OPINIÓN
Azul y rojo hasta el fin
La autora cuenta por qué lleva en el corazón amor incondicional por el Deportivo Independiente Medellín.
Tenía cinco años, iba mirando por la ventana y desde el carro pude ver que en el estadio del Deportivo Rionegro, un equipo marcaba un gol y el otro bajaba los brazos. No sé quién celebró ni quién se sintió vencido, pero sí recuerdo que lloré con las caras de los que quedaron aburridos. Quizás fue premonitorio, porque no creo que para entonces fuera hincha del Medallo, aunque mi papá sí y seguro era un partido del rojo el que se oía de fondo en el radio.
En el fútbol dicen que “el que gana es el que goza”, pero los del DIM también decimos que “estamos con el Poderoso aunque gane”. Y no hay nada más cierto, el aguante del que se enamoró del Medellín supera todo, o cómo más explicar esa elección si el rival de patio celebra tanto.
Mi papá nació en el 56, entre los dos primeros títulos del Medallo, y solo hasta el 2002 lo vio salir campeón. El hombre tiene carácter. Yo no tuve que esperar tanto, pero el amor también fue inmediato: 1998, estadio Atanasio Girardot, partido contra el América de Cali, empate sin goles (el más feo de los marcadores). Ese año se fundó la Rexixtenxia y con mirar a la tribuna norte bastó.
Desde esa primera visita al Coloso de la 74 han pasado algunos años y el escudo del Rojo ya no tiene ese solitario par de estrellas en el pecho. Tampoco hay una decena, pero eso no importa, porque las angustias que produce el Rojo también se disfrutan. Sí, es extraño, lo sé, tal vez por eso decimos, con toda el alma, “no necesito que estés arriba para quererte glorioso DIM”.
Tiempo extra: los periódicos del lunes dirán que el Medellín ya tiene la sexta.