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Los hampones literatos

Los estudios sobre Hitler o las atrocidades de Stalin han sido material de lectura muy apetecido.Pero al menos sus historias no las escribieron ellos mismos para justificarse

Semana
4 de septiembre de 2005

Los asesinos que han escrito la historia de Colombia con tinta de sangre y pluma de plomo, ahora pretenden contarla también a su manera, y con todas sus verdades a medias o sus mentiras enteras, en letras de molde y en papel de imprenta. La historia de Colombia, al menos la que la mayoría de la gente lee, la están escribiendo los bandidos. ¿En qué se han convertido los semáforos de Colombia? En un basurero editorial. A veces en ediciones piratas, a veces respaldadas con el pie de imprenta de editoriales supuestamente serias, firmadas por periodistas de pacotilla o por tinterillos a sueldo, los hampones están dedicados a contar sus fechorías disfrazándolas de hazañas.

Y lo más grave es que el público devora esas patrañas con avidez, por esa vieja confianza ingenua en que aquello que se publica bajo forma de libro tiene que ser verdad, o que el que ya no tiene nada que perder lo dirá todo sin ambages, cuando lo cierto es que todas las personas buscan maquillar de moralidad incluso sus fechorías más abominables. Son libros escritos para lavarse las manos. Y como sus lectores son incultos, en general, no les importa que las justificaciones sean increíbles, ni les sirve de indicio de calidad que la ortografía sea pésima, la redacción disparatada, y la gramática de espanto. Todo forma parte de esa especie de veneración nacional a los violentos que han tenido éxito en su camino pavimentado con muertos. Hay que creerles a los machos que mataron tanto.

Cuando dentro de 100 años los estudiosos y los historiadores hagan sus investigaciones bibliográficas sobre los libros publicados en Colombia a finales del siglo XX y principios del XXI, se encontrarán con una gran cantidad de libros, aparentemente testimoniales, escritos por hampones o dictados por estos a periodistas mercenarios. Verán entonces que estas 'vidas ejemplares' que se nos proponen hoy como lectura popular, eran una especie de santoral invertido, el autoelogio hagiográfico de los delincuentes. Así como Jacopo da Varagine, en el siglo XIII, propuso la leyenda de Santa Marta, Santa Juliana y San Macario, para edificación de los cristianos, aquí se nos proponen hoy las hazañas delictivas de Castaño, Mancuso, Pablo Escobar, el 'Osito' o 'Popeye', para admiración de los colombianos.

No digo que estos libros deban ser prohibidos. Vivimos en un régimen de libertad de expresión. Lo que sí lamento mucho es que sean comprados con voracidad, y se los lea y se los crea como si los hubiera escrito algún iluminado. Mientras el libro de 'Popeye' puede haber vendido en pocos días 15.000 ejemplares, una investigación seria y documentada sobre el asesinato de Galán, la escrita por Fernando Cortés Arévalo, no vende nada, ni la conoce casi nadie.

Se acaba de anunciar también la publicación de la tesis de grado de Gilberto Rodríguez Orejuela. Su tema es la violencia en Colombia en los últimos 50 años, y la publicación servirá, al parecer, para pagar los abogados que él y su hermano necesitan en este momento para enfrentar su proceso por narcotráfico en Estados Unidos. ¿Quién se ofrecerá ahora a publicar el libro? ¿Norma, que hizo el de Mancuso (donde la periodista encargada deja que el hombre pase por alto todas sus actividades paramilitares), o la Oveja Negra, esa editorial famosa por haber timado incluso a García Márquez?

Mi Confesión, de Carlos Castaño, firmada por Mauricio Aranguren, ha vendido 110.000 ejemplares. Sin tetas no hay paraíso, un libro lumpen del periodista Gustavo Bolívar, sobre las muchachitas de pago de la mafia, es uno de los más vendidos en este momento. Y así podría seguir la lista, con el culto sórdido a la vulgaridad y a los hampones o a sus hembras de plástico. ¿Qué libro serio se vende en los semáforos en este momento? Ya no está ni la basura inofensiva de Coelho, desplazado por los mafiosos literatos.

El Mal, y los malos en general, ejercen sobre todos los humanos una especie de estupor fascinante. Las películas sobre Hitler, los estudios sobre su mente perversa, el relato detallado de las atrocidades de Stalin, las sagas hipnóticas de los dictadores latinoamericanos, han sido un material de lectura muy apetecido a nivel mundial. Pero al menos sus historias no las escribieron ellos mismos para justificarse. Supongo que esta fascinación enfermiza no es muy distinta a la que sienten los adeptos a los ritos satánicos. En ambos casos, tal vez, se quiere dominar a los demonios, invocándolos. Tal vez exista la ilusión de que conociendo de cerca el Mal, podamos neutralizarlo, o usarlo contra los enemigos, y salvarnos a nosotros mismos.

Sufrimos de una especie de fascinación por la maldad; le rendimos culto al muy dudoso heroísmo de los asesinos; padecemos el hipnótico encanto de los sicarios, como si sus armas de muerte fueran, en vez de simples balas asesinas, rayos divinos de dominación. Antes había un temor reverencial por sus actos violentos; ahora es peor, ahora se leen con fruición sus palabras.

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