OPINIÓN

Me soñé que Duque…

Cuando el presidente comentaba que, además, había dado la orden de echar Clórox en la comida del festival Alimentarte del parque El Virrey, me desperté, y respiré aliviado. Bien puede Duque polarizar al país para que los suyos vuelvan a “votar berracos”, que si se arma la guerra, la pelearán los de siempre.

Daniel Samper Ospina, Daniel Samper Ospina
16 de marzo de 2019

A comienzos de semana soñé que, repentinamente, aparecía en el despacho presidencial de Iván Duque para ser testigo invisible de una reunión de urgencia.

El presidente dejaba en su puesto la guitarra Fender y se aclaraba la voz, mientras ministros y asesores se acomodaban.

–Queridos amigos –les decía–: hoy es el día más importante de mi gobierno.

–¿Comprará nuevo asador, presidente?

–intervenía Pachito Miranda.

–¿Conseguimos al fin la guitarra de Roger Waters, jefecito? –preguntaba, emocionado, el consejero Barbosa.

–Nada de eso, muchachos –decía Duque, más dialéctico y pedagogo que nunca–: ¿cuál ha sido la gran bandera de nuestro gobierno?

–¿La reforma tributaria? –indagaba Jaime Amín.

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–No.

–¿Mis bonos de agua?

–No, ministro Carrasquilla.

–¿Combatir la protesta social?

–Casi, Guillermo. Pero no. Es algo más moderno…

–¿Volver trizas la paz?

–No, Miguelito.

–¿Reunirse con Maluma?

–No, señora: ¿y tú eres…?

–Soy la ministra de Cultura, presidente: mucho gusto.

Un silencio invadía el salón. Marta Lucía Ramírez se animaba entonces, dubitativa:

–¿Ser el mejor presidente de Venezuela?

–No, Marta Lu, pero gracias por participar. Y por hacerlo corto.

Tras un silencio dramático, el presidente cargaba con fuerza.

–Recuérdenlo siempre –decía–: este es el gobierno de la equidad.

–De la Equidad, y de los demás equipos de fútbol –complementaba el director de Coldeportes.

–Y a partir de hoy lo demostraremos

–continuaba el presidente-: acabo de dar la orden de que hagan aspersión aérea de glifosato sobre el parque de la 93…

Un silencio de hielo congeló el ambiente.

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–Y no solo eso –continuaba el presidente, impasible–: ya partió una avioneta hacia el Anglo Colombiano, otra hacia el Nueva Granada, una más al Gimnasio Moderno para hacer lo mismo.

–Pre… presidente –interrumpía el ministro de Agricultura–: pero yo soy egresado de allá…

–Y qué, ministro –respondía Duque, vehemente y claro–: ¿fumigamos con glifosato regiones olvidadas, pero no Bogotá? ¿Así de cínicos somos?

–Iván, mijo, pero el glifosato puede dar cáncer –interrumpía el ministro de Defensa– y mis nietos están en el Anglo…

–Claro, Guillermo, pero no podemos medir con doble rasero: ¡a fumigar el norte de Bogotá, y que la fórmula tenga la misma concentración que la del Cauca!

–Pero el norte de Bogotá es amplio –intentaba el asesor social–: ¿podríamos fumigar en Suba Rincón, en San Cristóbal?

–Presidente: mis hijos adolescentes se la pasan en el parque de la 93; por favor, no lo haga –imprecaba la ministra de Justicia.

–Si creemos en la equidad –decía Duque–, tomaremos medidas sin distingos de clases…

–Si se trata de clases –pedía entonces el ministro de Defensa–, fumiguemos las que dan los profesores de Fecode.

–Nada –decía el presidente, con autoridad–: no se hable más del tema y pasemos al siguiente: ordené secar el lago de Los Lagartos.

–¿Nuestro lago? –exclamaban al unísono Pachito Miranda, el consejero Barbosa y el comisionado Ceballos.

–El del Club. Y a los mismos ingenieros de Hidroituango.

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–Pero causará un ecocidio –advertía el ministro Lozano–: agonizarán pescados, renacuajos… esquiadores.

–Pues aprovechen y limpien con maquinaria amarilla el sedimento…

Un desconcertado silencio invadía el salón. El mismo presidente lo rompía.

–Ahora asómense a la ventana para conocer al primer contingente, “Héroes del Uribismo”.

Los presentes se agolpaban en el vidrio. La plaza de Armas del Palacio de Nariño parecía atiborrada de soldados en perfecta formación.

–En la primera línea pueden observar a Tomás y a Jerónimo con camuflado y el morral listo. Y al lado de ellos…

–¡No jodás que son mis nietos mayores! –interrumpía el ministro de Defensa.

–Sí, Guillermo. Y si siguen mirando, seguramente van a identificar a muchos hijos de amigos, a lo mejor hijos de ustedes mismos.

Un barullo invadía el salón. La ministra de Educación amagaba con desmayo.

–¿Y a dónde van ellos, presidente? –preguntaba el papa Eastman.

–A luchar por la patria…

–Iván, olvídate, mijo –decía de nuevo el ministro de Defensa–: ¿qué tal que se vuelva a armar la guerrilla después de que objetaste la JEP?

–O que Maduro se rebote y se venga con toda –intervenía el canciller.

–Ah, claro, claro –respondía, sarcástico, el presidente–: pretendemos armar guerras para que las peleen los hijos de los pobres…

–No es eso, presidente: pueden ser los hijos de la clase media, gente sin club social, como diría doña Nora –terciaba el doctor Guarín.

–¡No! –se indignaba el presidente–: plomo es lo que hay. Los pelamos. Pero nosotros mismos.

Cuando el presidente comentaba que, además, había dado la orden de echar Clórox en la comida del festival Alimentarte del parque El Virrey, me desperté, y respiré aliviado. Bien puede Duque polarizar al país para que los suyos vuelvan a “votar berracos”, que si se arma la guerra, la pelearán los de siempre.

Entonces me bañé y le pedí a mi hermana que me invitara a Los Lagartos. De golpe el lago estaba disecado.

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