OPINIÓN
Medios de comunicación y política
Con la radio la política se convirtió en espectáculo. Los políticos se convirtieron en actores. Se borró la frontero de lo auténtico con lo representado. La Sociedad del Espectáculo.
Se suele afirmar que los medios de comunicación constituyen un cuarto poder, que gozan de una gran capacidad de fiscalización e incluso de oposición política, pudiendo llegar a ocasionar la dimisión de altos funcionarios del Estado. Es cierto, en muchas ocasiones colocan el reflector sobre los temas más candentes, denuncian hechos irregulares, incitan para que se pongan en marcha actividades estatales, y obligan a los responsables a dar explicaciones. Pero es un poder limitado, con pocos controles, muchas coacciones y donde se juegan múltiples intereses. Muy poco han podido hacer en la actual crisis de Venezuela y poco lograron en el escándalo de la financiación de la campaña presidencial de Ernesto Samper, en Colombia.
La política y el gobierno se transformaron con la radio, es celebre la frase, en la película El discurso del Rey, donde de Jorge V de Inglaterra, dice: “En el pasado todo lo que un Rey debía hacer era lucir respetable en uniforme y no caer de su caballo. Ahora debemos invadir los hogares de la gente y consagrarnos con ellos. Esta familia se ha convertido en la más baja de todas las criaturas, ¡nos hemos convertido en actores!”. Podría decirse que a partir de la radio la política se convirtió en un nuevo espectáculo y los actores mejoraron su posición social.
Las democracias no solo eligieron a los representantes del pueblo, sino que obligaron a parlamentarios y presidentes a representar los nuevos roles de poder. Las transmisiones de televisión mostraron a jefes de Estado solemnes y graves comunicando decisiones a sus pueblos, pero no se tardó mucho en comprender que los medios de comunicación masiva tenían un inmenso potencial político y propagandístico. Los dignatarios estatales y los políticos abandonaron los estudios de grabación y posaron audaces en las más diversas situaciones, poco a poco se fueron convirtiendo en actores y … los actores en políticos, confundiendo la notoriedad con la capacidad.
Se borraron las fronteras de lo auténtico con lo representado, de la misma forma que el deseo de éxito pervirtió el arte. Entonces, ya no se presentaron programas ideológicos y plataformas de gobierno, en su lugar se acudió a las encuestas y a las mediciones de favorabilidad, para construir el discurso que los ciudadanos quisieran oír. Guy Debord denunció la sociedad del espectáculo, donde todo se convierte en mercancía y donde todo cumple con un propósito predeterminado. Los periódicos dejaron de ser medios de difusión política y pasaron a ser instrumentos de grupos económicos, como muchos otros medios de comunicación.
Las nuevas tecnologías irrumpieron con los teléfonos inteligentes y las redes sociales, la información se descentralizó y los usuarios pudieron ser emisores de opinión y de información. Ahora, el vértigo de los datos virales es tan intenso como efímero. Muchos quisieron ver en las redes sociales una de las principales causas de la primavera árabe, pero lo cierto es que tienen una gran capacidad de difusión pero muy poca de organización, como para derrocar gobiernos e imponer democracias.
La diversidad de medios alternativos sugieren una mayor dificultad para la censura. Sin embargo, los poderosos se las ingenian. Primero está la autocensura, donde periodistas y formadores opinión se sustraen para evitar supuestas represalias. Después, están los ingentes presupuestos de publicidad oficial, que implican al menos una moderación editorial. Además, están las licencias, los permisos, las concesiones, los impuestos de determinados insumos, que sirven de medios de coacción contra los comunicadores. También hay interceptaciones, filtraciones, hackers, bloqueos a páginas web y diversas formas de ataques informáticos.
Sin embargo, el espectador poco se percata de las estrategias, las investigaciones (big data) y los preparativos previos a la presentación del espectáculo, no advierte los sesgos ni las manipulaciones, mucho menos los distractores y las omisiones, olvida la sentencia de Marshall McLuhan consistente en que “el medio es el mensaje”, por el contrario, se siente participe de una opinión masiva en construcción, a tan solo un clic en su teléfono móvil.
En fin, las tecnologías han influido de manera determinante en la política, mermando autenticidad y sumando teatralidad, haciendo más participe al ciudadano, pero no por ello más autónomo ni determinante, por el contrario, cuanto mejor y más sofisticado sea el show, más manipulación hay para el espectador.