OPINIÓN

El destino de Robledo y Clara López

Robledo ha confundido a lo largo de estos años izquierda con oposición. No quiso aceptar que la izquierda, sin dejar de serlo, podía acompañar a Santos en la búsqueda de la paz y participar en su gobierno para alentar este objetivo. No comprendió que eso no significaba perder su filo crítico.

León Valencia, León Valencia
22 de abril de 2017

Otra vez se ha dividido el Polo y ahora está en grave peligro la continuidad de su representación parlamentaria. Es una lástima. Que una organización política haya tenido en su nómina a congresistas como Gustavo Petro, Carlos Gaviria, Antonio Navarro y Jorge Enrique Robledo, reconocidos en diversos momentos como los mejores parlamentarios en sondeos de opinión y en la calificación de sus colegas, es un verdadero lujo, un lujo que no se debía perder.

Esta corriente  ha sido, sin duda alguna, a lo largo de 15 años, la principal gestora de debates políticos en el Congreso de la República. El referente en los juicios a la corrupción, la voz más alta en la defensa de los derechos sociales consagrados en la Constitución de 1991, la bancada más decidida en la lucha contra la discriminación por motivos económicos, raciales y sexuales.

El mérito es mayor si se tiene en cuenta que su representación no alcanzó nunca el 10 por ciento de los congresistas. Desde una condición minoritaria han dado batallas memorables. Fue ese brillo parlamentario y esa vocación social lo que les permitió cosechar triunfos en la Alcaldía de Bogotá y votaciones importantes en cuatro disputas presidenciales.

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Pero su habilidad parlamentaria ha contrastado con su torpeza en el trámite de las diferencias al interior del partido; con su incapacidad para permanecer unidos; con su inflexibilidad a la hora de las alianzas y de la participación en la Rama Ejecutiva del poder; con sus limitaciones para orientar, vigilar y controlar sus miembros en el ejercicio del gobierno, como ocurrió en el caso de la familia Moreno Rojas en la capital del país.

Jorge Enrique Robledo ha reunido la mayor virtud y el mayor defecto. Ha sido un parlamentario excepcional por su inteligencia, su preparación, su espíritu crítico y su valentía al momento de las controversias y las denuncias. Pero a la vez ha sido el más rígido, el más sectario, cuando se trata de buscar acuerdos para la disputa presidencial o para la participación en el gobierno nacional en función de un interés mayor o del impulso a algunas políticas claves para el país.

Robledo ha confundido a lo largo de estos años izquierda con oposición. No quiso aceptar que la izquierda, sin dejar de serlo, podía acompañar a Santos en la búsqueda de la paz y participar en su gobierno para alentar este objetivo. No comprendió que eso no significaba perder su filo crítico.

No fue capaz de ver la gran fractura que se produjo en las elites colombianas y las inocultables diferencias entre Uribe y Santos. No quiso dirigir su innegable capacidad oratoria contra las fuerzas más retardatarias en cabeza de Uribe y de sectores del Partido Conservador. Al más viejo y elemental estilo del marxismo criollo sentenció que allí  no había diferencias, que todos eran iguales.

Apoyado en un disciplinado grupo de militantes que lo han acompañado a lo largo de su carrera política, ha ido forzando paso a paso la salida del Polo de sus pares en la conducción política: Garzón, Navarro, Petro y ahora Clara López, todos candidatos presidenciales, todos por la misma razón, porque en algún momento buscaron o aceptaron coaliciones políticas para encarar la disputa con la derecha pura y dura.

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Hoy está amenazada la presencia del Polo en el Congreso. Si Robledo persiste en su candidatura presidencial hasta el final es difícil, si no imposible, que este partido obtenga el umbral para mantener su representación.

Solo lo salva que se apruebe la reforma que permite la integración de listas entre diversas fuerzas políticas, y en ese caso Robledo tendría que acceder a una coalición con los verdes, con Fajardo, con Petro o con la misma Clara López, lo cual tendría muy poca lógica porque se estaría uniendo con alguna gente que ha sacado del Polo y que ahora tiene muchos vasos comunicantes con Santos.

Clara López en cambio ha perdido el carnet de un partido que la llevó a conseguir 2 millones de votos en la primera vuelta presidencial de 2014 y 500.000 en la disputa por la Alcaldía de Bogotá en 2015, pero tiene un panorama muy abierto en la campaña de 2018.

Su larga trayectoria en la izquierda y su reconocido compromiso con la paz le dan méritos suficientes para ser candidata presidencial y competir en primera vuelta en cabeza de una coalición de izquierdas que incluya al partido que surja de la desmovilización de las Farc.

Pero puede ocurrir también que alguno de los candidatos de la actual coalición de gobierno, un Germán Vargas Lleras o un Humberto de la Calle, decidan invitarla como fórmula vicepresidencial.

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Lo cierto es que la actual coyuntura política es tan incierta como rica en posibilidades. El plebiscito por la paz de octubre dejó a la coalición entre Uribe, algunas Iglesias y sectores conservadores con una probabilidad enorme de pasar a segunda vuelta si consiguen un candidato presentable, sin una gran cola de cuestionamientos y corrupción. En ese ambiente Clara López cuenta mucho para una coalición que le compita con opción de triunfo al uribismo.

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