El gusto por la poesía es un misterio porque ella misma lo es; apela a nuestra dimensión emocional y exige de sus lectores una actitud abierta ante la recóndita música de las palabras, tanto como una actitud de asombro frente al milagro de la vida. Por supuesto no es necesario para gozarla profesar una fe religiosa, pero sí una postura reverente frente a lo insondable. Un cierto panteísmo.Conocí en la Universidad de Antioquia a un joven que escribía, al igual que yo, sus primeros poemas. Ese encuentro fue memorable en un doble sentido: el deslumbramiento que me produjeron sus textos iniciales, y la certeza de que, en cuanto a mí respecta, haría mejor dedicándome a otra cosa: mal abogado soy; peor habría sido de vate. Áspera ocupación escogió Elkin Restrepo. Mejor alternativa parecía ganarnos la vida en la profesión jurídica, que para eso nuestros padres, con no pocas privaciones, hicieron el esfuerzo de mandarnos a las aulas. Este es su testimonio:Volver una y otra vez sobre lo escrito,qué duro oficio.Un verso, un tono, una palabra,el sentido de una estrofa,algo hace falta allí,algo que dispute una razónal vano esfuerzo de vivir.Y el trabajo se torna un imposible.¿Cómo darle formaa lo que allí se rehúye sin cesar?¿De qué modo conseguir que tanta laborlleve a alguna parte?El oficio no es suficiente.Indecible es lo que el poema acuñapor fuera de su balanza.Pero un día, el menos esperado,el talismán perdido aparece,y la palabra, el giro, el acentoque hacía falta, llegay, una vez más,la música que oyes, te salva.En alguno de los pocos reportajes que ha realizado –Restrepo es hombre parco- señaló la importancia que en el desarrollo de su sensibilidad tuvo el cine que vimos en aquella época de nuestra educación sentimental. Nos deslumbraba la belleza, la juventud, el lujo de las vidas de actores y actrices que considerábamos, con pueril inocencia, inmarcesibles. Basta que pasen los años para advertir los agravios que -ellos también- padecen. Fueron esos los tiempos de Marilyn Monroe, Liz Taylor o Julie Christie, divas inolvidables hoy olvidadas. Elkin escribió una amplia galería de retratos ficticios de estas estrellas rutilantes del celuloide en su inexorable decadencia. Lean este sobre Anita Ekberg, a quien mis contemporáneos recordarán emerger, empapada, vistiendo un ajustado traje de fiesta, de la Fontana de Trevi en Amarcord de Federico Fellini.En Roma, eso ahora lo comprendes,el verano se convierte rápidamente en olvido,en hojas secas, en una sensación dolorosa.Las aves ya no chillan o chillan de manera distintaen las canoas de los viejos palacios,y en las calles otra luz desmorona el oro de la vida.Las cosas (tus cosas) parecen diluirseen un sueño confuso.y la desdicha llega a casay se instala como un viejo amante.Sientes que esto es nuevo en ti,un mensaje apenas recibido, una derrota.En las afueras del Coliseo,los escasos turistas rezagados se pasean,y las terrazas de los cafés están vacías,y las limosinas de las condesasy los ricos norteamericanosya no abochornan el tráfico romano.La ciudad también, como tú, ha perdido algo,su juventud, su fuego, su íntimo regocijo,y sobre la fachada de las edificaciones,de los palacios restaurados,la humedad, el tiempo que pasa y no vuelve,ensaya un nuevo color,cubre de moho y silencio el vasto material de los días.Pero Roma es eterna,y tu dolor, apenas una sensación nueva,una primera derrota.Tu dolor para el cual, ya lo sabes, no existebálsamo o sabiduría alguna que lo alivie.La personificación de los animales para analizar problemas humanos ha sido una constante en la literatura desde las épocas de Esopo y Fedro. Este bello poema no es, sin embargo, una fábula. Es una alegoría sobre el riesgo de perder el rumbo, no solo en el camino sino en la vida misma. Las transformaciones muy aceleradas de la naturaleza y la sociedad aumentan la incertidumbre sobre animales y hombres.Algo de trágico hay en este patoque despistado atraviesa la ciudadpor sitios que no son los suyos.Sus graznidos son de alarma,su mismo vuelo angustioso.Equivocó el camino,su propio instintole ha jugado una mala pasaday ahora su suertees cosa incierta.Una verdadera suerte será que alcancelas ciénagas antes de que anochezca.Alguien que se sale de rumbode esa maneraestá soberanamente perdido, piensa él.No alcanzará un lugar que lo acoja.Lo sabe el pato, de ahí su premura.Lo sabe él, a quien los añoslo han dejado mal arropado.Pero ahí van, uno y otro,Aferrados a esa luchaque en vez de llevarlosa alguna partemás los aleja de toda certeza y lugar.(La imagen que guardo es nítida y reciente: una garza, en su infinita blancura, posada en el separador de una calle infernal. ¿Habrá sobrevivido?)Por hondos que hayan sido los padecimientos que la suerte nos haya deparado, en estos años de juventud tardía (que otros llaman ancianidad), la actitud adecuada frente a la vida debe ser de gratitud:Ni solo, ni huérfano, ni desamparado,puedo sentirme.No puedo decir que algo me faltao me sume en la derrota.Tampoco llamar a la tristezapara que haga los oficios de la casa.Ni puedo alegar razonesporque el mundo no es como lo creo.No, no puedo, con tanta queja,convertirme en el ciegoque palpa y maldicela moneda de oro que se le entrega.Esa postura supone que tenemos la sabiduría necesaria para no esperar de la vida nada diferente de lo que dispensa al común de los mortales.Ningún anhelo mejorque la vida misma.Ningún sueño más apropiadoque la misma realidad.Ningún suceso mayora un díaen el cual no sucede nada.Una fiesta:el más trivialde los actos,el más distraído de los besos.Fábula,despertar y saberque estamos vivos.Por supuesto, nada impide imaginar que el destino -que es inescrutable- y el ejercicio de la libertad, que nos hace humanos, podrían habernos concedido una vida muy diferente.Ningún lugar mejorque la ciudadpara pensar en ciervosy bosques,para hacer del momentouna pura ensoñación,la vida que queremosy no existe,o existe en otra parte.Venados, osos, perros,montes y lagos,y en el camino que trazael candilde una luna de hielo,un hombrecon la pieza de cazaa cuestas.Por un instantesoy aquélque, primitivo,se libra al destinode un mundo naciente y áureo.Y pacta acuerdoscon la ruda Leyque le ofrece por sueñola vida.La vida salvaje y bella,donde copular, cazar, pescar,cambiar con el tiempo nómade,es suficiente,y donde no cabeilusión distintaa la labor de cada día,y el sueño es el simpledescanso,el dios que vela tus fatigas.Y vivir, el don.Ese mundo idílico, que alguna vez fue nuestro o que anhelamos, es una constante en la literatura. Es La Edad de Oro que Don Quijote enaltece, o el Paraíso Perdido de John Milton.La Ilíada narra la guerra de Troya, mientras que La Odisea despliega las maravillosas aventuras de Odiseo en su regreso a Ítaca y a los brazos de su mujer Penélope. Desde la antigüedad, estos textos fundacionales de la literatura occidental han sido reelaborados muchas veces. En el siglo XX lo hicieron Borges, Seferis, Joyce y Katsantsakis. En la versión de La Odisea de este último, el héroe homérico, a poco de retornar a Ítaca, decide emprender viaje de nuevo para morir, miles de versos después, en las regiones polares. Se rumora que luego de veinte años de independencia vagando por el mundo, no fue capaz de soportar la autoridad conyugal…En uno de sus mejores libros - “Como en tierra salvaje, un vaso griego”-, Elkin sigue estos precedentes ilustres. En su versión, Odiseo pereció en la batalla. Su épica historia habría sido falsa.Su regreso a Ítaca nunca sucedió, todo fue un sueño. Un sueño Escila y Caribdis, los lestrigones, el cíclope. Un sueño el abrazo lisonjero de Circe. Telémaco nunca fue en su busca, ni Penélope envejeció esperándolo. Herido de muerte por una flecha troyana, Odiseo da en imaginar que los Aqueos ganan la batalla, y que si la vuelta a la patria se retrasa, es por voluntad de los dioses que le cubren el camino de dificultades. En su delirio, ignora que nada de lo que sucede es real, y que aquellas aventuras que imagina, dignas de un verdadero héroe, son meras fantasías de un mortal común: un astuto consejero del rey Agamenón, que agoniza a las puertas de la ciudad. Al atardecer recogen su cuerpo en una carreta y, junto a los cientos de cadáveres que apestan el lugar, lo echan al fuego en una gran pira.Lo dije al comienzo, y lo repito al finalizar, que con frecuencia la mejor poesía tiene un tono críptico que nos fuerza a hallar sentido pleno a lo que el poeta apenas alude.No podría descifrarloya se sabeun sueño es un sueñoy sin embargoel día entero te acompañóun sentimiento talque no hizo másque preguntarsequé cosa había hecho élpara merecerloy a quéaurea legión de ángeleshabía dado alcancemientras dormía.¿Qué imágenes oníricas el poema evoca? Las tuyas y las mías, lector que hasta aquí nos has acompañado. Aquellas que mantenemos sepultadas en una intimidad que con nadie compartimos, pues aportan una felicidad recóndita que es incomunicable.