OPINÓN
Me cansé...
Ojalá el nuevo vicepresidente Óscar Naranjo ponga orden e impida que los dineros del posconflicto terminen aceitando candidaturas del Partido Liberal, –como muchas voces alarmadas están sospechando– o que el Partido Conservador o La U, se ‘embolsillen’ los recursos destinados para las reformas del agro.
En una esquina del cuadrilátero, una feroz oposición liderada por el expresidente Álvaro Uribe Vélez que se siente envalentonada con la llegada de Donald Trump al poder –y que se identifica con su diplomacia de cañonero–, quiere dinamitar los acuerdos de las Farc y “sacar a patadas” del poder al presidente Santos.
En la otra esquina un gobierno impopular con el sol a sus espaldas, trata de sobrevivir sus últimos días en medio de una crisis de gobernabilidad. La coalición que lo sostiene es ficticia porque la une la mermelada –no las convicciones–, y es un gobierno al que lamentablemente le está quedando grande la implementación de los acuerdos que logró firmar con las Farc.
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En esa encrucijada estamos los colombianos: navegamos entre una oposición que se siente cada día con más legitimidad de patear toda la institucionalidad que nos queda, en defensa dizque de la democracia y un gobierno débil, lacónico, que no logra sintonizarse con la población y que para sorpresa de muchos colombianos no tenía una estrategia para implementar el posconflicto.
Uribe siente que le ha llegado su hora y cree que puede sacar a patadas a Santos del poder y ha decidido atizar la polarización y recurrir a todas las formas de lucha. En el colmo del cinismo y de la distorsión de lo que realmente sucede en Colombia, le envió la semana pasada una carta al Congreso norteamericano en la que palabras más, palabras menos, da a entender que si el uribismo no vuelve al poder, Colombia va a sucumbir al castrochavismo.
Semejante absurdo es hoy una mentira que forma parte del renovado dogma uribista y que ha dado pie para que los fanáticos se sientan ahora más que nunca con la licencia de lanzar amenazas de muerte en las redes sociales contra quienes apoyamos el proceso de paz.
Me temo que los señalamientos que hizo sin mayor sonrojo, el expolicía que vive en Bolivia Josué Martínez Loaiza, no van a ser los últimos, así la Justicia ya lo haya llamado al orden. Hasta que el propio expresidente Álvaro Uribe, siempre tan preocupado por defender la democracia, no las repudie, cosa que lamentablemente hasta ahora no ha hecho, las amenazas de esa calaña seguirán.
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Es insólito que el uribismo haya decidido no cambiar su estrategia de apelar al miedo, a las mentiras y a la estigmatización, a pesar de que el furibismo, que es fabricación suya, esté amenazando de muerte a quienes apoyan el proceso de paz. Los uribistas han forjado un complejo dogma en el que las desgracias de los colombianos son el alimento de su estrategia: les importa poco el asesinato de los líderes sociales y ni les va ni les viene que el gobierno de Santos haya sido incapaz de garantizarles la vida o que ande enredado en la implementación. Para eso sí no son oposición.
Solo tienen tiempo para su gran obsesión que es sacar a patadas del poder a Santos y eso de comunicarle al país sus propuestas es para ellos secundario. Hasta ahora el uribismo se ha dedicado a decir no a todo lo que huela a Santos. ¿Pero y cuál es la Colombia que ellos nos proponen? ¿Volver a la seguridad democrática? ¿Devolverles las armas a las Farc para emprender de nuevo la guerra? ¿Qué ética política sostendría semejante vuelta al pasado? ¿Acabar con lo acordado y hacer una política de sometimiento con las Farc? ¿Acabar la Ley de Víctimas y de Restitución de Tierras? No quieren la actualización del catastro rural porque aumenta el impuesto a los terratenientes, no quieren la tímida reforma rural integral por que ante sus ojos es una puerta que se le abre al marxismo. ¿Pero y cuál es su propuesta para acabar con las diferencias entre el campo y la ciudad? ¿Acabarán con el matrimonio gay y el aborto en los tres casos específicos? ¿Nos despojarán de derechos adquiridos a las mujeres?
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Lo más grave de todo es que esta oposición, cada vez más irracional, no tiene interlocutor en el atribulado gobierno de Santos. Tal ha sido la improvisación a la hora de implementar lo acordado que se corre el riesgo de perder los pocos dineros destinados para el posconflicto en las manos de la politiquería. Ojalá el nuevo vicepresidente Óscar Naranjo ponga orden e impida que los dineros del posconflicto terminen aceitando candidaturas del Partido Liberal, –como muchas voces alarmadas están sospechando– o que el Partido Conservador o La U, se ‘embolsillen’ los recursos destinados para las reformas del agro.
Quienes más perdemos en un país polarizado somos los colombianos, porque olvidamos lo que verdaderamente es importante por la trifulca del día. Yo por mi lado, me cansé de esa pelea mezquina y ruin. De la política, quiero propuestas, no amenazas; quiero ideas que cautiven mi intelecto, no consignas para nutrir la venganza.
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