OPINIÓN
Las putas ricas
El tráfico sexual es indigno para la mujer y empequeñece a la sociedad que busca insertarla en su desarrollo.
De todo el escándalo que se ha desatado por cuenta de las noches de perdición que pasaron en Cartagena un número cada vez mayor de miembros del Servicio Secreto del presidente Obama, me ha impresionado lo rentable que resulta ser una prostituta en Colombia. Si nos atenemos a la tarifa que cobraba la mujer que le fue a reclamar al gringo, que es de 800 dólares por noche, la prostitución es sin duda uno de los trabajos mejor remunerados en Colombia.
A un profesional recién egresado, si le va muy pero muy bien, le pueden pagar 5 millones de pesos mensuales, a pesar de que sea una persona preparada y de que hable más de una lengua. Tiene que trabajar como una mula todo el día, sin que le paguen las horas extras. En cambio, una prostituta como la que se rumbeó al miembro del Secret Service, sin necesidad de saber más lenguas de la que habla -basta con que la que tiene la sepa utilizar bien en su trabajo-, se puede ganar fácilmente, con solo tres polvos semanales, la módica suma de 18 millones al mes. Y si hace más de tres polvos semanales y decide descansar solo sábado y domingo, puede ganarse la friolera de cerca de 30 millones mensuales.
Vistas así las cosas, la prostitución en Colombia se convierte en la profesión más rentable, no solo para una joven profesional, sino para cualquier mujer preparada y con experiencia, así tenga ella un Ph.D. en su currículum y haya trabajado toda su vida por un sueldo más bajo que el de sus colegas hombres.
A lo mejor esta sea la razón por la cual muchas mujeres preparadas y con Ph.D. de día son ejecutivas de empresas y de noche, damas de compañía. Ese fue uno de los hallazgos que hice cuando fui a hacer varios reportajes en prostíbulos para Soho en los últimos años. En lugar de encontrarme con la prostituta tradicional, de origen humilde, aquella que por no haber podido estudiar terminó en esa profesión para poder sobrevivir y ayudar a su familia, me encontraba con mujeres profesionales, preparadas, que se habían metido en ese mundo porque ganaban más dinero. Una de ellas recuerdo que me dijo que ese dinero le permitía ganar una independencia que no le daba su trabajo profesional. La frase me sorprendió no solo por su sinceridad, sino porque dejó entrever que en el fondo de su ser esa doble vida que se había fraguado le gustaba. Que no eran putas tristes.
Es evidente que el tráfico sexual en Colombia se ha convertido en una atracción para el turismo extranjero casi tan exitosa como la carátula de Time de Santos. Y puso sobre el tapete una realidad que a los colombianos poco nos importa y que no hubiera saltado a la escena internacional de no ser por la prostituta que hizo la bulla en el corredor por cuenta de que un cliente no le quería pagar: que muchos hoteles en Cartagena viven de ellas y que hoteles como el Caribe tienen prácticamente asumido el hecho de que sus huéspedes siempre van a llegar con estas damas de compañía, a tal punto que les tienen hora de salida. El turismo sexual es parte de ese mundo Caribe que se vende en Cartagena. El mismo que terminaron comprando los escoltas de Obama.
El tráfico sexual es indigno para la mujer y empequeñece a la sociedad que busca insertarla en su desarrollo, la misma que dice haberle reconocido finalmente sus derechos. Y no se puede convertir en una manera convencional para que las mujeres encuentren su libertad. Pero claro, si uno hace las cuentas y se pone a ver, el riesgo que se corre no es el de irse, sino el de quedarse desempeñando la profesión más antigua del mundo.
CODA: Lo único malo del concierto de McCartney es que uno sale con ganas de ver a John Lennon cantando sus canciones. Penny Lane, Lucy in the Sky With Diamonds, Because, Imagine, entre otras. ¿Será que semejante milagro también lo puede hacer el empresario Fernán Martínez?