OPINIÓN

“Menos impuestos, más salarios mínimos”

El lema de campaña de Duque se está cumpliendo. Habrá que estar atentos a sus efectos sobre la formalidad laboral y la estabilidad fiscal.

Jorge Humberto Botero
27 de febrero de 2020

La propuesta de campaña del Presidente Duque era cumplible; dependía de variables políticas que el entonces candidato formuló sobre la base de que ganaría las elecciones. Como así sucedió, y es un político serio, ha cumplido sus promesas. Durante los dos últimos años, y a pesar del estancamiento de la productividad (que es, creo yo, el único factor que permite mejorar en el largo plazo los ingresos de los trabajadores), se ha dispuesto que el mínimo aumente el cincuenta por ciento más que el costo de vida. Como esta es una tendencia que viene de atrás,   que durante este Gobierno ha sido más radical, en los últimos veinte años el poder adquisitivo de los salarios mínimos, tendencia que suele arrastrar buena parte de los demás salarios formales, ha mejorado en cerca del 28%. Magnífica estrategia si resulta sostenible.

De otro lado, las dos reformas tributarias realizadas durante el actual gobierno han reducido la tarifa nominal de renta para las empresas a partir del 2022, y los tributos para la adquisición de bienes de capital, medidas ambas que la Misión Fiscal creada por el pasado gobierno recomendó con buenos argumentos: hacerlo permitiría a las empresas competir mejor dentro y fuera del país con sus pares domiciliados en el exterior y facilitaría la renovación tecnológica.  Como bien se sabe, las reformas de la actual Administración, en contra de la recomendación generalizada de los expertos, mantuvo y profundizó un conjunto de excepciones y tarifas preferenciales en pro de zonas francas, hoteles, emprendimientos naranja, megainversiones, etc., y facultó también a los contribuyentes para recuperar el impuesto de Industria y Comercio contra el de renta, una medida que puede ser muy onerosa para las finanzas estatales.

Así las cosas,  la suerte está echada, como lo dijo Julio César al cruzar el Rubicón, (y de seguro lo pensó Egan Bernal en las cumbres alpinas). Lo que ahora corresponde es especular sobre el efecto que esas medidas pueden tener a mediano plazo.  

Hasta ahora la política salarial no muestra resultados positivos.  Los indicadores de empleo total y formal no son buenos, a pesar de que la economía exhibe una halagüeña tendencia de recuperación. Quizás, como se desprende de opiniones tan autorizadas como las del Gerente del Banco de la República y el profesor Stefano Farné, si se encarece el valor de un insumo cualquiera el empresario buscará sustituirlo por otro; y si ese insumo es trabajo humano intentará reemplazar asalariados por máquinas. Actuará así no por crueldad, avaricia o falta de solidaridad sino por puro instinto de supervivencia para él… y los trabajadores que sí necesita.

El paradigma duquista en relación con la disminución de la carga tributaria -y la correlativa generación de más y mejores empleos- tácitamente postula que si la carga tributaria disminuye para un determinado empresario, la acción racional a disposición suya consiste en transferir ese excedente a los trabajadores. Temo que esa es una sola de las posibles opciones. Tiene otras: reducir o congelar precios para ahuyentar a los competidores, renovar equipos, pagar pasivos, repartir utilidades, darse unas vacaciones para que la mujer y los críos conozcan el mar o Monserrate.

Desde la óptica macroeconómica el análisis es diferente. Juan Bautista Say, un economista francés el siglo XIX, en esencia sostuvo que es la oferta el factor que desata el dinamismo de la economía, razón por la cual estimularla es la tarea fundamental de los gobiernos. Este es el origen de la supply side economics.  Desde esta perspectiva, tiene sentido disminuir de manera generalizada los impuestos, incluso si ello implica desfinanciar la agenda social del Estado: el mayor crecimiento la haría inútil. Los economistas de esta escuela dan validez a la denominada Curva de Laffer. Si la tasa impositiva supera cierta cota, el recaudo tenderá a caer como consecuencia de que el excedente para el empresario será nulo o insuficiente; por lo tanto, el recaudo puede subir si se rebaja la tarifa.  Al rompe, esta teoría parece correcta en el caso de economías abiertas si los competidores externos tributan menos que los nacionales.

Esta escuela de pensamiento no es de general aceptación. Ya desde los años treinta del pasado siglo Keynes sostuvo exactamente lo contrario: es la demanda -el consumo y la inversión- lo que el Estado debe impulsar, incluso, bajo ciertas condiciones, mediante políticas monetarias expansivas, disminución de tributos o aumento de la deuda pública. Sin embargo, es pertinente mencionarla por cuanto es la que siguen en la actualidad Estados Unidos y Colombia.  

La reforma tributaria presentada por Trump en 2017 se denomina “Tax Cuts and Jobs Act”. El nombre es adecuado. Se trata de que el empleo aumente mediante una reducción de los tributos, lo cual sería compensado con creces por un mayor recaudo en años futuros. Importantes analistas no creen en este desempeño virtuoso. La Oficina de Asuntos Presupuestales del Congreso, de cuya seriedad nadie duda, proyecta un crecimiento exponencial de la deuda pública, lo cual, es evidente, haría insostenible el buen desempeño actual de la economía. El Banco Mundial, en su reporte de enero pasado, señala que el efecto bondadoso de los estímulos fiscales se extinguirá durante este año y se convertirá en un lastre hacia el futuro. Stiglitz y Krugman, dos economistas muy reputados, y el Fondo Monetario, apuntan en la misma dirección.

Volviendo a nuestra parroquia, Fedesarrollo estima que el efecto conjunto de las dos reformas tributarias propiciadas por el actual gobierno (que eso son aun cuando se llamen distinto) será negativo al menos hasta el 2024. Las consecuencias sociales, que son las que, de verdad importan, serían muy preocupantes. Quiero fervientemente estar equivocado. De pronto la Curva de Laffer le funciona a Carrasquilla.

Briznas poéticas. Wislawa Szymborska nos recuerda que las cosas nos sobreviven: “Por falta de eternidad acumularon / diez mil objetos viejos. /…La corona sobrevivió a la cabeza./ La mano perdió contra el guante./ La bota derecha venció al pie./ En cuando a mí, créanme por favor. / Mi carrera contra el vestido sigue su curso./ ¡Y qué determinación la suya!/ ¡Y como le gustaría sobrevivirme!”.

 

 

 

 

 

 

 

 

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