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JORGE HUMBERTO BOTERO

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Líder mundial

Fueron tan interesantes los silencios como las palabras del presidente en Naciones Unidas.

Jorge Humberto Botero
25 de septiembre de 2024

Sorprende que Petro, un presidente amenazado de muerte —según él mismo lo ha dicho—, no se haya referido a ese riesgo existencial, y que tampoco haya dicho nada sobre la conjura para destituirlo. En cuanto a lo primero, es prudente acompañarlo en sus preocupaciones y respetar que no divulgue las causas de su temor. Como es asunto de la mayor gravedad, por excepción, toca creerle. En cuanto a lo que llama “golpe blando”, que consiste en el funcionamiento regular de las instituciones, parece que se dio cuenta de que esa historia carece de credibilidad. ¡Aleluya!

Guardó un silencio que —como mínimo— podríamos llamar sepulcral sobre la paz total, que en tiempos más felices estaba en la cúspide de sus iniciativas. Ante su desplome, volver a hablar de una paz, que había prometido alcanzar en sus primeros tres meses de gobierno, habría sido ridículo. Es mejor esperar a que los malos dejen de serlo y se vuelvan buenos. Que finalmente acudan a su llamado y aprendan que el ánimo de lucro es pecado, depongan las armas y reciban unas parcelas. Por ejemplo, en La Mojana, para que cultiven o pesquen según el régimen de lluvias. En los ingenuos tiempos del presidente Betancur, eso se llamaba “casa, carro y beca”.

Sobre la revolución energética, basada en la sustitución de las energías convencionales por eólica y solar, desarrolladas y operadas por pequeñas “comunidades”, resultaba mejor escurrir el bulto. Los avances son nulos y estamos ad portas de una crisis energética de enormes dimensiones.

Y —claro— tampoco podía sacar pecho con la reforma pensional que, de pronto, se le cae en la Corte Constitucional. No sería tan grave, presidente. El programa Colombia Mayor, que existe desde hace años, no requiere ley para dotarlo de mas recursos y ampliar su cobertura. Lo que pasa es que su estrategia oculta consiste en financiarlo con recursos provenientes del mayor flujo de cotizaciones que recibiría Colpensiones si esa reforma pasara el examen. En eso —qué pena decirlo—, usted nos ha metido “gato por liebre”. La buena gente inocente que lo respalda en las calles no lo sabe. Bueno sería que lo supiera.

Era entonces oportuno apostarle a la consolidación de su liderazgo mundial. Es verdad que, hasta ahora, y como consecuencia de su decidido respaldo, sólo le para bolas el gobierno palestino. Pero nadie dijo que ese noble propósito fuera fácil. Toca persistir.

Es célebre, en el ámbito de las relaciones internacionales, el debate entre realismo e idealismo. O los países juegan en función de sus intereses, o lo hacen para promover elevados principios de justicia, pensando exclusivamente en la paz mundial y la sostenibilidad del planeta. En el siglo V antes de nuestra era, Tucídides lo abordó por vez primera en su Historia de la guerra del Peloponeso. Allí se narra que una delegación ateniense se dirige a los delegados de la pequeña isla de Melos para negociar, no la paz, sino las condiciones de su rendición.

Con claridad absoluta, cinismo si se quiere, les dice: “Ustedes saben, porque lo han aprendido igual que nosotros, que en las cuestiones humanas las razones de derecho intervienen cuando se parte de una igualdad de fuerzas, mientras que, en caso contrario, los más fuertes determinan lo posible y los débiles, lo aceptan”. Duras y odiosas palabras cuyo trasfondo de verdad es innegable.

En su discurso del martes, el presidente presentó una visión catastrófica del mundo, la cual se acerca —en su sentir— a la extinción como consecuencia del uso de los combustibles fósiles y el capitalismo. Hace parte de una larguísima saga. San Juan, en su ‘Apocalipsis’, profetizó el fin del mundo y la segunda venida de Cristo a la Tierra. Nostradamus, en el siglo XVI, en lenguaje críptico, realizó numerosas predicciones, incluso, según algunos, la llegada de Hitler al poder. Marx, en el siglo XIX, predijo el advenimiento de la sociedad sin clases y la abolición del Estado (se equivocó, como es bien sabido).

Petro se inscribe en esta ilustre tradición. Pero doblando las apuestas no asume la defensa de unos pueblos oprimidos frente a quienes los tiranizan. En el foro de Naciones Unidas —tómese atenta nota—, asumió una vocería planetaria. “No puedo más que decirles a los pueblos del mundo […] que ya no es la hora de los gobiernos, sino la hora de los pueblos”. Como es obvio, la gran prensa no recoge esta profunda innovación. Lo tendrán que hacer los medios alternativos y bodegas que el Gobierno financia.

Y justamente por eso afirmó: “Necesitamos construir el mayor ejército de todos los tiempos, compuesto de guerreros y guerreras de la vida. El ejército de la vida no tendrá las armas de la oligarquía global, no tendrá armas nucleares, no competirá por armas, ni tendrá los dineros a manos llenas de los bancos, ni el poder de destrozar los niños en los genocidios de la oligarquía; pero tendrá el mayor poder de todos, el poder de una humanidad unida que no se dejará quitar su existencia en el planeta”.

La consecuencia primordial de estas palabras es el aislamiento de Petro —¡de Colombia!— en la política internacional. Los gobiernos a los que desprecia e increpa, entre ellos los de los países desarrollados, carecerán de interés, por ejemplo, en trabajar con nosotros y los demás países de la región en la creación de un gran fondo para la protección de la selva amazónica. El insulto no fortalece vínculos de amistad.

Una vez expuesta la agenda planetaria era necesario ocuparse del vecindario. ¡Vaya sorpresa nos prodigó nuestro mandatario! Como Maduro ignoró el llamado a entregar las actas que prueban que su elección fue legítima, optó por un viraje de 180 grados. Ya Venezuela no es una dictadura; de ahora en adelante es, al igual que Cuba, un “país rebelde”, una prueba espléndida de la flexibilidad de la diplomacia petrista. De nuevo, Maduro es nuestro “nuevo mejor amigo”. Ignoro si Estados Unidos, Brasil y México, nuestros socios en la tarea de propiciar una salida democrática, fueron consultados.

Briznas poéticas. Con el atento saludo de don Nicolás Gómez Dávila: “Aceptando de buen humor nuestra mediocridad, el desinterés con que gozamos de la inteligencia ajena nos vuelve casi inteligentes”.

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