OPINIÓN

Verdades incómodas

Las verdades incómodas de Gaviria, por su carga de fondo, supongo que no son esas que ahora se escriben con micrófono y no con el pensamiento, llenas de exclamaciones, de autoreferencias más que de reflexiones; se refiere a verdades incómodas pero sustentadas, analizadas y no banalizadas con lugares comunes propios de quienes no buscan una discusión sino la exaltación de su propia persona.

Poly Martínez, Poly Martínez
23 de mayo de 2019

“Quiero una universidad donde se puedan pronunciar las verdades incómodas”. Lo dijo Alejandro Gaviria esta semana, a propósito de su nombramiento como rector de la Universidad de los Andes. Y lo dijo en la misma semana, en el mismo mes y en el mismo año donde el microcosmos político de este país ha gritado, insultado, reencauchado mentiras y se ha inventado verdades; lo notificó al otro día de que un senador de la Comisión Quinta hiciera gala del insulto y la rabiata como único argumento.

Las verdades incómodas de Gaviria, por su carga de fondo, supongo que no son esas que ahora se escriben con micrófono y no con el pensamiento, llenas de exclamaciones, de autoreferencias más que de reflexiones; se refiere a verdades incómodas pero sustentadas, analizadas y no banalizadas con lugares comunes propios de quienes no buscan una discusión sino la exaltación de su propia persona.

Es significativo lo que quiere Gaviria precisamente porque una de las consecuencias de la polarización es que nos ha dejado sin centro, y no me refiero al centro político partidista, menos aún en tiempos de acuerdos nacionales excluyentes. Este estado de crispación y conmoción permanente ha logrado que los centros de pensamiento y la academia, tan necesarios para tener otras voces y perspectivas que procuren mirar más allá de las próximas elecciones y entiendan que el retrovisor es un momento y no la eternidad, se queden al borde de la pista del circo nacional.

La virulencia en torno al Acuerdo de paz, a la implementación, a todo lo que se refiera directa o indirectamente al tema ha espantado de escena al pensamiento crítico, es decir, al pensamiento que ha contrastado y analizado la realidad, los hechos y a partir de allí se pronuncia, aporta.

Pero en Colombia el pensamiento crítico es entendido como criticar, sacarse los trapitos al sol, el chismecito, lanzar tuits a diestra y siniestra con imágenes acomodadas e insultos fuera de lugar.

¿Dónde andan todos los think-tanks, los especialistas, los expertos de verdad? ¿Por qué su voz casi no se escucha? Oigo en diferentes lugares algunas respuestas en común: las verdades incómodas, es decir, los estudios y análisis que no apuntalen los intereses de los grupos políticos en contienda son descalificados a punta de memes, echándolos por tierra o envenenándolos con glifosato verbal, arrasando con la credibilidad que los estudiosos han construido por años. Son sabios y prefieren la cautela.

Sí, trabajan en el territorio –es decir, por allá en ese otro país, con la gente y las realidades de la población a donde los agitadores de salón nunca llegan- y no han dejado de cruzar variables, producir documentos y buscar alternativas. Pero su lectura de la realidad resulta incómoda, los pone en riesgo, los señala. Además, conocen las dinámicas del poder, los intereses que no se ven en televisión, no se escuchan en la radio y escapan a las letras de molde en la prensa. Son cautos y guardan las distancias para no atizar falsas polémicas.

Estudiosos y voces de la sociedad civil que no tuvieron espacio en los Acuerdos (siempre se dijo que le faltó pueblo-ciudadanía al proceso y ahora pagamos las consecuencias) pensaron que en la etapa de implementación podrían aportar sus conocimientos. Hoy, por el contrario, prefieren hablar a puerta medio cerrada. Si cuestionan aspectos de la implementación, los juzgan de enemigos de la paz, de darle munición al gobierno y a sus más fieros copartidarios; pero si aplauden los avances y defienden el cumplimiento de lo acordado, son calificados de bandidos, señalados casi como delincuentes; ningún ser pensante hoy quiere ser carne de cañón de los políticos, como me dijo alguno. Todos caminan pisando huevos, en un territorio de debate minado en todos los sentidos de la palabra, incluido el quedar reducido en alcance y categorías.  

Mucha gente se queja de la bien o mal llamada polarización, pero muchos también privilegian la jungla de las redes sociales a la hora de explicar o comprender temas complejos que exigen mayor profundidad y contexto; limitar la reflexión a 280 caracteres hace muy difícil enfocar discusiones sobre temas como la JEP, la erradicación de cultivos ilícitos o la deforestación como perversa modalidad de reforma agraria.

Entonces, sin esos centros pensantes, quedamos atados a las percepciones. ¿Cómo podremos ajustar o reforzar los aportes reales que el Acuerdo le trae al país, que siguen siendo cruciales para millones de personas y el futuro de esta nación? ¿No hay forma ya de hablar de paz? ¿Solo se vale decir “consolidación” y está proscrita la palabra negociación? Parece imposible el debate y hasta un nuevo diccionario de términos hay que utilizar ahora para poder hablar con las diferentes fuerzas políticas o entidades del gobierno, porque hoy se discriminan o silencian hasta las palabras. Eso es tremendamente riesgoso para el país, para la discusión democrática.

Los que sí saben afirman que esta situación es cada vez más delicada en las regiones, en especial tras el debate a las objeciones presentadas por el gobierno. Allí, lejos del ombligo político nacional, los centros de estudios están atrapados entre la violencia o descalificación de los líderes sociales y académicos, y los ataques de interesados a través de la prensa regional.

En ese berenjenal, todo hay que pensarlo más de dos veces porque cualquier ligereza trae consecuencias. Así , en estos tiempos donde lo que más se desprecia son las ideas, las verdades incómodas pueden terminan mal.

@polymarti



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