OPINIÓN
Lo mejor de la pandemia
Las tecnologías solar y eólica son ya, con diferencia, las alternativas más baratas para nueva generación eléctrica.
Un resultado inesperado y muy positivo de la pandemia ha sido la aceleración de la transición energética hacia fuentes bajas en carbono. A la caída del consumo de petróleo por las restricciones a la movilidad y el distanciamiento social y la reducción de la capacidad de compra de empresas y hogares—factores de corto plazo, presumiblemente superables—, se han sumado cambios comportamentales que en alguna medida se antojan permanentes—más teletrabajo, más reuniones virtuales, menos viajes de negocios, etc. Así como algunos elementos de cambio cultural que se reflejan, por ejemplo, en récords de ventas de vehículos eléctricos (cuando las de los convencionales están deprimidas) y bicicletas.
Estos factores del lado de la demanda se han visto acompasados de rápidas mejoras en los costos de las energías alternativas. Las tecnologías solar y eólica son ya, con diferencia, las alternativas más baratas para nueva generación eléctrica. Y la ventaja se profundiza cada día, pues con cada duplicación de los parques solar y eólico a nivel mundial, los costos disminuyen un 36% y un 23%, respectivamente. Lo mismo está sucediendo con las baterías—clave para resolver el problema de intermitencia de estas fuentes de energía y para la movilidad eléctrica. Su costo ha caído más de un 90% en los últimos 10 años, y con cada duplicación en el acumulado de producción, se reduce en un 18% adicional. BloombergNEF proyecta que las ventas de vehículos a gasolina en el mundo nunca volverán a alcanzar su registro de 2017.
En la misma línea, en su informe anual de perspectiva energética publicado en septiembre, la petrolera BP declaró que 2019 probablemente fue el año pico de consumo de petróleo en el mundo (se estima que en el caso del carbón este punto se alcanzó en 2013). Aunque otras petroleras han sido más cautas, muchas han adelantado su estimado de demanda pico de crudo y todas han castigado millones de barriles de reservas que ahora consideran nunca serán extraídas.
En este contexto, la realización el próximo año de la 26 Conferencia de las Naciones Unidas sobre Cambio Climático, ha derivado en una sana competencia entre países por anunciar metas cada vez más ambiciosas de reducción de emisiones de gases de efecto invernadero (GEI). China, el mayor emisor de GEI del planeta, se comprometió en octubre a llegar a cero emisiones netas en 2060, y se espera que el presidente Biden anuncie que EE.UU., el segundo mayor emisor, lo haga en 2050. Ya Japón, Corea del Sur, Reino Unido y Francia han dicho que lo harán para ese año. Y el pasado 27 de noviembre Colombia anunció que se comprometía a reducir sus emisiones de GEI en un 51% frente a la tendencia para el año 2030. Esto significa volver a niveles anteriores al 2000.
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The Breakthrough Institute, tanque de pensamiento enfocado en temas energéticos, considera que es posible que las emisiones de gases de efecto invernadero por actividad humana nunca vuelvan a sus niveles de 2019. Esta perspectiva, muy en línea con la última proyección de la Agencia Internacional de Energía, descartaría escenarios de aumentos de temperatura promedio superiores a los 2,5-2,8 grados centígrados a 2100; pero aún dejaría al planeta bastante por encima de lo que se considera el límite máximo tolerable de 2 grados de aumento. Lo cierto, sin embargo, es que los cambios coyunturales y estructurales que trajo la pandemia, aunados al rápido desarrollo de las tecnologías limpias y la señal política que representó la elección de Biden, hacen que este umbral existencial luzca hoy mucho más alcanzable que hace un año.