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Isabel Cristina Jaramillo

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Más allá de la vacunación

Ya hace varios meses que se ha vuelto evidente que la vacunación no puede devolvernos a la vida como era antes de la pandemia.

9 de abril de 2021

En las últimas semanas se han intensificado los debates sobre la vacunación, a medida que se avanza en la meta de llegar a coberturas de dos terceras partes de la población para alcanzar a la llamada inmunidad de rebaño. La atención está puesta en la velocidad en la que se adquieren las vacunas y la eficacia en aplicarla a las personas más vulnerables. Se comparan los países por dosis disponibles, así como por coberturas. A medida que se hace más real la posibilidad de llegar a la meta, aunque en Colombia sigue siendo difícil pensar en hacerlo antes de transcurrido un año, se va volviendo más cierto que la vacunación no será suficiente para volver a la vieja normalidad y que hay que acelerar el paso para inventar una nueva normalidad en la que podamos realizar a cabalidad planes y proyectos importantes como los de la educación y la productividad.

Desde el inicio de la pandemia hemos estado recibiendo noticias sobre las vacunas: los esfuerzos por flexibilizar los marcos regulatorios, las enormes inversiones para acelerar los procesos, las dudas sobre la efectividad, la desigualdad en la distribución, los riesgos de empezar la vacunación demasiado pronto, entre otras. Cuando finalmente las vacunas empezaron a estar disponibles, ya hace más de seis meses, la discusión fue la velocidad en la que llegarían a distintos países y la capacidad de cada país para aplicar las dosis recibidas. Simultáneamente, sin embargo, se hicieron evidentes las limitaciones de la vacuna para devolvernos la paz perdida. En primer lugar, empezó a constatarse que la inmunidad ofrecida por la vacuna estaba circunscrita a algunas cepas del virus. Por lo que sé, se han identificado cepas de la China, Italia, Brasil y Japón, y a ciertos niveles de afectación que pueden causar estas variantes. Esto implica que las personas vacunadas aún pueden contagiarse de algunas cepas, pero sobre todo pueden contagiarse del virus sin manifestar síntomas. Esta semana nos enteramos que el presidente de Argentina y una de sus ministras han dado positivos por covid-19 a pesar de estar vacunados. Esto podría explicar también por qué en países en los que la vacunación ha avanzado rápidamente no se ha reducido a la misma velocidad el contagio.

En segundo lugar, los rezagos en inmunidad van a afectar mucho más que el 30 % de la población mundial. De un lado, están las demoras de los países en desarrollo. Estas demoras se relacionan tanto con la lentitud con la que han adquirido las vacunas –las farmacéuticas privilegiaron a los grandes compradores con billeteras grandes–, como con la debilidad institucional propia del subdesarrollo. De otro lado, están las resistencias de quienes desconfían de los gobiernos, de los partidos y hasta de los médicos. En Colombia, según los resultados de la Encuesta de Confianza del Consumidor de enero de 2021, un 36 % de los jefes de hogar no han pensado en vacunarse contra el coronavirus. Expresan temor frente a los efectos adversos y dudas sobre la efectividad de la medida. Las mujeres desconfían más que los hombres. No es de extrañar, dada su relación histórica con los médicos. Finalmente, la posibilidad de llegar a la meta del 65 % se ve afectada por la falta de certeza sobre los efectos de la vacuna en los menores de edad. Aunque en Estados Unidos ya empezó a aplicarse la vacuna, no es claro que haya estudios que respalden esta práctica frente a menores de 16 años.

Mientras tanto seguimos empeñándonos en la vacunación para reducir la letalidad del virus, pues vamos a tener que seguir viviendo con él, y tratando de reducir los niveles de contagio. No sobra, entonces, preguntarnos cómo vamos a resolver problemas como los de la educación y el empleo. Tampoco sobra volver sobre la cuestión de cuáles son las circunstancias que disparan los ciclos y cómo podríamos intervenir para que no tengamos que estar en los extremos de la austeridad y el derroche y podamos empezar a establecer rutinas y hábitos sostenibles.

El debate reciente sobre la educación es diciente. Los efectos negativos de la educación remota ya están siendo cuidadosamente medidos y son escandalosos: desde la caída en el promedio de las pruebas saber, hasta los aumentos en deserción escolar y la grave afectación de la salud mental de los adolescentes y adultos jóvenes. Por muchos esfuerzos que hacemos, seguimos detectando que no sabemos hacer igual la tarea de la educación cuando no estamos cara a cara y juntos. En el caso de los niños, niñas y adolescentes los efectos son muy graves. Tanto, que la mayoría de los países le han apostado al retorno a las aulas incluso antes de abrir restaurantes y mucho antes que permitir salidas a bares. Claro, en esos países las condiciones de profesores y alumnos es bien distinta, como insisten los profesores del sistema público de educación en Colombia, y sobre todo los que trabajan en áreas muy pobres o remotas. Esta crisis ha revelado, por ejemplo, que muchos colegios públicos carecen del servicio de agua potable, indispensable para garantizar la seguridad. El dato de que la pobreza aumenta el riesgo de contagio tampoco ha dejado tranquilos a quienes saben que sus estudiantes viven en condiciones mucho peores que las suyas. Tampoco contribuye saber que la tasa de contagio de los adolescentes es muy alta por cuenta de sus comportamientos riesgosos y las dificultades para controlarlos.

El caso de la educación ilustra bien la urgencia de pensar soluciones innovadoras: es cierto que no podemos volver a la presencialidad en los colegios públicos si no está garantizada la seguridad de profesores y alumnos, pero también es cierto que la situación actual de educación remota es insostenible por uno o dos años más. ¿Qué tal si pensamos en que algunos colegios privilegiados amplíen sus cupos de manera solidaria para cobijar a niños y niñas que no han podido ir al colegio? ¿Qué tal si los colegios que mejor están haciendo la educación remota enseñan a otros colegios a hacerlo? ¿Qué tal si los profesores trabajan con los niños de sus barrios así sean de otros colegios? Algunas de estas reorganizaciones pueden sonar radicales y hasta raras, dada la forma en la que estamos habituados a hacer las cosas. Las innovaciones nos parecen arriesgadas: “la gente se va a acostumbrar”, “las personas no se van a esforzar por mejorar”, “si algunos hacen eso, luego nos va a tocar a todos y no es justo”. Esas críticas, sin embargo, están ciegas a la verdadera urgencia de la situación y nos podrían condenar a un fracaso del que será difícil salir si no encontramos el argumento para trabajar juntos. Insisto, tenemos que pensar más y mejor en los escenarios más allá de la vacunación.

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