OPINIÓN
El auge negacionista
Como Bolsonaro con el Amazonas, como Trump con Groenlandia, los nuevos negacionistas aupados en la tecnología están en auge. Ya nos están haciendo daño, pero vienen por más.
Nos ha tocado en (pésima) suerte acudir como espectadores al horrible espectáculo de las islas de plástico en los mares y las llamas consumiendo la vida en el planeta, como si los estudios científicos, el sentido común o las películas futuristas no nos hubieran ya advertido de la catástrofe ambiental que está en camino. Pero, en lugar de asumir la responsabilidad y actuar en consecuencia, los seres humanos están entregándole el poder a los negacionistas que rebaten la existencia del cambio climático y del calentamiento global, y de paso también de la evolución de las especies, del holocausto, de la efectividad de las vacunas, de la igualdad entre los seres humanos y un largo y absurdo etcétera.
Están negándolo todo, las evidencias científicas, las fácticas y las históricas. Esta gente que vive de desestimar las evidencias a voz en cuello, casi regodeándose en la ignorancia, carece de empatía con los demás de la especie y nos pone en un riesgo altísimo a todos, como sociedad y como especie, porque en sus agendas negacionistas cae todo lo que les estorba, desde los derechos de la gente hasta los dolores del planeta. Inyectan odio perpetuo, desconocen los acuerdos, niegan todo avance, promueven falsas supremacías morales, políticas, y económicas. Los negacionistas se empeñan en borrar las evidencias que nos permiten albergar la esperanza de que podemos salvarnos, a pesar de nosotros mismos.
En Colombia, por ejemplo, la doctrina uribista niega por mandato la existencia del conflicto armado. Poco les importan la Constitución, los indicios, las evidencias, ni los años de documentar que existen más de 8 millones de colombianos víctimas de desplazamientos, homicidios, desapariciones, torturas o secuestros, ocurridos a causa de “eso” que se niegan a llamar conflicto armado. Los negacionistas desestiman toda prueba, como si vociferando su verdad amañada se pudiera borrar la huella de dolor que cada quien lleva en la memoria por causa de la guerra, llámenla como la quieran llamar.
Los negacionistas necesitan revisar la historia para cambiar su narrativa. Por eso un funcionario de la Fiscalía General se atreve a decir en una entrevista para un noticiero lo que debe estar haciendo doctrina adentro del búnker: que es indispensable desaparecer a los desaparecidos del Palacio de Justicia. Sin importar los 34 años de clamor por la verdad de las familias, ni los peritazgos, las sentencias y los fallos, como si no supiéramos de las evidencias halladas en los cajones de una brigada o de los videos que dan fe de la salida de personas vivas del palacio que nunca más aparecieron.
Cuando el Estado intenta no reconocer la desaparición forzada (un delito ya debidamente documentado, que por años ha sido cometido por diferentes autoridades estatales primordialmente por el Ejército), les cierra la puerta de la verdad en la justicia transicional a más de 100.000 familias que están buscando a sus seres queridos que nunca más volvieron a casa y a quienes no les han podido hacer el duelo. Todas esas familias necesitan la verdad, cualquiera sea quien se los haya llevado, las Farc, El ELN, una banda de vendedores de secuestrados, un grupo de narcos, el ejército o el siniestro DAS de aquel entonces. Desaparecidos forzados o secuestrados ¿qué más da? ¿dónde están sus cuerpos o lo que queda de ellos? ¿cómo hacemos para aliviar tanta ausencia?
Al reinterpretar la historia y desechar las evidencias, los negacionistas o revisionistas históricos adquieren un discurso estrecho y dogmático. Basta oír a Márquez y ver a Santrich anunciando la nueva guerrilla, faltoneándole a su gente –más de 10.000 personas que no quieren destinar su vida a cargar la muerte al hombro- y a un acuerdo nacional de poner fin a la guerrilla, para darse cuenta que solo negando la verdad se puede sostener un plan que justifique la guerra perpetua. Culpan al gobierno de incumplir el acuerdo, una verdad de a puño, para negarle al país las migajas de paz con las que intenta construir un mejor futuro. El negacionismo de la nueva guerrilla, como el del uribismo, solo les sirve a ellos y nos condena a todos.
Como Bolsonaro con el Amazonas, como Trump con Groenlandia, los nuevos negacionistas aupados en la tecnología están en auge. Ya nos están haciendo daño, pero vienen por más. En el Congreso hay fila de proyectos de ley para restringir derechos y desde los púlpitos se incentiva a los borregos para que solo acojan versiones amañadas de la ciencia y de la historia. Para ser negacionista hay que ser cínico, mentiroso y tener poder, porque para contar que no ocurrió lo que ocurrió, toca negar lo ocurrido. Esa es la espiral sin fin de la caverna negacionista donde pretenden encerrarnos a todos.