Los amigos de Platón

Este ejemplo en que amistad y poder se sobreponen, me hace pensar otra vez en lo arriesgado y dañino de acercarse mucho a los poderosos

Semana
5 de mayo de 2003

Hay una antigua sentencia latina que para algunos es casi un dogma de fe o un postulado ético irrebatible: "Amicus Plato, sed magis amica veritas", es decir, "soy amigo de Platón, pero más amigo de la verdad". Yo no estoy tan seguro de la validez absoluta de este aforismo, ni me siento capaz de cumplir siempre con su imperativo moral. Por el contrario, a veces, con tal de conservar a una gran amistad, estoy dispuesto a hacerme el de la vista gorda frente a ciertas verdades. Es más, creo que en esto no estoy solo, sino que esta tendencia a dorar la píldora o a doblar la lógica para defender a los amigos forma parte de una tendencia natural en casi todos los seres humanos. El asunto se me vino a la cabeza el otro día cuando -en un almuerzo con Susan Sontag durante la Feria del Libro- ella me hizo tres preguntas: "¿Ha escrito protestando por lo que acaba de hacerles Fidel Castro a los disidentes?". "Sí". "¿Mencionó en ese escrito el silencio cómplice de García Márquez?". "No". "¿Por qué no lo denunció?". "Porque Gabo ha sido una persona generosa conmigo, y concretamente acaba de hacerme un favor". Me di cuenta de que esta respuesta le molestaba, es más, le producía cierta indignación moral a la gran ensayista norteamericana, para quien seguramente el valor de la verdad está muy por encima del valor de la amistad. Volviendo a la sentencia latina, y para no parecer cínico en extremo, yo la matizaría del siguiente modo: se puede cumplir, pero dependiendo del Platón (es decir del amigo) y dependiendo del tamaño de la verdad. Si en el lugar de Platón pongo, por ejemplo, a mi hijo, puedo decir sin ninguna duda que siempre seré mucho más amigo de mi hijo que de la verdad. Si él, en una borrachera (cosa altamente improbable, pero en fin) matara a una persona en un accidente de tránsito, con mucha pena y todo por la víctima yo seguiría estando de parte de él y defendería su inocencia hasta con las mentiras más sucias. Ahora, si uno de mis mejores amigos se dedicara a secuestrar personas (cosa también muy improbable, pero en fin), estoy seguro de que ahí sí terminaría mi amistad con Platón y me pondría de parte de la verdad. Si uno es capaz de reconocer cómo está hecho su propio carácter (en casos no extremos prefiere a los amigos por encima de la verdad), o cómo funciona esta inclinación natural, para protegerse siquiera en parte de no ir a cometer demasiadas injusticias, lo mejor es limitar al máximo el número de los amigos. Pongo el caso, por ejemplo, de los amigos políticos o de los amigos escritores: yo evito al máximo tener amigos políticos, y prefiero no aceptar almuerzos, ni invitaciones a la casa, ni salidas a pasear. ¿Por qué? Pues para no irme a volver amigo de ellos y tener alguna vez que callarme una verdad. Otro gremio difícil es el de los escritores. ¿Cuántas veces no le toca a uno, por pura amistad, quedarse callado ante una novela desastrosa? Por eso es mejor mantener a los colegas de lejitos. Ahora, me dirán, en el caso de Cuba estamos hablando de personas fusiladas y de condenas a 20 años de cárcel. Pero estamos hablando también de 40 años de amistad caribeña, lo cual, en el caso de García Márquez, probablemente quiere decir que puede hacer más por los disidentes apresados si no rompe los lazos con el viejo dictador que si los vuelve trizas con una declaración de repudio público, a estas tan otoñales alturas de la vida. Además, quien mejor puede sopesar el valor de esa amistad comparado con el valor de esa verdad, es el mismo García Márquez. Sea como sea, este ejemplo en el que la amistad y el poder se sobreponen, me hace pensar una vez más en lo arriesgado y dañino que es acercarse mucho a los poderosos. Queda uno comprometido con Platón y le toca cerrar los ojos ante muchas verdades del poder. Porque no creo que haya poder alguno que esté exento de horrores. La esencia de casi todo poder es la brutalidad. Volviendo a lo que venía implícito en la pregunta de la Sontag, sobre si yo estaba obligado a denunciar el silencio de García Márquez (que ya la norteamericana le obligó a romper: Gabo condenó los fusilamientos), digo que ese silencio de él no me parecía una verdad tan grave como para cortar las relaciones con Platón. Lástima que en tal barullo se haya olvidado algo mucho más importante que dijo Susan Sontag en esta Feria. Lo de Cuba sirvió para levantar un ventarrón mediático, pero no para divulgar una denuncia mucho más seria y más trascendental: que con el actual gobierno de Bush su país estaba dejando de ser una república para entrar en una etapa claramente imperial. Qué descanso: en esto estoy completamente de acuerdo con ella, con Platón, y con la verdad.

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