OPINIÓN
Hipocresía a la carta
Fue casi un linchamiento, el que ocurrió en la Cámara de Representantes cuando hizo su ingreso a ese recinto el exguerrillero Jesús Santrice. Salvo escasos llamados a la cordura, predominó en el ambiente una expresión inmadura de la política llena de pasiones y arengas teñidas de odio y, por qué no decirlo, de hipocresía.
Lo tórrido de la escena es que esta fue protagonizada, en su mayoría, por políticos jóvenes que apenas despuntan en cuestiones de Estado y Democracia y que en un futuro tendrán sobre sus hombros la responsabilidad de conducir los destinos del país.
No fueron doctrinas políticas serias ni coherentes las que brillaron, tampoco conceptos de Estado sobre la justicia y la lucha contra esa plaga universal que es el narcotráfico, el argumento más elocuente fue aullar sentencias al exguerrillero hoy congresista: “Asesino, narcotraficante … no descansaré hasta que estés en una cárcel en Estados Unidos”.
Creo que nunca ha existido un momento ni una ocasión en el que hayamos estado en Colombia tan cerca de una auténtica solución al conflicto que nos dividió por décadas. Pasamos de lo utópico a la oportunidad de lograr consolidar un país sin balas; que no te maten por pensar distinto. Pero lo ocurrido en la Cámara con estos párvulos de la política revela la lejanía de un discurso innovador y pacificador, como si viniéramos de pasados muy distintos y la salida fuera la guerra.
La política es un vehículo de oportunidades para redimir el discurso esperanzador, pero en este caso se utilizó la tribuna para ofender, vilipendiar y dejar a un lado el argumento inteligente; pretender asociar los problemas que históricamente nos han afligido como sociedad en una persona -Santrich-, es tener una visión muy corta de nuestra propia realidad. Al país hay que sacudirlo de ese discurso elitista que por años engañó a los colombianos haciéndonos creer que el problema estaba en los grupos armados insurgentes, en el comunismo, para no cambiar el estado de las cosas.
Valdría la pena que estos muchachos se enteraran que en esas curules que hoy ocupan estuvieron sentados narcotraficantes; que desde el atril del cual expusieron sus vehementes posiciones hablaron los paramilitares Mancuso e Iván Roberto Duque, y fueron ovacionados hasta la saciedad por ese 40 por ciento de congresistas que ellos eligieron.
Que en los años setenta mandó la bonanza marimbera, y en los ochenta financiaron campañas políticas de liberales y conservadores; que en esos mismos años, incluidos los noventa, a través de bandas privadas armadas o llamadas Convivir, diseñaron deliberadamente un proyecto político-paramilitar que los llevó a controlar el Congreso, el poder local y regional; que hicieron una reforma agraria a punta de tiros, desplazaron ocho millones de colombianos y acabaron con un partido político asesinando uno a uno a sus militantes, incluidos dos candidatos presidenciales. Olvidar esa historia es como no reconocernos a nosotros mismos.
A Hernández Solarte, hay que cuestionarle su soberbia y arrogancia política; hay que enfrentarlo ideológicamente y derrotarlo con argumentos sólidos, pero no es suplantando la justicia como se logra; Santrich, como ustedes noveles congresistas, es un aforado y a los aforados los investiga la Corte Suprema de Justicia, como también lo está haciendo en los casos del senador Uribe y el representante Prada. Y la Suprema lo hace sobre la base de unos presuntos delitos por los cuales tendrán que responder, luego serán los magistrados quienes digan la última palabra y, gústenos o no, hay que acatar su decisión.
Les pediría a esos párvulos de la política más mesura, sosiego y agudeza en su homilía; no hay derecho a tanta dosis de fariseísmo cuando, por ejemplo, la mayoría de los congresistas va a votar un proyecto de ley sobre temas anticorrupción, como el que elimina la casa por cárcel o las suites en guarniciones militares a los delincuentes de cuello blanco, se tienen que declarar impedidos; ¿cómo se llama eso? Hipocresía a la carta.
@jairotevi