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Isabel Cristina Jaramillo

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Lo que podemos predecir sobre la violencia contra las mujeres: implicaciones para la justicia

Ya no estamos en situación de conformarnos con que quienes impávidos observan que las mujeres están bravas, escuchen nuestros reclamos y reflexionen sobre su privilegio.

12 de marzo de 2021

Esta semana, a propósito del Día de la Mujer, discutí con los estudiantes sus impresiones sobre los eventos de ese día. Algunos jóvenes expresaron su desaprobación en torno a la violencia que desplegaron algunas mujeres y hombres como protesta contra la violencia que ocurre en las calles, las estaciones de policía y el TransMilenio. Una sola mujer levantó su mano para decir que estaban sacando de contexto lo que había pasado y que había que reflexionar sobre las dificultades de las mujeres para acceder a la justicia. Insistió, ante los incrédulos ojos de sus compañeros en ZOOM, porque además ella prendió su cámara y dio la cara, que, a pesar de todo, las mujeres no logran mucho cuando se acercan a la justicia. Como si el destino quisiera confirmarme lo que ya sabía, entre ayer y hoy, dos colegas me llamaron a preguntarme si se habrán equivocado cuando no fallaron a favor de una mujer que había sido víctima de violencia, pero cuyo caso no encuadraba en la teoría vigente sobre la responsabilidad legal. He pensado mucho en estas dos imágenes encontradas: la de las mujeres destruyendo lo que encuentran a su paso ante la impotencia de transformar el discurso sobre la violencia que padecen, por un lado, y la de las mujeres tratando de entender cómo es que las teorías de la responsabilidad, creadas por hombres, podrían llevar a resultados diferentes de los que siempre se han obtenido, por otro. Parecería que las primeras tienen la razón cuando se dan por vencidas.

En diciembre de 2019, en una conferencia organizada por la Suprema Corte de la Nación en México, discutí una práctica que me parecía se había generalizado entre algunos jueces en Colombia de conceder a las demandantes lo que pidieran usando como excusa la “perspectiva de género”. Propuse que la perspectiva de género no podía ser un comodín para una serie de fallos insostenibles cuando la regla específica se pensaba como precedente. Expliqué la importancia de que protegiéramos los derechos de las mujeres a través de una teoría general de la justicia y argumentos coherentes sobre cómo lograr su igualdad. Me pareció, sin embargo, que debía admitir que este principio profémina que operaba en las decisiones de los jueces al usar así la perspectiva de género, podía justificarse si se aceptaba la intuición feminista de que, ante la ceguera totalizante del sistema, la única forma de transformarlo sería tomar como ciertos los daños reclamados por las mujeres, por incoherentes que parecieran. ¿Cómo más purgaríamos el ordenamiento jurídico de todos los sesgos y prejuicios que incorporan aún las más neutrales de todas las normas?

Me parece, sin embargo, que después de 50 años de contar con una sólida academia feminista, no tenemos que seguir insistiendo en la intuición, sino que tenemos herramientas para armar teorías que recuperen nuestras experiencias, intereses y puntos de vista. No es cierto que no tengamos argumentos para universalizar nuestros reclamos como expresión de justicia. Aunque mis colegas se sintieron acorraladas cuando les exigieron ir más allá y entender la injusticia que debían reparar, no necesitan ponerse en la posición de aceptar cualquier cosa porque la incertidumbre es demasiado grande. Tenemos datos, tenemos teorías sobre los datos que tenemos y tenemos teorías sobre los datos que no tenemos. Es con este arsenal con el que necesitamos seguir las conversaciones que tanto nos hemos esforzado por iniciar. En materia de responsabilidad por violencia doméstica, por ejemplo, sabemos que cuando las autoridades minimizan los riesgos que enfrentan las víctimas, el desenlace para ellas puede ser fatal. Sabemos que un agresor que tiene un arma, tenderá a usarla contra la víctima en cualquier situación de amenaza, incluso a expensas de su propia vida. Sabemos que un agresor que acosa a su víctima después de que esta ha logrado separarse, tenderá a buscarla para reconciliarse y podrá terminar matándola. En materia de violencia sexual, sabemos que los agresores buscan espacios privados en los que no sea posible conseguir pruebas distintas al testimonio, que se aprovechan de la confianza que tienen con la víctima, que insisten en las motivaciones de las víctimas para causarles daño. Sabemos que la violencia sexual afecta alrededor de un 40 por ciento de las mujeres a lo largo de su vida. Sabemos que las mujeres se sienten culpables de la violencia sexual que padecen porque sus agresores se aprovechan de su ingenuidad o de su confianza. Cuando digo sabemos, me refiero a que tenemos evidencia cuantitativa o cualitativa sobre los patrones y tipologías, ya sea que se hubieran recaudado en Colombia o en otros países. Me refiero también a que hemos reflexionado sobre el significado, las causas y las implicaciones de estos patrones y que deberían tomar en serio los años que hemos dedicado a construir explicaciones.

No deja de sorprenderme que cada año se publiquen los mismos datos y haya personas que pregunten sorprendidas por qué será que las mujeres no logran mayor igualdad, como si apenas se estuvieran enterando por primera vez de que algo así sucede. Ya no estamos en situación de conformarnos con que quienes impávidos observan que las mujeres están bravas, escuchen nuestros reclamos y reflexionen sobre su privilegio. Empezamos a reflexionar hace cincuenta años. Ahora lo que necesitamos es que lean los libros, estudien las teorías, construyan las suyas y nos dejen finalmente ir al mando de las soluciones que sabemos que necesitamos.

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