OPINIÓN

María del Pilar Hurtado y la cerradura del círculo

La visita que antes de huir le hizo la exdirectora del DAS a su ex 'chuzado' Daniel Coronell despierta algo más que curiosidad.

Semana
29 de noviembre de 2010

Le cabe toda la razón a María del Pilar Hurtado cuando afirma que ella no pidió asilo a Panamá porque se creyera una perseguida política, sino para garantizar su seguridad personal. Es en el fondo el mismo motivo por el cual el tribunal de Estrasburgo negó la extradición de Yair Klein a Colombia: porque aquí no está asegurada su supervivencia física.
 
Un país cuyas fuerzas oscuras han estado en capacidad de asesinar a Luis Carlos Galán en una plaza atiborrada de gente, a Carlos Pizarro en un avión en pleno vuelo, a Álvaro Gómez Hurtado frente a la universidad donde dictaba clases y a Jaime Garzón a menos de 500 metros del ministerio de Defensa, difícilmente estaría en condiciones (es lo que piensan afuera) de certificar que dos personas poseedoras de tan valiosa información puedan dormir y comer -sobre todo comer- tranquilos en el encierro de una celda.
 
En cualquiera de los dos casos, aquel que pereciera por atentado o porque ‘accidentalmente’ se cayera el helicóptero que lo traslada, se ganaría el más acertado de los epitafios: “Sabía demasiado”. En el caso que nos ocupa, así fuera cierto que el propio Álvaro Uribe le ayudó a obtener el asilo en Panamá, aún no se ha contemplado la posibilidad de que la Hurtado no huyó tanto por evadir la justicia, como por escapársele a él. O mejor, a lo que él representa.
 
Ello explicaría en parte la presencia coincidente (sí, qué coincidencia ¿no?) de Uribe en Panamá entre el miércoles 24 y el viernes 26 de noviembre, quizá prestándole solidaria compañía en plan de fortalecerle la moral, para que calle ahora y calle para siempre. Es por ello que la visita que antes de huir le hizo la ex directora del DAS a su ex‘chuzado’ Daniel Coronell despierta algo más que curiosidad, pues mostraría un estado emocional en trance de eventual claudicación, considerando que su visita significa haberle puesto la cara -en acto de expiación, si se quiere- al mismo personaje que antes escuchaba de manera clandestina.
 
No se descarta entonces la hipótesis de que María del Pilar posee la prueba reina de las ‘chuzadas’, y en este contexto cobra especial interés dilucidar cómo un mando medio del sector público pudo ser catapultado a la dirección de la mismísima central de inteligencia de la Presidencia de la República en un tiempo récord. Estamos hablando de una abogada de los Andes especializada en Negociación y Relaciones Internacionales, nombrada secretaria general del Ministerio de Defensa en noviembre del 2003 por Jorge Alberto Uribe, donde, según lasillavacia.com, se convirtió en “la persona de confianza de un ministro de la entraña del Presidente”. Allí estuvo hasta septiembre del 2005, y en marzo del 2006 pasó a ocupar la subdirección del DAS durante la administración de Andrés Peñate, a quien reemplazó después de que él renunció porque “el sueldo no le alcanzaba para mantener su estilo de vida”.
 
Ya Uribe se había visto obligado a desprenderse de Jorge Noguera, de quien nunca se retractó de llamarlo “un buen muchacho” ni de haberlo ubicado en un cargo tan cercano a su trono. Luego del fugaz paso de Peñate, necesitaba (de nuevo) a alguien de su entera confianza, que no le fuera a renunciar cuando se enterara de minucias, como por ejemplo del poquito sueldo que le pagaban.
 
Es entonces cuando Uribe se inclina por María del Pilar Hurtado, a quien asciende a directora del DAS el 23 de agosto del 2007. Pero ella –a su vez- sólo le dura hasta el 23 de octubre del 2008, un año y dos meses exactos, cuando le renuncia (en acto que la ennoblece) en reconocimiento a la responsabilidad política que le cabía ante una denuncia de Gustavo Petro, quien mostró en el Congreso un documento en el que se daban órdenes internas para relacionarlo con un supuesto complot contra el Gobierno.
 
No dudamos en sospechar que para una mujer acostumbrada desde la secretaría general del ministerio de Defensa a hacer cumplir la norma en complejas contrataciones, su renuncia debió haberle representado un verdadero alivio, en la medida en que las revelaciones conocidas dejan ver que o se vio impelida -por no decir obligada- desde la Casa de Nariño a coordinar la “empresa criminal” de espionaje, o dio las órdenes por su propia cuenta.
 
Si hubiera ocurrido lo segundo, o sea que todo fue a espaldas de la Presidencia, la Hurtado habría sido el chivo expiatorio ideal para disipar la tormenta, al descargar sobre ella toda la carga de la prueba. Pero ocurrió lo contrario, que fue el propio ex presidente de Colombia quien acudió a su buen amigo y aliado Ricardo Martinelli para cobijarla de la justicia, y, no contento con ello, se manifestó a favor de que los demás acusados salieran también a buscar asilo internacional, y por primera vez dio pie para que su sucesor, Juan Manuel Santos, dejara de cuidarle la espalda y lo contradijera públicamente: “Nadie puede sostener ante un tercer país que aquí no hay garantías”.
 
Quizá la situación no dé todavía para pensar que a Álvaro Uribe se le está cerrando el círculo, pero esas tímidas infidencias que María del Pilar Hurtado le soltó a Daniel Coronell (“un asilo no es posible sin contactos”, “al DAS le correspondía proteger la figura presidencial”) darían para pensar, en el más optimista de los escenarios, que un día de estos reventará su conciencia y... cantará.
 
A no ser, claro está, que la revienten antes.

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