OPINIÓN
Los límites del autocuidado
El autocuidado tiene sus límites, tanto en el control de la pandemia, como en el ámbito económico y social.
Hace tres meses, en las páginas editoriales del diario La República, el analista Alberto Bernal elogiaba al sistema socioeconómico de Suecia y los resultados de su estrategia “liberal” de respuesta a la pandemia. Es innegable que el país escandinavo es ejemplar en múltiples dimensiones. Logra un altísimo estándar de vida y una sociedad equitativa y cohesionada, que además ofrece amplias libertades individuales, protección a los más vulnerables y buena movilidad social. Sin embargo, la caracterización que hace Bernal del modelo sueco es incompleta; y su apología del manejo de la pandemia hoy luce, cuando menos, apresurada.
Bernal tiene razón en que Suecia es “uno de los países más libres del mundo” y la “antítesis de lo que defiende la demagogia latinoamericana” (de izquierda y de derecha, agregaría yo). Es cierto, como también dice—sustentado en una columna de Johan Norberg del Instituto Cato, de inclinación libertaria—que en los años noventa Suecia acotó el rol del Estado frente a los extremos que había alcanzado en los setentas y ochentas, redujo tasas impositivas y abolió algunos tributos, y liberalizó muchos aspectos de su economía, dando impulso a la iniciativa privada. Una “revolución económica libertaria” la llama Bernal citando a Norberg.
Pero el modelo sueco se caracteriza mucho más por la moderación y el pragmatismo que por el ultraliberalismo. Está lejos de ser un sistema socialista; los activos productivos están en manos privadas. No obstante, el gasto público bordea la mitad del producto interno bruto, y el recaudo de impuestos es del 43 % del PIB (frente al 25 % en los EEUU). Suecia ha reducido los tributos a las empresas, pero la tasa máxima de impuesto a las personas es del 57 % (vs. 44 % en los EEUU). El país escandinavo aplica soluciones de mercado en frentes como las pensiones y la educación, pero sin eliminar el rol del estado como garante del cumplimiento de ciertos “mínimos” y de la promoción de los más necesitados.
Ahora que se anuncia una reforma pensional en Colombia, bien haría el Gobierno en mirar el sistema sueco que incluye pensión mínima garantizada para los de menores ingresos y combina aspectos del régimen de prima media y del de ahorro individual, asignando roles importantes al estado y al sector privado, y garantizando la equidad en los beneficios y la sostenibilidad fiscal.
Suecia asimismo aporta lecciones en cuanto al manejo de la pandemia, ahora que Colombia alcanza un segundo pico. Cuando Bernal escribía a fines de octubre, las muertes diarias por efectos de la covid en Suecia se contaban con los dedos de una mano. El columnista declaraba el éxito de la estrategia sueca, basada en la responsabilidad individual y el autocuidado. Sin embargo, pocas semanas después, ante la aceleración de los contagios, el gobierno del primer ministro Löfven viró de curso e impuso medidas restrictivas, incluyendo la prohibición de reuniones de más de 8 personas. A fines de diciembre, las muertes estaban disparadas, y aunque el segundo pico parece haber quedado atrás, a la fecha Suecia acumula 10 % más fallecidos por millón de habitantes que Colombia.
Aunque es cierto que la economía sueca se ha visto menos perjudicada por la pandemia que las de la mayoría de los países europeos y los de Norte y Sudámerica, su desempeño no luce nada bien con respecto a los de sus pares escandinavos. Los fallecidos por millón de habitantes en Dinamarca son una tercera parte de los de Suecia, y los de Finlandia y Noruega una décima parte, con una afectación económica prácticamente igual. El autocuidado tiene sus límites, tanto en el control de la pandemia, como en el ámbito económico y social.