OPINIÓN

A los que soñaron con un gran acuerdo nacional

Quienes apelaron a la generosidad de los líderes del No, pasaron por alto los intereses políticos de quienes se opusieron persistentemente a los acuerdos de La Habana.

León Valencia, León Valencia
26 de noviembre de 2016

Ni el acuerdo de paz del Teatro Colón es mejor que el de Cartagena, ni tiene más apoyo político y social que aquel. Sé que soy crudo y antipático al decir esto. Pero para pensar en el futuro, para proteger lo acordado, es mejor aceptar la realidad tal como es.

Se equivocaron los que creyeron que era posible ver la firma de Uribe en un acuerdo de paz. También los que pensaban que quizás con Uribe
no, pero con Marta Lucía Ramirez y Pastrana sí. Ni estos ni otros líderes políticos y religiosos tuvieron la grandeza que les pedían ilusionados partidarios de las negociaciones de paz.

Quienes elevaron esta petición fervorosa, quienes apelaron a la generosidad de los líderes del No, pasaron por alto los intereses políticos de quienes se opusieron persistentemente a las negociaciones de La Habana. Tampoco miraron con ojo crítico los resultados electorales de los últimos años.

El uribismo se crece en la controversia por la paz y en la disputa presidencial. Ahí es fuerte. Ahí tiene un electorado pendiente de un estímulo, pendiente de un llamado. Repito cifras. Su bancada en el Congreso alcanza el 14 por ciento y tiene apenas 56 de 1.121 alcaldes. No pega en los debates locales, no tiene allí suficientes operadores políticos y propuestas.

En cambio ganó la primera vuelta presidencial de 2014 y estuvo a punto de ganar la segunda vuelta. Luego ganó el plebiscito repitiendo votaciones en la mayoría de los municipios donde había triunfado en las presidenciales. Además, ha propiciado un gran desgaste de Santos y su gobierno mediante una feroz labor de oposición.

Muy ingenuos quienes creyeron que Uribe podría declinar la oposición, cerrar la rentable discusión sobre la paz y regalarle a la actual coalición de gobierno la firma para echar a andar el posconflicto. Nada de eso iba a pasar. En conversaciones con funcionarios del gobierno o con congresistas de diversos partidos les dije eso una y otra vez.

Santos, desde luego, estaba obligado a abrir negociaciones con el uribismo y sus allegados, no tenía otra alternativa después de los resultados del plebiscito. Uribe, astuto como siempre, propuso un gran acuerdo nacional y se sentó a negociar con el único objetivo de introducir cambios en los textos de La Habana, para luego, con cualquier pretexto, saltar otra vez hacia afuera del proceso y arreciar sus críticas en función de las elecciones de 2018.

La jugada le salió perfecta. En las conversaciones con los líderes del No el acuerdo perdió dientes para las transformaciones agrarias, la eficacia de la justicia transicional y la protección de los derechos de las mujeres y las minorías sexuales; y Uribe, muy orondo, dijo entonces que los cambios no le parecían y nuevamente se declaró en resistencia y lanzó la idea de un referendo para deshacer el nuevo acuerdo. El gobierno y las Farc se quedaron con el pecado y sin el género.

La disputa va a continuar en el escenario del Congreso por la refrendación y la implementación, y allí también los uribistas y uno que otro aliado que encuentren entre la diversidad de bancadas intentarán estrategias parecidas para seguir modulando los acuerdos, sin comprometerse con el proceso de paz y con el desarrollo cabal del posconflicto. Veremos si aquí también les dan resultado las maniobras.

Pero la batalla principal se librará en las calles y en las veredas del país. Si las fuerzas de la paz se duermen crecerá la movilización en favor de un referendo que tendrá pocas posibilidades de pasar en el Congreso, pero se convertirá en un eficaz preludio de la campaña presidencial. A los partidarios del acuerdo de paz no les quedará más remedio que apelar a los cabildos populares o a otras modalidades de consulta para incrementar el apoyo social y político a la paz negociada.

Y viene lo principal, lo decisivo, la disputa por el Congreso y la Presidencia en 2018. Ahora todo mundo ha sido notificado de que no hay blindaje jurídico inexpugnable, que el asunto es político, que si no hay mayorías para sustentar el proyecto de paz y las reformas acordadas, la calidad de la paz está en entredicho.

No será nada fácil lograr derrotar al uribismo y alcanzar estas mayorías, especialmente en las presidenciales. Los uribistas y sus aliados tienen dos grandes ventajas en este momento: dados los resultados del plebiscito tienen asegurado su paso a la segunda vuelta; y son una fuerza homogénea con un líder indiscutible. En cambio, la coalición de apoyo a los acuerdos de paz es una amalgama de corrientes y de líderes políticos que van desde la centro derecha a la extrema izquierda.

De ahí que no sea descabellada la idea de buscar una coalición amplia, diversa y estable para garantizar el posconflicto y la reconciliación. O dicho en los términos de Timochenko: la postulación de un gobierno de transición que emerja de las elecciones de 2018, pero que tenga desde ya algunas manifestaciones concretas. Si en la primera vuelta de 2018 la dispersión de candidaturas deja a los partidarios del acuerdo de paz con un candidato débil para enfrentar al rival uribista en segunda vuelta, el retorno de Uribe al poder estará garantizado. 

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