OPINIÓN
Los españoles, culpables
Lo malo es que al sentir que ni todos caminan en la misma dirección ni contamos con información suficiente, acudimos a otras fuentes para ver qué diablos hacemos.
Deberían meterlos presos. Cada vez que veo al presidente de España y a su vicepresidente, Iglesias, me pregunto por qué Colombia no les pone una demanda internacional por diseminar el coronavirus. Son los principales culpables de que se haya expandido en Madrid a niveles incontrolables y que lo hayan exportado a Latinoamérica.
La semana previa al 8 de marzo, Pablo Iglesias, Pedro Sánchez y su pléyade de ministras incompetentes y ridículas animaban a los madrileños a secundar una marcha feminista celebrando el Día de la Mujer, pese a contar con el espejo de Italia y al llamado de expertos que lo consideraban una locura.
Tras la concentración de más de 100.000 personas, la esposa del vicepresidente y otra ministra dieron positivo de coronavirus. A ellas les practicaron las pruebas desde la primera tos, lo que no ocurre con el ciudadano corriente, que debe esperar a acumular síntomas y sentirse asfixiado para acudir a un centro médico a que le presten atención. Siempre, claro está, que no sobrepase los 80, porque lo probable es que lo dejen morir ante la falta de respiradores.
Lo que sería injusto es que al final solo terminen enjuiciados los dos colombianos que desobedecieron la orden de permanecer aislados.
Tampoco entendí la tardanza del Gobierno Duque en prohibir los vuelos desde Europa, especialmente los procedentes de España. Si repatriaron colombianos de Wuhan, debieron fletar aviones para transportar nacionales atrapados en el exterior, y al aterrizar en Bogotá llevarlos directamente a un lugar cerrado para que pasaran la cuarentena. Habría resultado mucho más barato que la paralización de medio país.
Igual no comprendo que no cuente con un pequeño grupo de científicos que asesore al Gobierno central, alcaldes y gobernadores a la hora de tomar decisiones sobre cómo controlar la enfermedad. Hay quienes temen, por ejemplo, que en Colombia se cumpla la previsión del primer ministro británico de un contagio del 80 por ciento de la población, pese a la opinión contraria de expertos que lo consideran imposible, dado que cada persona reacciona distinto ante el mismo virus y en China no ocurrió nada parecido.
El vocero diario, en todo caso, debería ser el ministro de Salud, salvo los momentos clave que exijan la presencia de Duque. Pero está desaparecido, jugando un papel secundario. De momento, la partida, porque aquí libran una competencia de liderazgos políticos así no les guste reconocerlo, la gana Claudia López.
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En lugar de acordar con el presidente y gobernadores vecinos las medidas drásticas que exigen coordinación, anunció el simulacro de manera improvisada, empezando por decir tres días y la suma daba cuatro, y dejar decenas de cables sueltos. Pero, al menos, dio la impresión de que cogía las riendas y hacía algo para frenar la pandemia, así fuera atolondrado.
También sonaba bien la idea de Duque de confinar en sus hogares a los mayores de 70, nada menos que hasta el 31 de mayo, pero caben incontables preguntas: ¿qué harán los que vivan solos o los que deban salir para rebuscarse la comida? ¿Tiene sentido imponer la misma norma en Bogotá que en Tiquisio, sur de Bolívar, o en otro pueblo lejano?
Y piden que te laves las manos cada tres horas, que parece poco, y pienso ¿no dependerá de lo que estés haciendo? Y así, dudas al infinito.
Lo malo es que al sentir que ni todos caminan en la misma dirección ni contamos con información suficiente, acudimos a otras fuentes para ver qué diablos hacemos.
Y eso nunca es bueno. Por Dios, pónganse de acuerdo. Los necesitamos unidos.
OTRA COSA: a pesar del desencanto y algo sacudido por los años perdidos en batallas estériles que iniciaron otros para acabarlo, Manuel Elkin Patarroyo nunca dejó de creer firmemente en sus ideas ni abandonó el largo y sinuoso camino de la búsqueda de las vacunas químicas que salven miles de vidas.
Con los equipos de jóvenes científicos que ha formado, no ceja en el empeño de convencer al mundo de que, con la metodología que lleva 40 años investigando, curar tanto la malaria, que mata a 2.000 personas diarias, como las cerca de 500 enfermedades virales que existen (coronavirus entre ellas) no solo será posible, sino asequible para los países pobres.
Resulta inaudito que le frenaran hace cinco años sus avances científicos y debiera limitarse a seguir sus labores a cámara lenta, solo en Bogotá, en espera de que le permitieran reabrir su centro de investigación de Leticia, donde por más de tres décadas experimentó con micos de la especie Aotus (monos nocturnos).
Ya no existen argumentos jurídicos ni de protección de la fauna para que no reanude sus pruebas con los monos, después del riguroso estudio del Sinchi y la Universidad Nacional. Sería incomprensible que el Gobierno Duque no dé la luz verde. ¿A qué le teme? n