OpiNión
Luis pintaba en el silencio de la noche
Ese precioso libro de 2004, Papá y yo, lo vuelve a escribir ahora Beatriz Caballero sobre su hermano Luis. No se llama Luis y yo, sino Luis, hermano mío, pero tiene las mismas virtudes.
Hace 20 años, Beatriz Caballero publicó un libro que resumía en una anécdota uno de los períodos más sangrientos y estériles de la historia colombiana. Ella estaba en Tipacoque con sus papás y hermanos, en la hacienda familiar. Tipacoque y hacienda ya delatan que hablamos de Eduardo Caballero Calderón, el escritor más leído en el país antes de Gabo. Alguien le dijo a Caballero que los chulavitas lo iban a matar esa noche. Huyeron en el carro y al llegar a Bogotá fueron directamentea ver al presidente de la república en el Palacio de San Carlos. Roberto Urdaneta Arbeláez era tío de la esposa del escritor. El sordo Urdaneta los recibió en bata, era tarde en la noche. El pedido de protección fue respondido por Urdaneta con esta frase dirigida a su sobrina: “Mijita, quién la manda a casarse con un liberal”.
Esto debió suceder entre 1951 y 1953, cuando Urdaneta ejerció el poder como primer designado, por enfermedad del titular, Laureano Gómez. Ese precioso libro de 2004, Papá y yo, lo vuelve a escribir ahora Beatriz Caballero sobre su hermano Luis. No se llama Luis y yo, sino Luis, hermano mío, pero tiene las mismas virtudes. Cuenta una vida en viñetas, en un estilo muy ameno, y en medio de estupendas fotografías, de facsímiles y de muchos cuadros del pintor Luis Caballero, fallecido en 1995. Si estuviera vivo, cumpliría este año 80 años. Si alguien quiere escribir una biografía se le recomienda seguir el método y el estilo de Beatriz Caballero. Ella tiene ese talento de retratar el personaje, con lenguaje directo, sin largas peroratas.
Me perdonará la autora el siguiente collage de frases que ella escribió, pues no tiene sentido reinterpretar su lenguaje: “Luis es distinto. Se come las uñas hasta la raíz. No tiene amigos en el colegio. Me enseñó a batir los huevos con dos tenedores. Mamá casi se muere cuando lo tuvo. Nació con una hueva arriba, o nunca le bajó, quién sabe si sería por eso que se volvió marica. En Madrid vivimos del 54 al 57. Mis hermanos iban al colegio público y tenían que cantar Cara al sol con la camisa nueva, el himno de la Falange. Mamá decía que nosotros éramos niños de apartamento. Mi abuela o las tías nos mandaban cajas de colores Prismacolor. Los lápices de colores españoles eran malísimos. Mis hermanos, como los niños españoles, llevaban de merienda al colegio sánduche de huevo frito con una pastilla de chocolate. Volvimos de España a la casa de Teusaquillo. ‘Los niños y los perros en el jardín’, decía papá. Luis no jugaba con los primos hombres, ni rocheleaba, ni pataleaba, ni se dejaba tocar. En 1968, a los 25 años, Luis ganó el primer premio de la Bienal de Arte de Coltejer. Papá deliraba con irse a París. En 1962, Guillermo León Valencia nombró a papá embajador ante la Unesco. Una vez Luis y yo afloramos por una boca equivocada del metro. Luis me dijo: ‘Cuidadito preguntas’. Luis no se atrevía a preguntar, ni en francés ni en español, por timidez. En la academia La Grande Chaumière conoció a una niña americana, Terry Guitar, y se enamoró. Cuando volvimos de París, Luis entró de profesor de dibujo a la Universidad de los Andes. Al tiempo llegó Terry. Terminaron por casarse.
En 1968, Luis y Terry llegaron a París. De los setenta y de la primera mitad de los ochenta de la vida de Luis no es mucho lo que puedo decir. Luis había escogido el anonimato que le daba París para asumir su homosexualidad. Terry, cuando fuimos a desbaratar el taller en el 95, me dijo que para ella había sido muy duro ver a través del ventanal a Luis en fiestas con solo muchachos. Entre el 74 y el 76 la figura humana se vuelve exclusivamente masculina. ‘Es el cuerpo lo que yo quiero decir’, expresaba. Cada vez que llegaba a Bogotá, Luis preguntaba excitadísimo qué bruja nueva había. Nos leyeron el tarot, la baraja española, la bola de cristal. Luis hizo una romería por hospitales y clínicas sin que dieran con un diagnóstico claro de su enfermedad.
Cuando llegué a París a ayudar a cuidarlo, para él era un poco embarazoso que lo atendiera una hermana, como terminan siempre los solterones, los curas y los homosexuales. Luis se murió el 19 de junio de 1995. Tenía 52 años. ¿Cómo hizo para saber que su final iba a ser así? Me preguntaban sus enfermeros refiriéndose a esos rostros agónicos con él de modelo que pintó en los años ochenta. Una vez me presentaron a un muchacho, estudiante de teatro, a quien le dijeron que yo era hermana de Luis Caballero. ‘¿La puedo tocar? Quiero tocar algo que estuvo cerca del maestro’”. En una carta, Luis le escribe a Beatriz: “De todas maneras, estamos solos”. ¿Habrá un libro llamado Antonio, hermano mío?