OPINIÓN

Lo que se nos viene

Con el populismo, la política se vuelve religión y los valores democráticos, como la tolerancia y el derecho de las minorías, se reemplazan por las emociones.

María Jimena Duzán, María Jimena Duzán
21 de enero de 2017

La llegada de Donald Trump a la Presidencia de Estados Unidos trae consigo la aterradora certeza de que el mundo va a cambiar para lo peor. Prueba de ello es lo familiar que nos resulta a los colombianos el ascenso de un populista como Donald Trump: su demoledora forma de utilizar Twitter, su discurso contra el establecimiento tradicional, su doble moral, su nacionalismo altisonante, su ausencia de doctrina y sus peleas con la prensa son para los colombianos un déjà vu.

Quienes hemos padecido el populismo sabemos lo que significa abrirle la puerta a esa bestia. Nosotros se la abrimos en 2002 y desde entonces no la hemos podido cerrar, pese a que el populismo no ha contribuido a que los colombianos vivamos mejor, sino a exacerbar la intolerancia y el odio.

El gran legado de Álvaro Uribe, el político que introdujo el populismo en Colombia, no ha sido su seguridad democrática –que nos dejó miles de colombianos desplazados y permitió los falsos positivos; ni su lucha contra las Farc–, posible solo porque el gobierno de Andrés Pastrana le dejó el Ejército más poderoso de América Latina por cuenta del Plan Colombia; tampoco fue su decisión de extender la cobertura de la salud, la cual se hizo de manera populista, sin tener el dinero para sostenerla; mucho menos lo fue su política internacional, que nos aisló de todos nuestros vecinos, exacerbando un nacionalismo huraño, para no hablar de su precario legado en materia de obras de infraestructura, la mayoría de las cuales terminaron inconclusas por cuenta de la corrupción.

El gran legado de Uribe es que cambió para siempre la forma de hacer política en Colombia. Utilizó su innegable carisma para convertir la política en un reality constante, en sintonía con su audiencia, y al igual que Trump la diseñó para que él fuera el único personaje que alumbrara. Al senador Uribe Vélez –como sucede con el nuevo presidente de Estados Unidos– no lo mueven las ideologías, sino su sed de poder. Puede cambiar de opinión de la noche a la mañana en temas sensibles porque no se sigue por el poder de las ideas, sino por el culto a su personalidad, una característica que comparte con el nuevo mandatario.

En materia del manejo de Twitter, Trump debería aprender del expresidente colombiano porque se las ha ingeniado para seguir poniendo la agenda en el país desde el suyo, pese a que salió del poder hace ya más de ocho años. Su ejército de fanáticos seguidores lo envidiaría todo populista: lo siguen como si se tratara del Mesías y tienen la ventaja de que no distinguen ni lo que es verdad ni lo que es mentira porque el odio con que trinan les impide pensar.

Quienes hemos padecido en carne propia el populismo, sabemos que no tiene nada de bueno, así irrumpa como una solución mágica para conjurar la crisis del sistema democrático que ha fallado hasta en sociedades desarrolladas como la norteamericana, hoy mucho más inequitativa que antes. Con el populismo, la política se vuelve religión y los valores democráticos, como la tolerancia y el derecho de las minorías, se reemplazan por las emociones. El odio y el nacionalismo se convierten en el motor que arrastra a los electores y el poder de Twitter se convierte en el centro donde se activan y se desactivan las decisiones.

Consulte: Presidente con discurso de candidato

El gobernante populista llega al poder a crear un nuevo orden: Uribe impuso la tesis de que en Colombia no había conflicto y que los desplazados eran migrantes. La llegada del populismo a una democracia como los Estados Unidos tiene que trazar nuevos paradigmas y darles alas a temas que pensábamos ya había chuleado el mundo desarrollado como el racismo y la religión. No es una coincidencia que un día antes de su posesión, en Alemania, un líder del partido populista de derecha, la AfD, se haya atrevido a cuestionar un monumento que existe en Berlín, dedicado a los judíos asesinados en la Segunda Guerra Mundial y lo haya señalado, ante el estupor de muchos alemanes, como el “monumento de la vergüenza”. Según este político de AfD, es “hora de que Alemania deje de enfatizar en la historia negativa del país” y empiece a promocionar sus célebres filósofos, músicos e inventores bajo la premisa de que “hay que hacer un giro de 180 grados en la política de la memoria”. Se abre, pues, la puerta para legitimar el racismo.

Con Trump en el poder, los populismos que están en cola, como el de Marine Le Pen en Francia, tendrán ahora una opción más grande para llegar al poder, y en países como Colombia se abren las compuertas para que Uribe vuelva al poder y ponga su candidato en las próximas elecciones.

Ojalá esta entronización del populismo que se nos viene reactive los valores democráticos, hoy perdidos entre tanta estupidez.

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