Nación

Manual para alborotar nostalgias

Oscar Domínguez, periodista antioqueño, escribe sobre la 'paisanización' de Colombia a raíz del gobierno del presidente Alvaro Uribe Vélez, y para explicarlo recurre a un completo manual sobre lo que significa ser 'paisa de pura cepa'.

Semana
16 de noviembre de 2002

Bernardo Hoyos, director de la emisora de la Tadeo, el único gentleman londinense nacido en Santa Rosa de Osos, tierra fértil para monseñores severos, poetas afortunados, chorizos deliciosos y pandequesos tiernos, solía reunirse en alguna ciudad europea con paisanos suyos para desatrasarse de nostalgias montañeras. Siguiendo la pauta de Gregorio Gutiérrez González, Bernardo y sus contertulios, al hacer sus evocaciones "no hablaban español sino antioqueño".

Los que en alguna forma encarnamos la diáspora o el pacífico desplazamiento antioqueño hacia otros sueños, llámese americano, europeo o bogotano, nos las ingeniamos para, en alguna forma, hacer lo mismo que Bernardo y sus alegres compadres. Es cuando nos asilamos en la nostalgia que es el recurso eterno para sentirnos como en nuestro terruño.

Los bogoteños -ese híbrido de bogotano y provinciano- que hemos amado y ayudado a aumentar la tasa de natalidad de la capital con uno que otro petacón, vivimos tan agradecidos con Bogotá que, como los borrachitos perratas que niegan la cuenta, no tenemos con qué pagarle a la ciudad de don Gonzalo.

Vivimos en estado de miti-miti perpetuo porque nuestros afectos y nostalgias se dividen entre Bogotá y Medellín, entre Monserrate y el Picacho.

No hace mucho alguien dijo con dejo caribe que "no nos cabe un antioqueño más". Tampoco son tantos (¿¡) los puestos importantes desde los cuales se piensa dejar la impronta antioqueña:

Apenas ponemos Presidente de la República, primera dama y primeros hijos. También tenemos presidentes de Senado, sonsoneño, y de Cámara, envigadeño, ministros en puestos clave, viceministros, embajadores, gerentes, altos cargos palaciegos, senadores y representantes como arroz, un Registrador que está de regreso a sus libros, un Fiscal que viene de atrás.

¡Ah! Y tenemos uno que otro ministro en la sombra, como Fabio Echeverri Correa. Mejor dicho, nos fregamos con jota: a los paisas les tocó lucirse en esta paisanización de Colombia, como la han llamado algunos. Paisanización que se dará cuando triunfe la tesis del presidente Uribe de trabajar-trabajar-trabajar, ritmo que tiene achilado, fundido, a medio gabinete de tanto mayaliar a lo desgualetao.

Pero gastémonos parte del tiempo en "un poco muy mucho" de nostalgia antes de que le metan IVA el minHacienda Junguito y nuestro paisano Juan Luis Londoño.

Terruñear

Estoy seguro de que en las pláticas conducidas por Bernardo Hoyos en las Europas para desatrasarse de saudades y mantener el polo a tierra con su región, en el manual para alborotar nostalgias figuraba la conjugación de verbos como terruñear o puebliar. Son dos verbos siameses que se utilizan para describir lo que se puede encontrar en el andareguiar. Porque es artículo de fe que los paisas llevamos un espermatozoide trotamundos en nuestro árbol genealógico.

Hoyos y su culecada de nostálgicos seguramente concluyeron en su momento que terruñear, por ejemplo, es tocar piano o braille con los dedos de los pies sobre el tablado del Puente de Occidente, construido por José María Villa, con el Cauca río a los pies.

Puebliar es ir de paseo de olla, pelota de números y pantaloneta en la cabeza, a bañarse en charcos de Cocorná, o en La Ceja, vereda San Rafael, en quebradas tan titinas que provoca adoptarlas de una.

Es irse a parroquias como Montebello, mi pueblo natal, donde si a usted no le gusta un arco iris se lo cambalachean por otro, y le enciman de ñapa los mejores aguacates del mundo.

Puebliar es visitar esa acuarela llamada Versalles, abajo del alto de Minas, donde en las tardes con arreboles a Dios se le sale el Van Gogh que lleva por dentro.

Es tomar postrera de vaca topa (sin cachos), directamente de la vaca a la boca, acompañada de arepas de pelao como las que preparan las solteras González de San Rafael.

Terrupear es tutearse en el quiosco de la plaza de El Retiro con "Chamizo", dueño de la única guardería para boas que hay en el mundo. No sé porqué, pero la boa preferida de "Chamizo" se llama Margarita, el mismo nombre de su mujer...

Terruñear es descubrir en alguna romántico-etílico-gastronómico-musical Vuelta a Oriente, que los poetas terminan pareciéndose a sus versos. Lo supe al toparme con mi ex profesor de literatura en la Universidad de Antioquia, Elkin Restrepo, con quien nos disputamos siempre los amores de la francesa Catherine Deneuve.

Imposible terruñear sin visitar la casa-museo de Fernando González en Envigado. Toquemos madera para que el gobierno del camellar-camellar y camellar ponga de moda al Brujo de Otraparte.

Oh, Bolombolo, país exótico

Por supuesto, cuando uno conjuga los verbos terruñear o pueblear en el país paisa, se puede encontrar otras sorpresas como las siguientes:

En Bolombolo, "país exótico y no nada utópico en absoluto", venden el borojó que bebía la degreiffiana Rosa de Bolombolo, la del sutil estrabismo, antes de volverse "mármol móvil en la móvil hamaca".

Deberían pagar cana (cárcel) quienes no han disfrutado de los atardeceres y amaneceres del suroeste antioqueño.

En Santa Bárbara, tierra de mis abuelos, el menú diario todavía incluye tragos, desayuno, mediamañana, almuerzo, algo, comida y merienda...

Si necesita una dirección en Jericó, encuéntrese con misiá Inés Mejía. Ella solita hace por Tola y Maruja y La Zaranda juntos. Es tan buena cachadora que se hace visita ella misma. Eso sí: no se deja tomar vistas o retratos "porque soy muy mala fotogénica". Tiene una marca mundial que está capando Guinness Record: sólo se casa con viudos. Lleva tres a cuestas. Y no le gustan los número impares.

"No quiero ser el más rico del cementerio", le oímos decir a Lubín Giraldo, un campesino feliz de San Vicente. Con su metáfora quería significar que billete que se gana, billete que se derrite.

"En el campo nadie se enferma del apetito", nos dijo una frágil campesina de Las Palmas, al oriente de Medellín, mientras voltiaba arepas pequeñas y redondas que se consumen al almuerzo y a la comida.

En Envigado, en un convento de clausura del Barrio Mesa, tres cuadras arriba del Bar Atlenal, monjitas perplejas producen los mejores bizcochuelos del mundo. La receta fue dictada directamente por el Espíritu Santo.

Biografías no autorizadas

No me consta, pero estoy seguro de que en aquellas pláticas en las Europas de las que he hablado antes, los contertulios conducidos por don Bernardo Hoyos tomaban palabras al azar y les hacían biografías, autorizadas o no, para evitar que se les borren de la memoria. Ejemplos por ejemplo:

Medellín:Si Dios sacara vacaciones, las pasaría en la Bella Villa. En la capital paisa hay tres o cuatro ideas por antioqueño cuadrado. Medellín es un pañuelo de amor.

Junín:Unica avenida en el mundo con ritmo de bolero. Uno camina por esa avenida y le dan ganas de sacarla a bailar. Junín es un jacuzzi de caderas en los ojos del que mira.

Frisoles:Primera piedra para una orquesta desafinada de olores.

Pisingaña:Nintendo que se jugaba haciendo cosquillas con los dedos. Nada de computador.

Carriel:Mezcla de CIA, DEA, ex KGB y DAS. Un guarniel es misterioso como una mujer fatal que nunca se dejará conocer sus secretos.

Bacenilla:A esta nostalgia nocturna también se le conoce con el alias de mica, pato o vaso. Es un inodoro nocturno portátil o de bolsillo, con florecitas en los bordes. Los abuelos las mantenían debajo del catre para ahorrarse pulmonías. La bacenilla, o bacinilla, tomaba la forma de los glúteos que la contenían. Mica que se respetara tenía peladuras por fuera, al lado de la oreja, fruto de excesos fisiológicos.

En promedio, una bacinilla tenía tres vidas útiles que sumadas dan 100 años.

La primera vida útil solía durar 50 años y ocho días contados a partir del momento en que los abuelos la compraban, usaban y la dejaban de herencia a sus nietos, ya curada.

En la segunda vida, las bacenillas aparecen jubiladas en el lavadero de la casa con una mata de hortensias o de novios adentro. Sobre el lavadero duran 27 años más o menos, según los másteres en bacinillología.

Los últimos 20 años de vida útil sorprenderán a la vieja bacinilla debajo de un palo de mango, con las hortensias o los novios regados.

Veamos con otras definiciones:

Empanada:cuota inicial de todas las iglesias paisas.

Escapulario:chaleco religioso antibalas. Con el escapulario a "vusté" no le entra ni el magníficat.

Camión escalera: eslabón perdido -y encontrado- entre las mulas que hicieron difícilmente la historia y el avión que vive cómodamente de ella. La escalera es un monumento a la vida vista a través del espejo retrovisor del recuerdo.

Silletero:Gandhi de carriel y ruana que hace la revolución a punta de flores. El Gandhi paisa, Gilberto Echeverri Mejía, anda lejos de la libertad, su hábitat tradicional. A distancia, los colombianos ayudamos a dibujar la palabra libertad a instancias del gobernador (e) Eugenio Prieto para demandar el regreso a casa, de Echeverri, del gobernador Guillermo Gaviria y de sus compañeros de cautiverio.

Vivir en Bogotá

Como la nostalgia entra principalmente por el estómago y por los oídos, un manual para alborotar nostalgias de antioqueños fuera de su terruño, debe incluir precisiones sobre las novedades gastronómicas y lexicográficas que se encontrarán en Bogotá.

Más de una vez se encontrarán recitando de GGG: "¡Salve, segunda trinidad bendita, salve, frisoles, mazamorra, arepa!". Pues se les recomienda adiestrar las papilas gustativas para irse acostumbrando al puchero santafereño, el ajiaco, el piquete que reemplaza la fritanga, el tamal con chocolate. En guayabos terciarios o cuaternarios le pueden tupir al caldo de costilla o la changua.

Y en relación con el lenguaje bogotano, su uso ofrece algunos inconvenientes, sobre todo al principio. Menciono algunas palabras que darán lidia:

Nada más bogotano que el ala. Para un bogotano, un saludo y un "ala" no se le niega ni al peor amigo. Es clásica la expresión "ala, mi rey". Pero es mejor no tratar de utilizarla. A los forasteros, ni nos luce ni nos sale.

En las tiendas, prepararse para ser ascendido a "vecino". Es posible también que muchas personas no lo bajen de su merced, expresión que reemplaza al usted.

Manejar correctamente el usted en Bogotá es más difícil que salir de un lagarto. Defiéndase como pueda con el vos y con el tú.

La voz chino es de una versatilidad hasta rara. El chino puede ser el "loco bajito" o niño que incomoda o no. Pero también puede ser un adulto simpático. O todo lo contrario. Depende del contexto. Lo mismo sucede con indio que puede ser despectivo o una muestra de deferencia.

Si le dicen chirriado, alégrese. Le están echando un piropo. En Bogotá no hay muchachas pispas. Pero las hay muy chuscas.

Charro no es chistoso. Generalmente es algo ridículo, sin gusto. Las voces chimbo o chimba varían que da miedo. Un jurgo es cantidad grande de algo. Un tris es la décima parte de nada.

Nada de doña, ni de misiá, y menos de doña Cosiánfira. Aquí a las damas se les dice Señora Tal. Y sanseacabó el carbón.

Si le dicen que una cosa está picha, no se la coma porque está dañada. Si le dicen que algo está feo ni lo pruebe. Está maluco. Ni sueñe en tomar el algo. En Bogotá se toman las onces.

Aquí no suceden las cosas hace tiempos, sino hace rato. No hay cosas baratas. Hay chisgas o chisgonones.

La gente en Bogotá nunca está bien. Está divinamente. Y regio es superbien.

Si le dicen "chatica linda", siéntase halagada. Usted no está sin puesto, está sin chanfa. Pero en Bogotá se puede enchanfainar. Para todos hay.

Bueno, hechos estos aportes de un manual para alborotar nostalgias, desaparece el espanto.

*Periodista

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