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Opinión

Libertad, democracia y dolor, dos historias

La libertad es frágil y hoy está más amenazada que nunca en nuestro continente. No podemos ser cómplices pasivos de lo que sucede en nuestra región.

Francisco Santos
7 de diciembre de 2024

La libertad no es gratis y nunca la apreciamos hasta que la perdemos, como me sucedió en mi secuestro o como la perdieron los cubanos hace 64 años. En los premios Libertad y Democracia, esta semana vimos o, mejor, sufrimos el dolor de caso tras caso y de país tras país que ven como este don preciado desaparece o tambalea. Acá van dos historias.

Cuando se subió al escenario lentamente este cubano que lleva 64 años de exilio, nos contó con nostalgia cómo su infancia y su juventud las vivió en una Cuba donde había libertad. Diego Suárez, nacido en una familia de campesinos pobres en 1926, es un ícono de la diáspora cubana que hoy a sus 98 años no pierde la esperanza de regresar a una Cuba que por fin sea libre. Un emocionante ejemplo de vida y de perseverancia en la lucha por la libertad, pero también una radiografía de lo que van a vivir los venezolanos, los nicaragüenses y los bolivianos si siguen en el camino que van.

En ese mismo evento hablaron las dos hijas del periodista y candidato presidencial ecuatoriano asesinado Fernando Villavicencio. Ambas portaban una camiseta que preguntaba: “¿Quién ordenó asesinar a Fernando Villavicencio?”. El mensaje de Amanda y Tania es muy claro, la impunidad en este caso es el principio del fin de la débil democracia ecuatoriana, hoy luchando por sobrevivir al “correísmo”, que, asociado a los narcos, pretende acabarla.

Este crimen, y lo que ya se conoce, tiene un objetivo: tapar la relación directa del correísmo con los narcos. Es el equivalente al proceso 8.000 de Colombia, cuando los narcos financiaron la elección de Ernesto Samper a la presidencia, pero, increíble decirlo, en una dimensión mucho mayor que la de mi país, pues se trata de una articulación estructural entre la primera o segunda fuerza política de Ecuador con el crimen organizado.

Los audios que encontraron en el teléfono de uno de los grandes capos asesinados, Leandro Norero, muestran cómo su alianza con la bancada del expresidente ecuatoriano Rafael Correa no es táctica, sino estratégica. El caso “metástasis”, como se le llama a este proceso, además vincula a periodistas, autoridades judiciales y empresarios.

Uno de ellos, Xavier Jordán, vinculado por grabaciones, vive tranquilamente en Estados Unidos a pesar de tener circular roja de la Interpol. Su larguísimo prontuario parece no preocuparles a las autoridades americanas, algo que ojalá cambie ahora con el nuevo Gobierno.

El descaro de este personaje no tiene nombre, o quizás sí, el de amenazar y asustar como mafioso que es, pues se atrevió a intimidar a estas víctimas en Miami, donde vive, cuando entraban a recibir un premio póstumo para su padre. Claro, utilizó un abogado de pacotilla, pero el objetivo es claro. Hoy, tristemente, él y los acusados de esta relación con la mafia, y, por ende, con quienes asesinaron a Villavicencio, se sienten tranquilos, pues la actual fiscal no ha avanzado en las investigaciones a pesar de las abundantes evidencias que hay.

Es responsabilidad de todos los que amamos la libertad, el periodismo libre y la política decente no abandonar a estas jóvenes en su lucha por la verdad y la justicia, y nos urge mover todo lo que podamos en Estados Unidos y en todos los escenarios posibles para que este crimen no quede impune.

En ese mismo evento se presentaron otros casos, como el del activista boliviano Fernando Hamdan, quien creó la plataforma Transparencia Bolivia para defender la democracia y los derechos humanos en su país. Lleva seis meses arrestado, en prisión preventiva, “supuestamente” por haber participado en un golpe de Estado. Una de sus denuncias: cómo se utiliza este mecanismo para tener ciudadanos encarcelados hasta por 15 años.

Escuchar a un joven sacerdote cubano, Juan Lázaro Vélez, exiliado hace tres años de su país o a un viejo activista venezolano, Enrique Aristeguieta, último sobreviviente de la Junta Patriótica, que derrocó al dictador Marcos Pérez Jiménez en Venezuela en enero de 1958, hablar sobre la libertad perdida en un caso o ganada y vuelta a perder en el otro nos debe por lo menos preocupar, pues nadie en nuestra región está a salvo de ese destino.

Colombia es quizás el país que está más en riesgo, pero México, Ecuador, Perú, Honduras y Guatemala también siguen en ese camino. No nos podemos descuidar. Recuperar la libertad perdida, como nos lo mostró Suárez en ese evento, es casi imposible. Hoy las dictaduras de Venezuela y Nicaragua se consolidan y se convierten en amenazas a los países donde todavía hay libertad.

Salí del evento triste, tengo que decirlo, pues las historias humanas muestran la fragilidad del individuo ante el poder de un Estado represivo. También me llenó de tristeza escuchar que el exilio no cura y no sana el ansia de volver a la tierra por más años que pasen.

La libertad es frágil y hoy está más amenazada que nunca en nuestro continente. No podemos ser cómplices pasivos de lo que sucede en nuestra región. Estas historias son un ejemplo y una advertencia.

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