OPINIÓN
Los desafíos de Silva
La concreción del contenido definitivo del acuerdo de cooperación militar con Estados Unidos va a recaer sobre los hombros del nuevo ministro
Me sumo a quienes han manifestado su complacencia por el nombramiento del nuevo ministro de Defensa, Gabriel Silva Luján. Además de su demostrada capacidad de gestión empresarial, Silva posee una mente estratégica que le permite lograr acertados criterios y visiones de largo plazo en los temas que han sido puestos bajo su responsabilidad.
Estas cualidades serán muy necesarias para encarar los retos de la seguridad nacional al final del segundo mandato de Uribe. Estos son algunos de ellos.
Obviamente, el primer desafío del nuevo Ministro es consolidar los éxitos alcanzados por sus antecesores y avanzar hacia mejores niveles de seguridad. Un requisito político para lograrlo es robustecer el apoyo nacional a la lucha contra el terrorismo y alcanzar el respaldo pleno y decidido a la fuerza pública en este propósito. En la orilla de la democracia no deben existir esguinces ni ambigüedades frente a la lucha contra el terrorismo. En este sentido, es bueno traer a colación la sentencia reciente de la Corte Europea de Derechos Humanos de Estrasburgo, cuando, al rechazar la ambivalencia de ciertos partidos en la condena al terrorismo en España, afirmó que "el comportamiento de los políticos engloba de ordinario no sólo sus acciones o discursos, sino igualmente, en ciertas circunstancias, sus omisiones y silencios, que pueden equivaler a tomas de posición, y hablar más incluso que toda acción de apoyo expreso". Más claro, imposible: frente al terrorismo, silencio es complicidad.
De otra parte, el nuevo Ministro tendrá que darle un nuevo aliento a la ofensiva militar contra los grupos terroristas, ya que en los últimos meses se ha notado cierto decaimiento en el nivel de operaciones del las fuerzas militares, al tiempo que se observa un incremento del número de ataques de estos grupos contra la fuerza pública. En efecto, en este período, y en comparación con el año anterior, el número de combates por iniciativa de las fuerzas militares ha descendido en 60 por ciento. Simultáneamente, esos grupos han aumentado sus ataques en 84 por ciento, sobre todo en lo que tiene que ver con hostigamientos y emboscadas contra el Ejército y ataques contra instalaciones de la Policía Nacional.
Tal vez esa caída en el número de operaciones ofensivas tenga que ver con el énfasis que recientemente se le está dando a la consolidación de las zonas donde han sido erradicados esos grupos ilegales, lo que demanda un pie de fuerza que se resta a las acciones ofensivas. Pero también, hay que decirlo, detrás de esa recaída podría estar el impacto negativo que en la moral de la tropa puede haber ocasionado la avalancha de demandas infundadas por "falsos positivos", que es parte de la guerra jurídica del terrorismo contra el Estado y que tiene, infortunadamente, un eco desaprensivo en los medios de comunicación. La lucha contra el terrorismo aún no está ganada y lo que se ha logrado en el frente militar no se puede arriesgar en el frente jurídico y en sus implicaciones políticas. Porque lo que estamos viendo es que los avances del adversario en el frente jurídico podrían estar teniendo preocupantes consecuencias en el frente militar.
De igual manera, es preciso mantener la presión armada sobre los grupos armados emergentes al servicio del narcotráfico y, sobre todo, sobre las estructuras mafiosas del negocio. El éxito alcanzado por las autoridades contra estas últimas ha generado un caos y una inestabilidad permanente en los carteles de la droga que ha afectado seriamente la producción y el tráfico de narcóticos en el país. Y tal vez de manera definitiva. Si a esto se suma la realización de una interdicción mucho más efectiva con la ayuda norteamericana que se va a ubicar próximamente en cinco o siete bases militares colombianas, tal vez lograremos por fin hacerle la vida imposible al narcotráfico dentro de nuestras fronteras y lo obliguemos a emigrar hacia otros países, por ejemplo, hacia Centroamérica, como parece que ya está empezando a ocurrir.
Y a propósito de bases militares, la concreción del contenido definitivo del acuerdo de cooperación militar con Estados Unidos, así como su puesta en ejecución práctica, va a recaer sobre los hombros del ministro Silva. De su habilidad en la diplomacia civil -y ahora también en la militar-, pero también del rigor que logre imponer en el control de los objetivos y el alcance de las operaciones de inteligencia que se van a desarrollar en el marco de ese acuerdo bilateral, va a depender en buena parte alcanzar la comprensión y recuperar la confianza del vecindario, bajarle al mínimo el volumen y resolver definitivamente la crisis actual. Y de pronto (¿por qué no) apaciguar y reaconductar a Chávez. Porque a Correa es una misión imposible. Y tampoco hay que pedir milagros.