renegociar el precio que paga a sus colaboradores independientes, para buscar la viabilidad económica de su empresa en tiempos especialmente difíciles para los medios. Lo que no puede hacer es usar la información de sus páginas, impresas o digitales, para castigar a quienes se atrevan a contarlo.
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La información reproducida por la W fue toscamente replicada desde las 8:52 de la mañana. Bajo la sección de Economía, el sitio web de SEMANA publicó: “Grupo Prisa cotiza mínimos históricos en bolsa”. Para ilustrar la noticia, SEMANA usó un tríptico fotográfico en el que aparece un edificio de Prisa en España, la fachada de Caracol Radio en Colombia y la cara del periodista Julio Sánchez Cristo.
Julio Sánchez no está involucrado en el manejo administrativo del Grupo Prisa, ni es responsable del comportamiento de la acción del conglomerado en un mercado estremecido como lo han estado todos por el coronavirus. Simplemente, usaron su foto en una información, sin mayor interés público, para pasarle cuenta de cobro menos de dos horas después de la publicación radial.
Ahí no pararon las cosas. A las 10:39 de la mañana, la repentinamente madrugadora, rencorosa y anónima sección de Economía de SEMANA tituló: “Declive histórico del clan Polanco: su participación en el Grupo Prisa Vale (sic) 4,2 millones de euros”. La prisa al parecer fue de los que armaron el titular, tanto que se les fue hasta con error de ortografía.
El subtítulo ya no guardaba recato noticioso, sino que sentenciaba en tono editorializante: “La compañía se hunde como nadie lo hubiera imaginado”.
Para ilustrar la nueva vindicta usaron la foto de Jesús de Polanco, el fundador de Prisa fallecido hace 13 años, y nuevamente la de Julio Sánchez Cristo, pero invertida digitalmente para que mirara para el otro lado.
Con estas publicaciones SEMANA incumple el deber de separar sus intereses corporativos de su misión periodística. Con todas las letras digo que es un acto antiético, además de innoble y antiestético.
Los accionistas de SEMANA son dueños de la marca, de su magnífico edificio, de los equipos, muebles y enseres, pero no de la información. La información es un bien público y solo se puede ejercer en beneficio de los ciudadanos, no de desquites empresariales.
Como periodista tengo el deber de decirlo y ustedes, como lectores, tienen el derecho a saberlo.