OpiNión
Los daños de Petro
La democracia colombiana, en la que estos illuminati no creen, ha sobrevivido gracias a sus instituciones y a la fuerza de la separación de poderes.
Parece un circo, pero por las implicaciones que tiene para 50 millones de habitantes, claramente, es un drama. Me refiero al gobierno de Gustavo Petro y las repercusiones inmensas para el futuro de Colombia y de los gobernantes que vengan. Lo que ha sucedido en estos nueve meses de gobierno no tiene precedente y muestra un desorden, una corrupción y un desapego a la ley y a la democracia que no tienen par en la historia de Colombia.
No es solo el último y terrible escándalo que vincula al embajador de Colombia en Venezuela, Armando Benedetti, y a su antigua asistente, Laura Sarabia, quien se había convertido en la segunda mujer más poderosa del Gobierno como jefe de gabinete de Petro. Esta señora nombraba y botaba ministros y tenía un poder sin igual en la Casa de Nariño. Afortunadamente, Colombia no tuvo ninguna disputa importante en estos nueve meses, pues, si así manejó la situación del maletín perdido, ¿se imaginan lo que pasaría y de lo que sería capaz en una verdadera crisis?
Este incidente muestra el perfil de este gobierno: clasista, corrupto y violador de los derechos humanos. Estas, que fueron las tres banderas de la campaña y, supuestamente, del Gobierno de Petro, quedan sin piso luego de este incidente. Primero, desde la oficina anexa a la del presidente mandan chuzar a una mujer humilde por la pérdida de una plata, que nadie sabe cuánto era, pero que deja un olor a corrupción similar a la del hijo del presidente. Y, como si fuera poco, una de las más relevantes activistas de la izquierda radical, la senadora del Pacto Histórico Clara López Obregón, casi que justifica en un medio radial una chuzada ilegal, pues es a una sirvienta y no a un magistrado según sus propias palabras.
Esta chuzada tipifica de manera clara lo que este Gobierno ve posible y justificable en términos de violaciones a los derechos humanos. Si es humilde, si es de derecha o si va contra el Gobierno, es chuzable y sus derechos humanos no cuentan. La hipocresía en esta materia que tienen los iluminados de esta izquierda populista, que antes estaba en ONG de derechos humanos y hoy está en el Gobierno o en el Congreso, es evidente. Es más, las declaraciones del ministro de Defensa, Iván Velásquez, quien forma parte de ese illuminati, sobre su desconfianza con la Fiscalía para investigar este crimen reafirman esa posición.
Precisamente, estas declaraciones forman parte de la segunda herencia terrible que Petro le deja, en solo nueve meses, al futuro de Colombia: la desinstitucionalización. Las declaraciones de un presidente asumiendo ser superior jerárquico del fiscal, así se haya retractado, muestran ese sentido de siempre pasar por encima de las normas y del equilibrio de poderes, es decir, de la democracia.
La democracia colombiana, en la que estos illuminati no creen, ha sobrevivido gracias a sus instituciones y a la fuerza de la separación de poderes. Un claro ejemplo: en 1990 con la peor violencia de su historia, la sociedad colombiana y el Estado trabajaron coordinadamente para hacer una nueva constitución, que amplió y profundizó la democracia. En el Cono Sur, cuando tuvieron esa violencia, mucho menor, la verdad, los militares se tomaron el poder con las consecuencias ya conocidas.
El descrédito del valor de la palabra del presidente es otra de las herencias que va a dejar Petro. Claro, el expresidente Santos con el proceso de paz y sus mentiras públicas ya había devaluado ese valor. Pero lo del actual mandatario es otra cosa, el descaro para mentir y asumir las mentiras como verdades son hoy parte cotidiana y normal de su ejercicio del poder. ¿Qué puede pensar la sociedad en general sobre el valor de la verdad cuando su presidente miente sin compasión?
Otra herencia tiene que ver con el maniqueo manejo de la criminalidad. Hay criminalidad buena y hay mala, es decir, hay víctimas de primera y de segunda, como la sirvienta y el magistrado que mencionó la señora López Obregón. Por eso, se les permite mayor control territorial y se les da una y otra oportunidad a algunos mientras no se les da a otros. Los criminales, sean el ELN, el Clan del Golfo o las Farc, saben que se pueden salir con la suya al combinar las formas de lucha, matar al negociar y crecer al conversar. Eso se lo van a pedir a quienes vengan después y costará muchos muertos llevarlos a una negociación sensata, en la que no son iguales al Estado y a la sociedad democrática.
Y uno más, el debilitamiento de la fuerza pública. Al sacar 50 generales botó a la caneca dos generaciones de policías y militares entrenados para enfrentar la peor violencia. Y su escogencia de un director de la Policía que apenas le duró ocho meses muestra una gran falta de conocimiento y manejo de este tema. Gracias a Dios corrigió con un general de talla, pero que ya enfrenta una crisis por el circo que se maneja en Palacio.
Además, al entregar territorio a los criminales con el visto bueno del Estado y no respaldarlos en momentos de crisis como se debe hacer, dejará unas fuerzas desmoralizadas frente a una criminalidad empoderada. Vamos a un caos en orden público similar al de finales de los noventa, y recuperar lo logrado en materia de seguridad en los últimos 20 años va a costar un gran esfuerzo en materia de recursos humanos y, obviamente, económicos. La herencia en este tema va a ser clara y es quizás la que mejor entiende el ciudadano de a pie, que lo siente todos los días y que ya comienza a expresar su frustración.
Quedan muchas otras herencias que va a dejar Petro y que, con un gran costo, a los siguientes Gobiernos les tocará asumir. Pero hoy sí hay una que será difícil de borrar: la seriedad que tenía Colombia como país. Y eso que solo llevamos nueve meses.