OPINIÓN

Los que van a ganar

Así está la política en Colombia. Convertida en un ejercicio feudal, con un claro talante mafioso, en donde las ideas terminaron siendo subversivas y donde el disenso es visto como un pecado que se paga caro.

María Jimena Duzán, María Jimena Duzán
21 de septiembre de 2019

A no ser que ocurra un milagro, las elecciones del 27 de octubre las van a ganar los poderosos clanes que se tomaron por asalto la política en varias regiones del país. 

En el departamento del Atlántico, el clan Char, en el poder desde hace 12 años, va a poner alcalde y gobernadora. A pesar de que a Alex Char, se le relaciona con el escándalo de Odebrecht y con el de la Triple A, su toque de Midas sigue inalterable y la Fiscalía sigue sin investigar los cabos sueltos que podrían exponerlos. Los Char a su vez son aliados del clan de los Cote en el Magdalena, cuyo pasado pecaminoso por la parapolítica poco les ha hecho mella, porque están a punto de poner al próximo gobernador. 

Los hilos de poder que se manejan desde Charlandia llegan hoy hasta el departamento de Córdoba, en donde también es muy probable que pongan gobernador. Si todos estos candidatos ganan en octubre, el gran triunfador de estas elecciones podría ser el clan Char que anda en la tarea de posicionar a Alex Char como su candidato a la Presidencia de la República. Para eso es el poder en los clanes: para imponer su sangre y su descendencia. La política se nos volvió feudal, sin remedio.   

En Sucre, el cuestionado Yahir Acuña puede ser elegido como nuevo gobernador, pese a  que tiene una investigación abierta por parapolítica. Su clan está integrado hoy por su esposa Milena Jarava, actual representante a la Cámara por el PIN, otro de esos partidos que se han convertido en negociantes de avales.

En los clanes, la unión se hace en torno al parentesco y no a las ideas y se privilegia la sujeción y el silencio a la transparencia y el debate público. Se siente el tufillo mafioso: la democracia y la posibilidad de disentir no son mayor dogma en los clanes y los que se atreven a cuestionarlos, no son bienvenidos. 

Ese es también el caso del clan de los Gnecco en el Cesar, dominado por la figura estelar de Cielo Gnecco: ellos, los Gnecco, también van a poner al próximo gobernador y alcalde. Sus estrechos vínculos con la parapolítica no les pesan, ni tampoco el hecho de que su primo el exgobernador Kiko Gómez esté desde la cárcel intentando poner al próximo gobernador de La Guajira, pese a que fue condenado por homicidio a pagar 55 años.  

Los Gnecco han corrido con mejor suerte que su primo: son un clan intocable, con un tremendo poder en el Congreso: tienen a un familiar en el Senado y a varios representantes en la Cámara y siguen creciendo sin que haya cómo atajarlos. En Bolívar, el clan liderado por Vicente Blel, condenado por parapolítica, va a poner a su hijo de gobernador. Ya tiene a su hija en el Senado, dirá que solo le falta un hijo de gobernador. Para eso son los clanes. Para darle puesto a la familia.

En el Valle del Cauca, la otra gran intocable, doña Dilian Francisca Toro, va a poner al próximo gobernador. Para no hablar del Guaviare donde el actual gobernador, Nevio Echeverry Cadavid, a quien muchas voces en el Guaviare señalan de ser el responsable de la tala del bosque amazónico y del acaparamiento de tierras, va a poner también al nuevo gobernador. Tal es su poder que cualquiera que gane estaría apoyado por él. Es el gran poder político en esa puerta de entrada del Amazonas. Un hombre temido, que a pesar de que tiene denuncias en la Fiscalía, ninguna ha prosperado hasta ahora. Otro tanto sucede en Caldas donde la Coalición de toda la vida, basada en la corrupción y las prebendas, va a poner al nuevo gobernador.

Así está la política en Colombia. Convertida en un ejercicio feudal, con un claro talante mafioso en donde las ideas terminaron siendo subversivas y en donde la libertad de opinión y el disenso son vistos como un pecado que se cobra caro.

Los culpables de esta debacle somos todos: la justicia que no se atreve a tocarlos, la sociedad que no los castiga y los que deciden no votar, por considerar que su voto no cambia nada. 

Todos somos culpables de este desastre. Por eso hay que encontrar de nuevo el valor del voto, de la democracia, del disenso y de las libertades. Y ojo: mientras en las altas esferas se pelean uribistas y antiuribistas, los verdaderos poderes, que son estos clanes políticos, se están apropiando del país. Pongámonos serios y leamos bien esta Colombia de hoy, porque el palo no está para cucharas. 

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