OPINIÓN
El día de los inocentes
En vez de aplaudir el descubrimiento de una fosa en Dabeiba como una actividad promisoria de la JEP, el Gobierno ha intentado que pase inadvertida.
El término “falsos positivos” fue establecido por los medios para describir asesinatos fuera de combate. Suena trivial su origen. Algunos señalan que el término hace banal e insignificante el resultado. Al igual que el uso de “ejecuciones extrajudiciales”, igualmente un término equivocado e impreciso porque Colombia prohibió la pena de muerte hace muchas décadas, la muerte por asesinato.
Una de las fallas fue utilizar falsos positivos para todo delito. En el imaginario quedaba como que todo era igual, pero son muy diferentes. Y es fundamental que se haga la separación con el fin de honrar la verdad.
Hay que entender que cada asesinato descrito como falso positivo debe ser castigado por el nivel de culpabilidad y no se debe medir con la misma vara. Hay militares que matan por error. Por ejemplo, se ataca una locación que inesperadamente tiene civiles. Sin embargo, para prevenir una investigación, se viste a los civiles con las ropas del enemigo. Una jugada desesperada de un grupo de soldados para evitar su condena. Cabría en lo que llamaría el “fog of war” donde los hechos son difíciles de medir.
Pero los falsos positivos colombianos son otra cosa, más oscuro y no defendible bajo ninguna circunstancia. Es un acto de terror que busca generar zozobra y ganar puntos con los jefes de Bogotá.
Como táctica de contraguerrilla no sirvió, las víctimas eran escogidas por la facilidad con la que se podían desaparecer. No representaban peligro ni una amenaza a la seguridad nacional. Una lógica tenebrosa. Hombres de bajos recursos fueron engañados por otros y llevados a municipios. Allí fueron entregados a militares que luego los asesinaban y se encargaban de montar el simulacro para no dejar rastro. ¿El premio por abandonar los preceptos mínimos del ser humano? Días de descanso y unos milloncitos de reconocimiento.
Es aterrador el pensamiento que busca legitimar esta acción. No tiene perdón de Dios. Así no se derrota a la guerrilla; es más, le quita el honor a los soldados. Fue una política perversa que afectó a batallones y no sirvió para nada. Debemos evitar hacia el futuro la repetición de esa práctica. Es lo peor que nos podría pasar.
En vez de aplaudir el descubrimiento de una fosa en Dabeiba como una actividad promisoria de la Jurisdicción Especial para Paz, ha intentado que pase inadvertida.
Uno de los errores más comunes es tratar de minimizar los crímenes o asegurar que las Farc también operaron así. Deslegitimar al contrincante no es válido. Nuestro ejército es superior a la guerrilla; no es necesario ni conveniente luchar por lo bajo. La pelea no se gana con la deshumanización de las filas, todo lo contrario. El honor de nuestras Fuerzas Armadas se fortalece en la grandeza de muchos de sus hombres que no han cedido a semejantes actos criminales. Y eso explica nuestra victoria en la guerra contra las Farc.
Pero eso no justifica los falsos positivos. Tienen que ser castigados. Son actos de cobardía y no de valentía.
El partido de gobierno –Centro Democrático– ha intentado hallar justificación a las ejecuciones extrajudiciales. Que el número de falsos positivos sea menor no le quita el verdadero impacto. Un solo muerto produce escozor y nunca debe ser aceptado.
El Gobierno del presidente Iván Duque anda igualmente confundido. En vez de aplaudir el descubrimiento de una fosa en Dabeiba como una actividad promisoria de la Jurisdicción Especial para Paz, ha intentado que pase inadvertida. No comprendo el bajo perfil. Para la reputación del gobierno es fundamental estar al lado del bien. No se puede permitir una posición de ambigüedad e indecisión frente a un crimen de lesa humanidad.
Ese delito existió en Colombia. No podemos negarlo. Un decreto de 2005 dio vía libre para que los militares implementaran los falsos positivos. En el presidente Álvaro Uribe Vélez y sus ministros de Defensa, Camilo Ospina y Juan Manuel Santos, recae la responsabilidad política de este oscuro episodio de nuestra historia.
Lo que no se puede aceptar es enterrarlo; los colombianos merecemos conocer lo qué pasó. Hay centenares de madres que están en el limbo porque no han conocido el verdadero desenlace de sus hijos.
Durante años esta columna se opuso a la Comisión de la Verdad porque abría heridas del pasado que no resolvían el presente. Hoy creo que quizá Colombia sea una excepción. Nuestra historia ha sido tan violenta que merece una segunda mirada.