OPINIÓN

“La oligarquía está engendrando niños de dos cabezas”

Quizás ahí, en esa inmovilidad de las elites políticas y de la izquierda, está la explicación de la actual apatía electoral. Hay una crisis evidente del liderazgo.

León Valencia, León Valencia
19 de abril de 2014

Recuerdo la noche larga en la que Daniel Samper Pizano contó anécdotas de los presidentes colombianos desde los años sesenta. Me divertí mucho y me asombró el conocimiento minucioso que tenía de la vida de muchos de ellos. Ahora, desde ese saber inapelable, con motivo de su retiro del periodismo, en la entrevista a María Jimena Duzán, hace un retrato de las elites políticas del país. Al mejor estilo de un experimentado cowboy, sale de la cantina disparando frases de grueso calibre.

“Me doy cuenta de que formamos parte de un grupo que maneja casi todo en este país”, dice. O con una aseveración aún más cruda: “Somos parte de una oligarquía que manda el país”. Así va desgranando afirmaciones para mostrar que Colombia ha sido dirigida desde los albores del siglo XX por un círculo cerrado, por un gueto inaccesible. El poder se hereda, se entrega sin la menor turbación, al delfín. Es una sucesión infinita que se tramita en elecciones. La consecuencia de esto es que tenemos una democracia con serias limitaciones, dice.

Va más allá y hace una alegoría para dejar sentado que la rotación del poder entre unas pocas familias ha deteriorado de manera brutal el ejercicio político. “Tenemos un grave problema genético-político en este país”. “La oligarquía colombiana, para que sepan, ya está engendrando niños de dos cabezas”. “Eso pasa siempre en las familias nobles cuando se empiezan a reproducir entre ellas”. Y habla de delfines y caimanes. Algunos delfines son decentes, solo algunos, pero los caimanes “funcionan a dentelladas y son los hijos de los padres presos que anuncian que se lanzan a la política a reivindicar el nombre del padre y los eligen”.

Yo que me muevo entre intelectuales y políticos especialmente críticos del sistema, que leo libros y asisto rutinariamente a eventos donde se analiza la vida pública colombiana de manera despiadada, no había oído una descripción tan vívida de la política y el poder en nuestro país. Nada se mueve arriba. Caminamos en contravía a lo ocurrido en la mayoría de los países de América Latina. En los últimos 25 años se ha producido un impresionante revolcón de las elites políticas, se han venido al suelo las fuerzas que gobernaron la región a lo largo del siglo XX. Aquí no.

Pero la tragedia política de nuestro país es mayor a la que pinta Daniel. Tampoco se mueve nada abajo. Los jefes guerrilleros son los mismos desde hace 50 años, solo faltan los que han muerto, muchos de ellos de manera natural. Los líderes de izquierda son los mismos, también los dirigentes sindicales. Más grave aún, las ideas varían muy poco, en cambio las ambiciones y los hechos de corrupción crecen en sus filas cuando acarician un pedacito del poder.

Quizás ahí, en esa inmovilidad de las elites políticas y de la izquierda, está la explicación de la actual apatía electoral, del voto en blanco, del poco entusiasmo que despierta el gran proyecto de la paz con las guerrillas, del bajo registro en las encuestas de todos los candidatos. Hay una crisis evidente de liderazgo. Nadie parece interpretar los anhelos del electorado. Nadie genera un gran entusiasmo. Todo es medianía.

No creo exagerar si digo que es la primera vez que se siente un gran cansancio con la manera de gobernar el país y un cansancio también con quienes impugnan esa manera de gobernar. O, por lo menos, es la primera vez que esto se expresa claramente en las encuestas, en las redes sociales, en los paros y marchas populares. El liderazgo de la derecha pura en cabeza de Álvaro Uribe se ha derrumbado y no aparece aún una fuerza que lo reemplace. Es eso lo que ha puesto de presente de manera magistral Daniel Samper Pizano en la entrevista.

En circunstancias así ocurre casi siempre una de estas dos cosas: aparece un demagogo que mediante golpes de fuerza o de opinión se apodera del poder y ahonda aún más la crisis institucional; o surge un movimiento que desde la democracia ofrece un proyecto de reformas y una manera distinta de gobernar y arrastra a las mayorías del país. Crucemos los dedos para que ocurra lo segundo y no lo primero. 

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