Marcela Cubides

OPINIÓN

Las trampas de la meritocracia

El actual criterio del mérito está principalmente basado en los niveles educativos, que incluyen títulos de universidades nacionales e internacionales que figuren en los rankings.

27 de abril de 2021

Partidos y líderes de izquierdas y derechas, vienen usando la meritocracia, -mecanismos de selección de los más capaces o de quienes tienen el mérito- como el mecanismo perfecto para tomar sus decisiones y elegir sus equipos y representantes. Difícil sería ir en contra de este argumento, que en medio de la incertidumbre y de las banderas que promulgan la antipolítica, se nos presenta como la solución perfecta: que gobierne o lidere quien tiene el mérito, en una libre competencia que la gana quien más sabe.

Suena justo ¿no?, pero desde hace muchos años hay un debate mundial de fondo sobre la meritocracia y sus trampas, que no podemos abandonar, o terminará, como el adagio popular, más grave el remedio que la enfermedad. Considero tres trampas esenciales que debemos reconocer:

Primera trampa: el actual criterio del mérito está principalmente basado en los niveles educativos, que incluyen títulos de universidades nacionales e internacionales que figuren en los rankings. Esa noción de mérito tendría sentido, si contaramos con un sistema igual de oportunidades, en el que todos tuvieron el acceso y la posibilidad, más allá de barreras naturales, sociales, o económicas, de lograrlo. Pero ya sabemos que no es así. No todos juegan la misma competencia, porque no todos parten (o nacieron) desde el mismo lugar (o hogar), no tienen el mismo camino, no se entrenaron igual, no cuentan con los mismos tenis, o sencillamente no alcanzaron ni a llegar para poder participar.

Segunda trampa: si nuestro sistema de movilidad social se va a basar en un solo tipo de mérito, vamos a desincentivar el sentido del esfuerzo ante la visión de imposibilidad de llegar a esa meta impuesta, y por el contrario, podemos terminar promoviendo atajos. Por supuesto que debemos incentivar el esfuerzo, pero ampliando nuestra visión del mérito, y adaptándolo a nuestra realidad y nuestras necesidades.

Al mérito por conocimientos académicos como mecanismo de selección, tendremos que agregarle varios más: el mérito de la experiencia, aquello que no necesariamente se aprende en la universidad Top 1 sino en la universidad de la vida o de la política; el mérito de pertenecer a poblaciones que representen el conjunto de la sociedad y que deben ser mejor representadas: mujeres, personas con discapacidad, afro, indígenas, jóvenes; el mérito educativo que se construye desde el territorio y que tan difícil es vivenciar y entender desde las ciudades principales.

Solo si ampliamos nuestra visión del mérito, tendremos una comprensión más completa de nuestra realidad, y con ello iremos al fondo de las cosas: preocuparnos más por mejorar nuestro sistema de oportunidades, y por equiparar y compensar las desigualdades sociales y educativas. Según informe de la Ocde, en Colombia se necesitan once generaciones para que una familia pobre alcance un ingreso medio. Con este escenario, nuestra preocupación entonces debe estar dedicada a acortar los tiempos, y generar espacios, escaleras, ramplas, caminos y todo lo que sea necesario para posibilitar el ascenso social desde la visión de diversos méritos.

La tercera trampa reside en que la meritocracia parece mejorar la calidad de la democracia y la política, cuando en realidad, puede afectarla notablemente. Sorprende mucho cómo políticos, aún aquellos que promulgan permanentemente las banderas de las desigualdades sociales, usan la meritocracia como adalid de la transparencia, cuando podría llegar a ser completamente contrario al sentido mismo de la política y de la democracia.

La concepción de meritocracia es individualismo, la política es pluralidad; la meritocracia no permite el reconocimiento de las diferencia porque supone que todos compiten en igualdad de condiciones, la democracia ES el reconocimiento de la diferencia y de realizar acciones afirmativas necesarias para compensarlas; la meritocracia es la toma de decisiones por los conocimientos y habilidades individuales, la política es la toma de decisiones a través de consensos, y la escucha ciudadana; la meritocracia simplifica la realidad, la democracia comprende la realidad compleja para encontrar mecanismos pacíficos de vivir conjuntamente.

Siendo conscientes de estas trampas, principalmente en la política, nos queda dedicar mayores esfuerzos a cerrar las brechas e incluir diversas visiones de mérito ajustadas a nuestra realidad, pero prioritariamente que cuenten con sentido de responsabilidad, pasión y decisión de servir a las transformaciones de fondo que el país necesita.

Esta columna cuenta con interpretación en lengua de señas. Video al final de la columna.

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