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Llanto y crujir de dientes

Se requieren sabiduría, carácter y grandeza en nuestros líderes para superar esta fatídica encrucijada.

4 de mayo de 2021

La carta constitucional impone al presidente una obligación primordial: “Conservar en todo el territorio el orden público y restablecerlo donde fuere turbado. En medio de los desórdenes se han presentado muertes de ciudadanos y de servidores públicos. Esta es la primera falla institucional, no importa quien tenga la responsabilidad en cada caso concreto, y a sabiendas de que las autoridades se han visto avasalladas por los hechos.

Algunos de estos brotes de barbarie han recaído sobre modestos empresarios, tales como el señor Pantano, quien, luego de una meritoria carrera deportiva, invirtió sus ahorros en un almacén de bicicletas que fue saqueado. Le tocará al Estado indemnizarlo, lo cual sucederá luego de muchos años de litigio. Otros de los objetivos de una delincuencia bien articulada han sido instituciones financieras, medios de comunicación y cientos de pequeños comercios. Su existencia y prosperidad dependen de un sistema político al que algunos grupos violentos quieren derribar.

No han tenido éxito las autoridades en jerarquizar los intereses colectivos a la salud con el derecho a la protesta social, justamente en el momento en que la pandemia alcanza cifras récord de contagios y muertes. Resulta inaudito que, como consecuencia de marchas y disturbios, se haya retrasado el arribo al país y la aplicación de las vacunas. Las aglomeraciones de hoy son el antecedente necesario de congestiones en un par de semanas en hospitales y cementerios.

La consecuencia previsible de la anarquía reinante será el fortalecimiento de las propuestas radicales desde ambas esquinas del espectro político. El expresidente Uribe ha pedido militarizar las calles, lo cual tiene amplia acogida entre los sectores que padecen el vandalismo y las protestas. A su vez, el senador Petro, ha sugerido a sus partidarios, entre otras cosas, abstenerse de adquirir bienes en “grandes superficies” y no realizar transacciones financieras. Ambas iniciativas son congruentes con su hostilidad al sector financiero (que, según él, no genera, sino que destruye valor) y contra las empresas grandes y formales, que son, por cierto, las que pagan buenos salarios y garantizan el acceso a la Seguridad Social. Preciso es advertir que estas invitaciones al sabotaje económico golpean, con especial crueldad, a los sectores populares.

Es necesario actuar con claridad y buen juicio para evitar que la película que estamos viviendo sea la continuación de otras parecidas que han padecido sociedades fracturadas. En 1989, la economía venezolana enfrentaba una aguda postración, exacerbación de la pobreza y crisis de las finanzas públicas. Para resolver la situación, se adoptaron las medidas que el recetario económico ortodoxo prescribe en casos como ese: liberación de los tipos de cambio y de interés, disminución de aranceles, incremento del precio del combustible y del transporte público, congelación de la nómina estatal, etc. Por razonables que fueran, esos ajustes fueron el detonador de una revuelta masiva -el célebre Caracazo-, principio que fue del colapso de la democracia y origen del “Chavismo”. Otras producciones cinematográficas de la misma zaga son las recientes de México y Brasil. El estancamiento económico, la plutocracia y la corrupción son el antecedente de los gobiernos populistas de ambos países. Sus orientaciones políticas son contrarias; los resultados nefastos y similares.

Todavía estamos a tiempo de corregir el rumbo. La atención de la emergencia sanitaria exige prohibir las grandes concentraciones mientras cede la pandemia. Hacerlo facilitaría la acción de la policía, que está diseñada para afrontar disturbios, sin recurrir a la militarización de las calles. Esa es una alternativa sumamente peligrosa: los soldados portan armas de fuego y están entrenados para matar a los enemigos de la república. Que el gobierno haya decidido utilizar esa posibilidad, le impone actuar con infinito cuidado. Frente a una lluvia de piedras y elementos explosivos el policía cuenta con un conjunto de elementos protectores; el soldado solo tiene el fusil…

A pesar de que los encierros colectivos son una estrategia usada por muchos Estados, no existe evidencia científica de que sean una fórmula adecuada: si las disciplinas de lavado de manos, distancia social y uso de tapabocas fueran respetadas a plenitud, la pandemia cedería rápidamente. La gente, en especial en las zonas pobres de las ciudades, no soporta más confinamientos. En vez de sacarla de las calles, hay que expandir la entrega gratuita de elementos de bioseguridad y ayudas monetarias. Además, esos segmentos poblacionales deberían gozar de prioridad en los procesos de vacunación; el riesgo de contagio, al margen de la edad de sus integrantes, es enorme.

Errores políticos en la presentación de la ley, su excesivo grado de ambición, tanto como el antagonismo propio de la época electoral, explican el rechazo, y, luego, el fracaso, de una reforma que era progresiva y de índole estructural. Buscaba financiar los programas de apoyo a los sectores pobres y vulnerables, y garantizar la capacidad para atender las deudas que la nación ha contraído en el último año. Esas cargas recaían fundamentalmente sobre los sectores pudientes, sin tocar la base de la pirámide, así se pidiera una contribución a la clase media que poco tributa.

Asediado por el estruendo callejero y su débil apoyo parlamentario, finalmente Duque retiró el proyecto fiscal: vaciado el contenido el continente era prescindible. Es difícil que esa decisión, por sí sola, desactive las protestas. Como la tributaria no era más que una bandera, la revuelta social ha persistido. En realidad, la gente se levanta contra la miseria que la estrategia de contención de la pandemia -aquí y en otras partes- ha generado. Ante la gravedad de la situación tal vez se requiera una gran convergencia nacional, no solo frente a esa ley, sino para algo más fundamental: cómo y con quiénes debe el presidente gobernar de ahora en adelante.

Briznas poéticas. De José Emilio Pacheco: “Pan que al romperte dejas escapar / el calor de la tierra, la humedad / de aquel suelo en que fuiste espiga, / danos / el sencillo milagro de este placer, / acompaña la dicha de la amistad / y una vez más recibe nuestras gracias / por librarnos de hambre y odio”.

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